"Los libros, da lo mismo cuántos son los tuyos o si los pones en una caja de frutas o en una tabla sobre dos ladrillos, reflejan parte de tu historia", dice Patricia Espinosa antes de confesar que desde la tarde del 18 de octubre, día del estallido social que aún se vive en Chile, se acordó de la historia de sus libros; y de su propia historia fuera de Chile, en Colombia, durante los 70. Los libros, dice, fueron centrales en ese periodo.

La rutina de Espinosa había tenido cierto equilibrio los últimos cinco años: leer casi cinco libros semanales, procesarlos y criticarlos. Pero hace tres semanas el hábito se quebró. La temida e implacable Espinosa, crítica literaria de LUN, también académica del Instituto de Estética de la UC, está en una procesión en la que ha optado, desde la academia, por armar cabildos con sus estudiantes, y también repasar obras de autores cuyas ficciones están en constante diálogo con la historia de crisis del país. Destaca a Alia Trabucco, Sara Bertrand, Carlos Labbé, Galo Ghiglioto, Alejandra Costamagna, Diamela Eltit, Nona Fernández.

-En tus críticas hablas mucho sobre el rol de cada generación en su época. Y has dicho que la camada más nueva de escritores ha estado mayormente concentrada en el yo. Hoy, son ellos los que han sido el motor del movimiento, ¿qué te parece esta salida hacia lo colectivo?

-Hoy hay una heroicidad en los jóvenes. Y sí, los he visto en la calle y son héroes. Me saco el sombrero ante ellos, porque son cabros y cabras muy valientes, aunque históricamente los jóvenes han motivado al pueblo a hacer grandes cambios. Muchos dicen que no vieron venir esta crisis, pero desde las artes, desde lo que más me importa, que es la literatura, estaba todo esto que ocurre hoy en las calles. No en todos los narradores o literatos chilenos, no en todos los poetas, pero sí en muchos. Quizá más en la narrativa que en la poesía, pero estaba ahí lo que estaba pasando. La literatura de autoafirmación del yo nos dio las claves de una juventud atrapada en la neoliberalización.

-¿Y cómo se neoliberalizó la literatura?

-Se ve en las narraciones. Apelan a que todo acabe y comience, pero siempre el principio y ese fin soy sólo yo. Es una suerte de negación de lo colectivo y de predominio del individualismo. Un narrador que se mira a sí mismo y que no tiene utopía, y que al no tener una utopía queda a la deriva, porque ya no cree en nada. La estética posmoderna es parte de la literatura neoliberal y nos habla de una caída de los grandes relatos. Es muy parecido a la lógica del consumo. Hay escritores chilenos y escritoras que hacen literatura bajo ese paradigma, como Gumucio, Contreras, Simonetti, Correa, Collyer, Fuguet.

-¿Esta literatura de la autoafirmación del yo podría transitar hacia una narrativa más sobre el colectivo?

-Hay un antes y un después del estallido social y eso marca la escritura. Hay un antes y un después del mayo feminista, por ejemplo. Siempre es necesario mirar la historia, la sociedad, la cultura. Este estallido social es único en la historia de Chile: llevamos 20 días, más de 20 muertos, más de 150 personas sin ojo, personas denunciando abusos sexuales, otros violados, hay denuncias de secuestros. Ha habido una vulneración enorme a los derechos humanos. Por lo mismo me parece que el ejercicio debe ser hacia atrás: es necesario releer todo. Ahí están las claves de entrada y salida de la crisis. También la literatura aloja las partes más cruentas de las crisis.

-¿Por qué esa literatura podría cambiar?

-A mucha gente le pasa que en estas circunstancias tiene la necesidad de ser parte de un colectivo y sentir que están aportando. Cuando tu voz ya no tiene el volumen que se necesita, una negación ante el silenciamiento es la escritura. En el caso de la literatura en la autoficción, la mayoría son escritores de clase media, pequeños burgueses que cuentan historias de clase media, clase media-alta, pero no son las historias de las élite, aunque las hay. Y me parece que ahí hay una forma de darle voz a una clase.

-¿Y cómo es esa clase?

-Se visibiliza en ella aquello que el sistema considera inútil, sobrante. ¿Qué más inútil para el sistema que leer una autoficción? Bueno, un ministro dijo que no leía novelas, pero ¿qué más inútil que la vida doméstica de un sujeto N.N.? Aparentemente, ¿a quién le importa? ¿Qué más poco atractivo que leer las rutinas cotidianas que son inconducentes, sin épica, de un sujeto común y corriente? Por eso hoy postestallido me estoy releyendo políticamente la autoficción.

-Digamos que antes del 18 de octubre Chile era otro. En ese otro país, la literatura escrita por la generación post 90 era juzgada por narcisista. Hoy me dices que ahí había un síntoma, ¿no?

-Ese letargo es sintomático. Yo he dicho "tanta autoficción, me tienen harta". Sí, me tienen harta, pero hay que mirar eso mismo ahora bajo el prisma del postestallido social y hay que ir recogiendo las huellas de lo que hay ahí, de ese malestar, de gente muy joven, sin expectativas, viviendo en un continuo presente y más preocupado de las cosas nimias.

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El repaso de lecturas pasadas puede ser una guía, un entendimiento del síntoma y también una puerta de salida, según Espinosa. "Sobre eso, creo que hay autores que son fundamentales porque están comprometidos en su escritura de forma radical con lo social, como es el caso de Diamela Eltit", dice. A fines del año pasado, en el patio del Campus Oriente de la UC, donde hace clases, Espinosa lanzó "Políticas de su narrativa ficcional: estudios desde Chile", doce ensayos en los que se analiza el proyecto ficcional de Eltit, Premio Nacional de Literatura 2018.

"En este contexto, es fundamental releerla. Todo su trabajo es de constante diálogo de elaboración literaria con respecto a la sociedad, la política, el influjo de los poderes", dice.

-Nona Fernández también entra en esa línea, ¿no?

-Aun cuando ella empieza a escribir en democracia, toda su obra está dedicada a la memoria y a la reconfiguración de un pasado. La otra autora es Alejandra Costmagna. Me releí En voz baja, su primera novela, que es excepcional. Ella y Lina Meruane son las primeras autoras en hacer postmemoria. Y ojo, que hubo que llegar al 2000 para que la narrativa se tomara la postmemoria.

-La literatura, por muy nimia que sea a veces, no es para nada impermeable.

-Por supuesto que no. Hay un flujo y una interacción. Como dice Josefina Ludmer, teórica argentina que habla de "literatura posautónoma", no existe el arte autónomo, aunque en las escuelas se siga enseñando que sí. La obra siempre está en diálogo y en contexto. Y sin dudas hay una representación de lo real y actual en la literatura.

-¿Cuál es el valor de la literatura en tiempos de crisis?

-Creo que la literatura por siempre y desde siempre ha prefigurado la historia, antes que ocurran los hechos. Ese es un privilegio. En cierta medida, podemos decir que siempre estamos en cisis. Incluso en este mismo instante no estamos bajo estado de emergencia, porque no están los milicos en la calle, pero estamos en estado de emergencia personal, hay crisis, gente que sigue siendo golpeada, baleada, agregida y se están violando sus derechos humanos.

Espinosa profunda ese punto: "Nuestro país siempre ha estado en crisis. A veces creemos que estamos en calma porque estamos en ciertos territorios protegidos, pero no es así, sobre todo para los sujetos más precarizados que tienen menos recursos, y ahí el arte literario puede tener una función para entretener, de evasión o para ocupar las horas de ocio, pero me parece que principalmente las funciones son otras y tienen que ver con retratar el curso de la historia".

-¿La literatura como un campo de batalla?

-La literatura es absolutamente un ring. Es un territorio político, polémico y donde se viven batallas mayores o menores, por privilegiar significados, por hacer visible un discurso o una palabra. Quizá no sea más que eso: una pequeña gran batalla donde quien escribe tiene la necesidad de denunciar enunciando.

-Todas las generaciones de escritores se han cohesionado; cabildos, en Autoras Chilenas (Auch!) prepararon documentos para apoyar el movimiento, también hay escritores que han dado talleres gratuitos. Quizá la forma hoy es dejar la ficción de lado y que el campo de batalla sea la realidad.

-Está muy bien que hagan esas cosas. Por mi parte, no puedo dejar la conmoción por lo que sucede. No puedo dejar de sentir mucha rabia al ver los militares en la calle, el toque de queda. Es necesario que esto se resignifique y reelabore en las áreas de trabajo. Desde la docencia hasta la escritura. Y también hay que analizar nuestra literatura y escritura a partir de esto.

-¿Cómo podría decantar este estallido en la literatura?

-Nadie puede quedar inmune al ver el dolor de la gente y el sufrimiento, y mucho menos la violencia desatada del poder. Esto ya no se trata de un Yo, sino de todos. Y creo que ningún arte, y menos la literatura, va a ser el mismo después de este estallido.