El arquitecto chileno que más reconocimiento internacional ha tenido en nuestra historia es, sin duda, Alejandro Aravena. Fue jurado del Premio Pritzker (2009-2015), ganó el Pritzker (2016) y acaba de ser designado presidente del jurado del Pritzker para la edición 2021. Bastaría con eso, pero hay decenas de otros premios prestigiosos que ha ganado junto a su oficina Elemental. Como el International Fellow 2010 del Royal Institute of British Architects; el Index Award en 2011 en la categoría Diseño de Viviendas; el León de Plata en la Bienal de Venecia de 2008; el Premio RIBA Charles Jencks 2018, y el Premio a la Sostenibilidad de Gotemburgo 2017 (primer arquitecto en recibirlo). Fue, además, comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016, profesor visitante en Harvard Graduate School of Design (2004-2005) y es autor de obras terminadas y en proceso en Chile, Brasil, Qatar, China, Alemania, Portugal, Colombia, Estados Unidos, Suiza, Panamá, México, Alemania y Argentina, entre las que se encuentran museos, miradores, sillas, lámparas, talleres, casas, residencias para estudiantes, bancos, colegios, parques e hitos urbanos.
Parte importante del inmenso prestigio de Aravena radica en su manera de diseñar viviendas sociales. Algo que empezó a desarrollar luego de ser desafiado por el ingeniero Andrés Iacobelli, quien les preguntó lo siguiente a Aravena y al arquitecto Pablo Allard: “Si es cierto que la arquitectura chilena es tan buena, ¿por qué la vivienda social es tan mala?”. Poco tiempo después, Elemental inauguraba la Quinta Monroy, un proyecto radical en sus objetivos, pues implicó radicar a cien familias que durante treinta años habían ocupado ilegalmente un terreno de media hectárea en el centro de Iquique, sin enviarlas a la periferia y a pesar de que el costo del terreno era tres veces más alto del que paga habitualmente una vivienda social.
Alejandro Aravena y Elemental buscaron entender cuál era la pregunta correcta, para luego buscar respuestas.
“Lo primero que hicimos fue cambiar la manera de pensar el problema: en vez de diseñar la mejor unidad posible de US$ 7.500 y multiplicarla 100 veces, nos preguntamos cuál es el mejor edificio de US$ 750.000 capaz de albergar 100 familias y sus respectivos crecimientos. Vimos que un edificio bloquea el crecimiento de las viviendas. Eso es cierto, salvo en el primer y en el último piso; el primer piso siempre podrá crecer horizontalmente sobre el suelo que tiene cerca, y el último piso siempre podrá crecer verticalmente hacia el aire. Lo que hicimos entonces fue hacer un edificio que tuviera sólo el primer y el último piso. ¿Cuál es nuestro punto? Proponemos dejar de pensar el problema de la vivienda como un gasto y empezar a verlo como inversión social. En este momento, la vivienda social se parece más a comprar un auto que una casa; cada día que pasa, las viviendas valen menos. Esto es muy importante corregirlo porque, a escala de país, nos gastaremos 10 billones de dólares en los próximos 20 años. Pero también a escala de una familia pobre, es clave entender que el subsidio de vivienda será, por lejos, la ayuda más importante que recibirán, por una única vez en la vida, por parte del Estado; y es justamente ese subsidio el que debiera transformarse en un capital y la vivienda en un medio, que les permita a las familias superar la pobreza y no sólo protegerse de la intemperie”. Eso decía, hace más de una década, Alejandro Aravena.
¿Han cambiado las cosas? Muy poco. Uno supondría que el inmenso éxito del arquitecto, que todos esos premios y reconocimientos internacionales, nos convertirían en un país ejemplo en cuanto a la manera de concebir las viviendas sociales. En cambio, a Elemental y a su líder, el Premio Pritzker Alejandro Aravena, les sigue costando igual que siempre clasificar en las licitaciones de viviendas sociales que hace el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu). Y les ha sido extraordinariamente difícil lograr que el Estado de Chile tome en cuenta los cinco parámetros en los que esta oficina se ha concentrado para cambiar el paradigma de la vivienda social. ¿Cuáles son?
1) Localización: buena conectividad y acceso a servicios. 2) Conjunto urbano de máximo 30 familias: clave para llegar a acuerdos. 3) Estructura para estándar final de clase media de 80 m2 y no de 40 m2. 4) ADN de clase media. Que quepa una cama matrimonial. Que no haya que pasar por el living para ir al baño. Que en el futuro se pueda tener un segundo baño. Que se pueda tener living-comedor y no living o comedor. 5) Que las partes más difíciles, como baños, cocina, escalera, muro medianero cortafuego y techo queden hechas.
Cuesta creerlo. Ninguno de estos cinco parámetros está en el cuadro normativo del Minvu.
“La tabla del Minvu no premia lo que la evidencia muestra que es lo mejor para las familias en términos de tamaño y estándar, y tampoco premia los factores que van a permitir una valorización de esa propiedad. En el último llamado a concurso calificamos raspando; estamos en la zona de descenso de la tabla. Y escapados, a 200 puntos por encima, proyectos de los que ya podemos anticipar una mala vida posterior”, decía Aravena en este mismo diario hace un año.
¿No será hora de escuchar a una de las mentes más brillantes de Chile?