Una avispa picó a Eli Schlageter, una niña de 15 años. Se le hinchó la boca y la garganta, y el doctor que la atendió le dijo a su familia que debían comprar un EpiPen, un autoinyector de epinefrina para detener una reacción alérgica grave.

Pero el costo superaba sus posibilidades, y, a pesar de que la farmacéutica encontró un cupón para ayudar a reducir el costo, no fue suficiente para que los Schlageter pudieran pagarlo. Fue así como la mujer sacó un sobre lleno de billetes de cien dólares, cuidadosamente doblados por un donante anónimo que dejó el dinero allí para casos como este.

Durante más de diez años, un agricultor llamado Hody Childress, hizo donaciones anónimas a Geraldine Drugs, la farmacia local en el pueblo granjero Geraldine, en Alabama, Estados Unidos. El objetivo, según su hija Tania Nix, fue que “sintió que no podía dejar de dar (...) Dar de esa manera, eso le llegó al corazón y sintió que necesitaba hacerlo”.

Y es que la comunidad, que se benefició con las donaciones del granjero, recién se enteró de su buena acción después de su muerte, a los 80 años. Su historia logró que, tanto su familia como donantes de todo el país, se comprometieran a seguir con su legado.

Hody Childress al medio, entre sus hijos.

“Quiero que sea anónimo”

En 2010, Childress entró a la farmacia Geraldine Drugs y llevó a un rincón a Brooke Walker, la farmacéutica. Le preguntó si alguna vez había llegado alguien que no pudo pagar su medicación. La mujer le comentó que sí, que era algo que pasaba con frecuencia.

Él le entregó un billete de cien dólares doblado y le dijo: “La próxima vez que eso suceda, quiero que uses esto. Quiero que sea anónimo. No quiero saber ningún detalle sobre en quién lo usas, solo diles que es una bendición del señor”.

Al otro mes, regresó con otro billete, y así continuó hasta fines de 2022, cuando sufrió de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica. En ese momento, decidió contarle su secreto a su hija, quien prometió continuar con las contribuciones.

Según cuenta la doctora Walker, el granjero ayudó al menos a dos personas al mes que no tenían seguro o cobertura de sus medicamentos recetados. Después de su muerte, la farmacéutica ha recibido llamadas y mensajes en las redes sociales de personas de todo el país que, motivados por la acción de Childress, quieren donar.

Una vida difícil

El señor Childress creció en la pobreza. Su familia sobrevivía de la agricultura y la caza menor. De hecho, su hijo Douglas, cuenta que la casa de su padre no tuvo electricidad hasta que cumplió 7 años. Después, más adulto, se convirtió en veterano de la Fuerza Aérea por 20 años hasta que se jubiló en 2001.

Su primera esposa tenía esclerosis múltiple, y el hombre la cargaba por las escaleras de la escuela secundaria local para que pudiera ver los partidos de fútbol. Su pareja falleció por complicaciones de la enfermedad, pero no fue la única dificultad para Childress: en la década de 1970, un tornado mató a su padre y a uno de sus hijos.

Pero el granjero encontró consuelo en la agricultura. Cultivaba maní, fresas y tomates que distribuía libremente por el pueblo de Geraldine, donde residían mil personas que, según cuentan los residentes, son bastante unidas y tienen la tradición de ayudarse unos a otros. Y es que, según el censo de EE.UU. de 2020, cerca del 19% de ellos viven en la pobreza.