"Fui el menor de cinco hermanos, con bastante diferencia de edad con los mayores, y llegué a la familia cuando ya mi padre se había convertido en un hombre ocupado y con muchas responsabilidades. Tenía casi 42 años cuando nací. Había comenzado a trabajar a los 15. Y yo resulté ser un niño sensible, llorón, inquisitivo, sabelotodo, deseoso de un tipo de atención que él no sabía o no quería darme. Así fue como crecí lejos de su figura, al amparo de mi madre, con la sensación de que ella era la única vía a través de la cual él y yo podíamos comunicarnos". Así describe el escritor Pablo Simonetti la relación con su padre, Renato, quien fue un destacado industrial metalmecánico. "Yo le tenía miedo. Su autoridad era incontestable. Y yo deseaba ser el hijo que él quería, darle en el gusto, complacerlo, lograr que me amara como amaba a mis hermanos, a pesar de que yo fuera tan diferente a ellos. Contarle que era gay resultaba impensable. Primero, porque él había manifestado en diversas formas su repudio hacia los homosexuales, no de una manera violenta ni soez, pero sí drástica y definitiva. Eran los signos de los tiempos. Temía que me echara de la casa, que me desheredara. Yo sentía que de él dependía que yo siguiera siendo parte de nuestro mundo en común o que me convirtiera en un paria".
-¿Por qué en 2017 decides publicar Desastres naturales, armándolo a él como personaje?
-En un comienzo, Desastres naturales fue un llamado de la memoria: quería contar mis recuerdos de un viaje al sur que hicimos con mi familia a fines de 1971. Los lugares y las aventuras de ese viaje se conservaban en mi memoria con una luz especial, de plenitud, de intimidad. Una vez que terminé ese capítulo, me di cuenta de que estaba hablando de mi relación con mi padre, de esa erupción de complicidad que había sido el viaje. Y me pregunté cómo continuar. Conté entonces su muerte, las emociones fortísimas que me despertó. Fue una manera también de contar quién era él en el mundo. Y bueno, después ya no me quedó más remedio que contar lo que ocurrió entremedio, cómo pasamos de esa complicidad de cuando tuve diez años a la distancia insalvable que nos separaba el día de su muerte. Yo me había convertido en un hombre gay y él había enfermado de párkinson.
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Simonetti en una Navidad, cuando el padre ya estaba muy enfermo. Foto: Archivo Pablo Simonetti[/caption]
-¿Fue un ajuste de cuentas?, ¿o más bien un acto catártico?
-En retrospectiva, la novela tuvo como finalidad entender a mi padre y entenderme a mí en relación con él. No fue ni para culparlo ni para perdonarlo, sino para entenderlo desde el punto de vista del hombre de cincuenta y tantos años que soy, ya cercano a la edad en que él dejó de ser quien era por culpa de la enfermedad.
-Ese proceso creativo de llevar al padre desde tus recuerdos al libro debe ser de dulce y agraz: ¿qué momentos dolorosos tuvo?, ¿qué momentos gratificantes?
-Reviví momentos dolorosos, como la mezcla de liberación, impotencia y culpa que experimenté cuando murió. Pero también volví a ese viaje gozoso y casi mitológico de mi infancia. Hubo momentos difíciles, literariamente hablando, como no saber cómo contar la relación con mi padre cuando yo era un adolescente queriendo huir de mí mismo, y otros gratificantes, como cuando encontré el final mucho después de haber terminado el primer borrador y ya casi al borde de la desesperación.
-¿Lograste entender mejor a tu padre?, ¿quererlo más, incluso, o todo lo contrario?
-Logré ponerme en su lugar. Dejé de ser el niño dolido por su falta de atención, dejé de ser el adolescente dolido por su falta de comprensión, dejé de ser el joven que se sintió sometido al peso de su autoridad y de sus expectativas, dejé de ser ese hombre gay que le cobraba injustamente todas las cuentas. Pasé a ser un adulto que le teme a la debilidad de la vejez, que se arrepiente de muchas cosas, que sabe de los muchos dolores que se pueden causar por omisión, y que desde esa perspectiva es capaz de mirar a su padre de igual a igual, de adulto a adulto, consciente de que no se puede todo en la vida.
-Fue para ti un libro difícil; muy distinto a los que se centran en tu madre. ¿Qué es lo que se te hizo tan difícil?
-A mi madre la conocía profundamente. Con solo observar los cambios en la expresión de sus ojos podía deducir lo que estaba pensando o sintiendo. Todo en ella era para mí un sofisticado sistema de claves y señales. En cambio, mi padre siempre me resultó opaco, incomprensible. A medida que avanzaba en la novela, me daba cuenta de lo poco que lo conocía, de mi dificultad para entrar en su mente y así poder recrear sus sentimientos, impulsos vitales, procesos de decisión. Me costó encontrar la manera de ser honesto y justo con ese hombre y, al mismo tiempo, dar con las formas necesarias para que el lector llegara a conocer al personaje a cabalidad.
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El escritor de niño en los brazos de su padre. Foto: Archivo Pablo Simonetti[/caption]
-Al escribir el libro inevitablemente revisaste tu rol de hijo con él. ¿Alguna autocrítica?
-Claro que sí, mi mayor arrepentimiento fue mi falta de compasión mientras él estuvo enfermo. A veces era peor, me daba rabia, lo retaba, una venganza inconsciente. Ahora lo pienso y digo: quizá esa época de fragilidad extrema por la que pasó pudo ser el momento propicio para acercarnos, y en cambio yo me porté como un cretino. Puro miedo.
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Desastres naturales