Treinta y dos minutos. Eso fue lo que tardó el "Monstruo" de la Quinta Vergara en devorar la rutina que presentó la humorista Jani Dueñas en el último Festival de Viña. Ni sus chistes sobre la tercera edad, ni sus alusiones a la "sororidad" entre mujeres ni sus bromas sobre los hombres lograron acallar las pifias. Finalmente, la comediante se rindió y sólo atinó a decir: "Se veían tan bonitos cuando entré a este escenario. Nadie me está viniendo a salvar aquí, esto es un abandono total".
La falta de misericordia del público también se manifestó en Twitter, donde Dueñas fue víctima de una avalancha interminable de burlas y críticas agrupadas en #JaniDuenas. Bajo ese hashtag, que también fue trending topic, se podían leer mensajes como "La Jani Dueñas al menos alcanzó la igualdad de género: Ahora hay en Chile una mujer tan fome como Meruane". Ese tuit alcanzó más de dos mil "me gusta", mientras otros usuarios decían "no reconocer que fallaste y culpar al 'tipo' de público, es soberbia" o "fome, pesada, feminista fanática. Que no vuelva!!".
Ante la virulencia de los ataques, la humorista tomó una decisión drástica y le dijo adiós al mundo cruel de Twitter. Horas después de su accidentada actuación, Dueñas eliminó su cuenta en esa red social y activó la modalidad privada de su perfil en Instagram (@janidejesmar). Fue en esta última plataforma donde explicó por qué acabó con su vida de tuitera: "Cerré mi Twitter y le puse candado a esto porque hay una cosa muy bonita que se llama autocuidado. Y en esa estoy, decantando, pensando y aprendiendo para puro seguir. La autocrítica y las lecciones se sacan acá adentro, en silencio".
Su salto al vacío digital no es el primero y, seguramente, tampoco será el último en la red social que este mes cumple trece años de vida. El llamado "Twittersuicidio" es una práctica que suelen practicar celebridades y también usuarios no tan conocidos ante el bullying y los mensajes abusivos que Twitter nunca ha logrado frenar por completo. En la lista figuran desde cantantes hasta actrices como Millie Bobby Brown, la joven protagonista de la serie Stranger Things que a mediados de 2018 abandonó la red social tras ser blanco de varios memes que la vinculaban a mensajes homofóbicos. Lo mismo hicieron la cantante Demi Lovato, el actor Alec Baldwin, Ed Sheeran, Miley Cyrus y un largo etcétera de rostros, algunos de los cuales no resistieron la tentación de exhibirse ante su público y tras un tiempo volvieron desde el más allá para reabrir sus cuentas.
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La actriz Millie Bobby Brown abandonó la red social el año pasado.[/caption]
Una de las primeras menciones del concepto que los estadounidenses conocen como "Twittercide" apareció en noviembre de 2011 en una columna publicada en The New York Times. El artículo se titulaba "Confesiones de un tuitero", y su autor era Larry Carlat, quien fue editor de Rolling Stone y otros medios. El reportero había llegado a reunir más de 25 mil seguidores, pero en un momento Twitter se volvió una obsesión: "Mi vida giraba en torno a tuitear. Dejé de leer, rara vez escuchaba música o veía televisión. Cuando estaba con amigos me escabullía al baño con mi iPhone. Tuiteaba cuando manejaba, entre sets de tenis e, incluso, en el cine".
Su afán por hacerse el gracioso le pasó la cuenta: sus tuits sarcásticos sobre la cultura corporativa hicieron que lo despidieran de una revista y tras su divorcio también provocaron fuertes disputas con su hijo. Carlat ya estaba harto y decidió inmolarse. "Algunos seguidores me rogaron que lo reconsiderara y la ola de afecto y buenos deseos se sintió como el final de Qué bello es vivir. Pero sabía que era hora de que volviera a mi vida", escribió en The New York Times. Hoy está de vuelta en Twitter, pero en su perfil se define a sí mismo como un "adicto reformado".
Un chileno que conoce de cerca el Twittersuicidio es el escritor Rafael Gumucio. Ocurrió en 2014, cuando usó su cuenta para referirse al incendio que ese año arrasó con varios cerros de Valparaíso. Su mensaje fue: "Algunos hipster fueron a salvar gatitos y perros mientras Valparaíso ardía y miles de sus compatriotas luchaban por sus vidas #verguenzaajena". La reacción de los fans de los animales fue inmediata y sin compasión, al punto que Gumucio decidió borrar su cuenta. "Twitter es una red social que fomenta el odio. Está construida así. Es como un deporte hacer mierda a algunas personas", reflexiona hoy el escritor.
Su silencio duró un mes y ahora el perfil de Gumucio en Twitter lo presenta como "muerto y resucitado". Si se le consulta por qué regresó a un lugar que promueve tanta toxicidad, el escritor admite que la exposición que provee es seductoramente perversa: "Volví porque soy un vicioso, un enfermo. También pensé que es una plataforma en la que tengo 142 mil seguidores. Es mi red más masiva. Pero no debería haber regresado en realidad. Es bien heavy porque estás en un lugar super tentador. Siempre estás un poco en el filo, porque en Twitter yo también soy un tipo mucho más antipático, duro, irónico y mala onda que en la vida real. Y funciona, porque de alguna forma es lo que está pidiendo el sitio".
Templo de la mala onda
Las evidencias del ambiente negativo que impera en Twitter son varias. Por ejemplo, Amnistía Internacional publicó a fines de 2018 un informe que señala que durante el año pasado las mujeres en esa red recibieron 1,1 millón de mensajes ofensivos, lo cual según sus cálculos equivale a un tuiteo abusivo cada 30 segundos: "Es claro que en Twitter existe un impresionante nivel de violencia contra las mujeres. Estos resultados respaldan lo que ellas han dicho durante mucho tiempo. En Twitter el racismo, la misoginia y la homofobia son endémicos", aseguró en un comunicado Kate Allen, de la oficina británica de Amnistía.
Otra investigación de la Universidad de Wisconsin-Madison reveló que cada día se publican al menos 15 mil tuits que caen en la categoría del bullying. La cifra equivale a más de cien mil mensajes semanales que atacan a destajo desde la apariencia, la sexualidad o las creencias de los usuarios. Ese ambiente digno del salvaje oeste es el que alejó al periodista Juan Cristóbal Guarello, que ingresó a Twitter en 2009 y se borró a fines del año siguiente: "Pronto empecé a notar que la cantidad de cuentas falsas y de gente que insultaba era mucha. Al final, en 140 caracteres no había ningún espacio para el debate ni para conversar ni para analizar nada".
Para este extuitero, uno de los problemas de la red social es que su time line suele operar como una especie de corriente de la conciencia sin control: "Es extraño, porque por algo existe la capacidad de reflexionar las cosas varias veces antes de expresarlas, pero la gente en Twitter decía todo lo que pensaba estúpidamente". Un ejemplo de los pasos en falso que se pueden dar, señala Guarello, es lo que ocurrió con el empresario Gonzalo de la Carrera, quien vía Twitter hizo un llamado para que la diputada Camila Vallejo aclarara una noticia de un medio extranjero que resultó ser falsa y donde ella supuestamente defendía el "derecho" a la pedofilia. "Él responde al impulso primario y no analiza. En cambio escupe y luego se mete en un embrollo en vez de desconfiar de su fuente. Y creo que eso es Twitter finalmente: una guerra de escupos", indica el periodista.
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Juan Cristóbal Guarello también dejó Twitter (Foto: Reinaldo Ubilla).[/caption]
Hoy la red social cuenta con herramientas para intentar frenar el fuego cruzado de esa batalla. Los usuarios que se sientan agredidos pueden bloquear a los ofensores o denunciarlos al propio sitio. Incluso, hace unos días se supo que Twitter está trabajando en una opción que permitirá ocultar aquellas respuestas que estén fuera de lugar. Sin embargo, estos esfuerzos no han logrado frenar la huida de un número importante de miembros: en octubre, la red informó que tenía 326 millones de usuarios activos, cuatro millones menos que en 2017.
Sharath Chandra Guntuku, investigador del Centro de Salud Digital de la Universidad de Pennsylvania, explica a Tendencias que restarse de este tipo de plataformas ha demostrado tener efectos bastante positivos: "Hoy se sabe que abandonar las redes sociales reduce la sensación de soledad y depresión, además de aumentar de manera notable el tiempo que tenemos para las conexiones personales", señala. Por ese motivo, añade Guarello, él le ha recomendado a otros usuarios abandonar el barco de Twitter: "Sé que muchos se sienten afectados por lo que pasa en esa red social y la verdad es que los que me hicieron caso me lo agradecen".
Un motor de la ansiedad
La cifra que indica cuántas menciones nuevas suma un usuario, la barra que muestra la cantidad de tuits nuevos desde la última vez que se visitó el time line, las notificaciones que llegan al celular. Esos son los mecanismos que usa Twitter para seducir a las personas y lograr que vuelvan una y otra vez al sitio. Después de todo, dicen los expertos en cultura digital, el miedo a no enterarse del último breaking news es poderoso: "Existe un fenómeno que en inglés se llama FOMO ("Miedo a quedarse afuera) y que hoy se ha vuelto un problema muy grande. A la gente le preocupa estarse perdiendo algo. Esas notificaciones de las redes sociales que nos dicen que estamos pasando algo por alto son un ingrediente clave de este mecanismo", explica a Tendencias la investigadora Erin Vogel, del Departamento de Siquiatría de la Universidad de California en San Diego y experta en redes sociales.
Marisol García, periodista e investigadora de la música, quiso alejarse de esta dinámica y hace ocho años simplemente le dijo adiós a Twitter: "El período en el que lo usé lo recuerdo como un derroche de distracciones; entretenidas, sí, pero no más que otras cosas en la web. E informativo, también, pero ni tanto. Haberme salido fue una muy buena decisión si la miro en términos de costos y beneficios".
Un cambio similar fue el que experimentó Gabriel Pinto, un usuario alejado de las elites más famosas de Twitter, y que en 2016 eliminó su cuenta tras casi una década de uso: "Perdía mucho tiempo rabiando por cosas que en realidad no eran importantes".
A pesar de que han pasado tres años, Pinto dice que todavía hay algunas cosas que echa de menos: "Principalmente, las interacciones con gente que me caía bien; el compartir y recibir recomendaciones musicales; ver tele mientras uno está en Twitter, porque los memes y los humores ahí son impagables. O desear y recibir mensajes de cumpleaños; comentar las noticias". Sin embargo, reconoce que el cambio fue para mejor: "Creo que todo eso lo puedo hacer, aunque ya no de manera tan interactiva, en mis grupos de WhatsApp y algo en el Instagram que aún uso. Pero recuperar parte de mi tiempo libre, estar de mejor ánimo durante el día y no andar tan agresivo compensa lo que perdí".