“Así corrompe el ocio al cuerpo humano, como se corrompen las aguas si están quedas”, decía el poeta romano Ovidio hace poco más de dos milenios. Trescientos años atrás, el dramaturgo alemán Goethe planteaba que “una vida ociosa es una muerte anticipada”, mientras que a mediados del siglo XX el escritor austriaco Stefan Zweig afirmaba que “nada torna a la gente más desnaturalizada e insubordinada que una larga y constante ociosidad”. Hasta hace poco, la cultura en los Países Bajos se apegaba a esta postura negativa frente al ocio mediante el uso de proverbios como “niksen is niks”, que quiere decir “hacer nada es bueno para nada”. Sin embargo, al igual que el resto del mundo los neerlandeses están revalorizando un estilo de vida más relajado y han popularizado el concepto niksen o, simplemente, “hacer nada”.
En su libro Niksen: Abrazando el arte neerlandés de hacer nada (2020), la autora Olga Mecking -quien vive en los Países Bajos y hace un año escribió en New York Times una nota sobre este tema que se volvió viral- detalla esta práctica que hoy es analizada y promovida por sicólogos y académicos de diversas universidades. A diferencia del popular mindfulness, niksen no consiste en que la persona se enfoque en el momento y esté consciente de todo lo que la rodea, sino que se trata de dejarse ir y permitir que la mente divague libremente sin culpas o expectativas. Darse un tiempo para mirar el transcurrir del día por la ventana, escuchar música por horas o sentarse en la banca de un parque a disfrutar de la brisa son algunas actividades que encajan en esta idea.
La autora cuenta a La Tercera que el éxito del concepto “niksen” se debe, precisamente, a que la gente está conviviendo con mucho estrés, depresión y “burnout”, alteración también conocida como “desgaste ocupacional” y que en 2019 fue incluida oficialmente por la OMS en su clasificación de enfermedades.
También sentí que las personas estaban hartas de las tendencias wellness que les decían que hicieran más, que siempre trabajaran en sí mismos. Debemos dar el 100% en el trabajo, el 100% en nuestras casas y el 100% en nuestra salud para volvernos humanos realmente optimizados. Es agotador. Las personas se están apropiando de conceptos como el aburrimiento y les están dando un giro positivo.
Olga Mecking
Brian O’Connor enseña filosofía en el University College de Dublín, República de Irlanda y, además, es autor del libro Ociosidad: Un ensayo filósófico (2018). El investigador también plantea a La Tercera que la reivindicación del ocio se entiende por los tiempos que corren. “La visión tradicional de la ociosidad es que lleva al pecado o la degeneración moral. Según esta forma de pensar, la medida de una buena vida está en el esfuerzo que pones en ella. Algunos creen que en una vida bien vivida no tiene cabida el ocio. No le veo sustento a eso”.
Precisamente, la ciencia se ha encargado de mostrar cómo los momentos de ocio potencian la actividad cerebral. En su libro Piloto automático: El arte y la ciencia de hacer nada, el investigador experto en conciencia Andrew Smart detalla algunos hallazgos en este campo. Por ejemplo, en imágenes de resonancia magnética la llamada red neuronal por defecto –responsable por los pensamientos introspectivos–, la red central ejecutiva –encargada de resolver problemas matemáticos y tareas cognitivas– y la red de prominencia –a cargo de alternar entre las dos anteriores– se muestran más activas cuando la persona no tiene que resolver un problema específico. En otras palabras, escribe el autor, cuando un individuo no está preocupado por una labor puntual, estas áreas conectadas con la creatividad y el pensamiento abstracto se encienden.
Los investigadores también han demostrado estos efectos cuando las personas se toman un descanso atencional de sus celulares y las siempre demandantes redes sociales (según un estudio de Criteria, en Chile el uso de estas y otras aplicaciones en equipos móviles creció de 18 a 22 horas semanales tras el inicio de las cuarentenas). En 2016, sociólogos de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, demostraron que los estudiantes que se desconectaron de Facebook sólo por una semana reportaron un notorio aumento en sus niveles de satisfacción personal y emociones positivas. Algo similar reveló un experimento de neurocientíficos de la Universidad de Utah, quienes se fueron de campamento junto a un grupo de estudiantes: luego de apenas tres días de disfrutar de la naturaleza los alumnos mejoraron en 50% su rendimiento al abordar diversas tareas cognitivas.
La sicóloga inglesa Claudia Hammond publicó en 2019 el libro El arte de descansar: cómo hallar un respiro en el mundo moderno y comenta un dato clave de la encuesta Rest Test, realizada en 35 países: dos tercios de las 18 mil personas entrevistadas querían más descanso en sus vidas. “En nuestra época, estar ocupados se ha vuelto una señal de alto estatus. Connota que eres demandado y, por tanto, importante. Encima de todo esto, la revolución de las comunicaciones de las últimas dos décadas implica que estamos conectados constantemente y nos resulta difícil desconectarnos en el amplio sentido de la palabra. Esto implica que nos resulta difícil hallar descanso. Lo anhelamos, lo necesitamos, pero nuestra cultura y nuestras mentes trabajan en contra nuestra”.
Para integrar el ocio en la vida diaria, no sólo en los días libres o fines de semana sino que en medio de una agenda ocupada, Hammond entrega varios consejos: “Yo aconsejaría hacer todas las cosas que no nos dejaban hacer cuando yo estudiaba en el colegio. Soñar despiertos es bueno. Hacer dibujos en un cuaderno es bueno. Mirar por la ventana y dejar que tu mente vague es bueno. Levantarte de tu escritorio frecuentemente y caminar es bueno. Hacer una pausa para tomarte un té y conversar con sus colegas es bueno”, comenta.