¿Por qué no leí a Joan Didion cuando estudiaba periodismo? ¿Por qué no leímos a Alma Guillermoprieto cuando denunciaba las masacres en Centroamérica? ¿Por qué un ensayo tan relevante como Un cuarto propio no es lectura obligada en los colegios? ¿Por qué leímos de manera tan limitada a Gabriela Mistral? ¿Por qué vinimos a leer a Natalia Ginzburg tantos años después de que escribiera sobre el aborto, sobre la sexualidad, sobre las mujeres?

Me llama la atención, por ejemplo, que novelas como Sangre en el ojo, de Lina Meruane, o La dimensión desconocida, de Nona Fernández, ambas galardonadas con el premio Sor Juana Inés de la Cruz -que se otorga en el evento del libro más relevante de la lengua como es la Feria de Guadalajara-, no se hayan convertido en lecturas masivas en nuestro país. Ambas novelas han sido traducidas a varios idiomas y celebradas en esos países más que en el propio. Pienso que todo tiene que ver con nuestro retraso para apreciar el talento, la creatividad, la solidez, el vanguardismo y la mirada crítica de autoras cruciales como las mencionadas.

Todavía es cierto aquello que escribía Simone de Beauvoir en El segundo sexo -y ha pasado más de medio siglo-: "... los hombres y las mujeres constituyen casi dos castas; ante los mismos hechos, los primeros tienen situaciones más ventajosas, salarios más altos y más posibilidades de éxito que sus recientes competidoras; los hombres ocupan en la industria, en la política, etcétera, un número mucho mayor de lugares y retienen los más importantes. Además de los poderes concretos que poseen, están revestidos de un prestigio cuya tradición se mantiene a lo largo de toda la educación del niño: el presente rodea al pasado, y en el pasado toda la historia ha sido hecha por los machos".

Por fortuna, eso está cambiando. Sin duda se debe a la lucha de muchas mujeres y de algunos hombres conscientes. Pienso que el cambio no podrá detenerse, sobre todo si aspiramos al desarrollo. Muchos postulan que el desarrollo es imposible en un país segmentado, que se debe incorporar todo el talento. Más claro es que el desarrollo es imposible si se obvia a la mitad de la población por razones de género. Así, a mi juicio es imprescindible que se incluya a las mujeres en todos los ámbitos de decisión para que esas fotos anacrónicas de los consejos de las universidades, los directorios de las empresas, incluso los gabinetes de gobiernos dejen de ser tan burdas en su homogeneidad.

No me queda más que celebrar a las estudiantes de Chile que con gran valentía han visibilizado un problema grueso. Les deseo todo el éxito del mundo. Y estoy con ellas.

* Directora editorial de Penguin Random House en Chile