No hay retratos ni fotos en las paredes de la casa de Paz Errázuriz. No hay ninguna foto de sus series más conocidas. Ni de La manzana de Adán, sobre el mundo de los travestis en el Chile de los 80, ni de El infarto del alma, sobre parejas de enfermos mentales de un hospital en Putaendo. Lo que hay en su estudio son paredes blancas, una estantería desbordada de libros y un iMac que desde que se pasó al digital, hace una década, vino a reemplazar el tradicional cuarto oscuro. Las únicas fotos que se permite son las de sus nietas, que tiene en su pieza. Nada más.

"Al trabajar con la visualidad uno está saturado de imágenes. Es tanto, que para mí es un lujo tener un muro sin nada. Tengo todas esas imágenes que he tomado en la memoria. A uno nunca se le olvida", dice Errázuriz. Una parte importante de esos retratos, de esos rostros que hemos contemplado conmovidos, de ese Chile que no sale en la tele y que vive en los márgenes, se exhibirá en la primera retrospectiva de su obra, desde el 26 de julio en el Museo de Bellas Artes.

Son cerca de 170 obras que ya se han exhibido en España y Francia, como parte del creciente reconocimiento a su obra. Después de haber estado en la Bienal de Venecia y de que sus fotografías formen parte de las colecciones de los museos Guggenheim, MoMA, Tate Gallery, el año pasado recibió el Premio Nacional de Arte, que por primera vez recayó en la fotografía. Esto, junto con la consolidación de su carrera a nivel internacional, la confirman como la fotógrafa más importante de Chile en la actualidad.

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Foto: Pablo Sanhueza[/caption]

Tímida, casi modesta, Paz Errázuriz se lo toma con calma. Y trabajando. Esta semana, la revista Madame Figaro, suplemento femenino del diario francés Le Figaro, publicará una de sus últimas series, Ropa americana, donde retrató a jóvenes chilenos que se visten con ropa usada. La publicación es parte de un premio que obtuvo en Francia el año pasado, luego de participar en el festival de fotografía en Arles. El encargo era hacer una producción de moda, pero Errázuriz lo hizo a su manera. "Yo nunca he hecho fotografía de moda, entonces hice un trabajo especial que acabo de terminar y quedó maravilloso, pero de antimoda. Es un trabajo que hice con chicos cuyo género es ambiguo, andróginos y muy bellos", dice. Y además está preparando un libro sobre niños y jóvenes transgéneros, junto a la activista Niki Raveau.

Desde 1970 vive en esta casa de Providencia de fachada continua, donde aún se escuchan pasar afiladores de cuchillos. Aquí, en 1973, se filmaron algunas escenas de la película La victoria, del cineasta alemán Peter Lilienthal y con guión de Antonio Skármeta, en las que Raúl Ruiz tenía un breve papel. Una semana después del golpe militar esta casa fue allanada. Errázuriz fue despedida de su trabajo de maestra en un colegio y empezó a tomar retratos de niños, algunos de los cuales habían sido sus alumnos. Así, en forma autodidacta, empezó su carrera de fotógrafa. Aquí, en esta casa, estuvo también el hogar que compartió con su marido, el pintor Thomas Daskam, quien murió el año pasado. Como esas escenas solitarias de sus fotos, su casa es también su pequeño mundo, su refugio. El de una artista que a sus 75 años no se encandila con el ego ni los focos.

-¿Cómo te has sentido con esto de ser Premio Nacional? ¿Sentiste que te jubilaban, como han dicho otros premiados?

-Como nunca existió Premio Nacional para fotografía, es bastante especial que sea fotografía y también mujer. Lo primero que me dijo la ministra de Educación (Adriana Delpiano) fue eso: "Te das cuenta que el Premio Nacional, ponte tú, han sido 78 hombres y tú eres la octava". Ya uno de nuevo está en esta situación rara: primera fotógrafa. Instalar la fotografía formalmente dentro del arte me parece un aporte que uno puede hacer a este mundo nuestro de la fotografía. Pero sentirme jubilada no, porque tengo tantas cosas pendientes. Más bien esto de tener una jubilación (20 UTM mensuales) es excepcional, uno ha trabajado miles de años boleteando, es una sorpresa. Jamás en la vida pensé contar con una jubilación. Uno de los amigos que también lo recibió fue Alejandro Sieveking, que también estaba muy sorprendido.

-¿Por qué crees que ha costado en Chile el reconocimiento a la fotografía?

-Es una situación general de la fotografía, que el mundo del arte la dejaba fuera, y acá se demoró más que en otros lados.

-La fotografía tiene un estatus especial. Hoy en día cualquiera puede tomar una fotografía y con los celulares existe una compulsión por tomarlas.

-Eso es fascinante. Encuentro extraordinario que todo el mundo tome fotografías y con cualquier cosa, y fotos tan buenas con el teléfono como con las cámaras de última generación. Se convierte también en una necesidad. Yo provengo de una escuela más antigua, donde era muy difícil tener una cámara. Hay otra forma de mirar.

-Leí que no te gusta la palabra marginal cuando se habla de tu obra.

-Siempre el tema va rodeando un poco lo mismo, las minorías, y para mí las minorías han pasado a ser mayorías. ¿Dónde está la frontera entre lo que supuestamente es marginal y no? Donde está el poder. Hay cosas que están muy claras. Encuentro que marginal es una palabra que te clasifica, te deja afuera, es discriminatoria.

-Pero tú has retratado, le has puesto rostro, a los sin voz.

-Los con voz están instalados delante de todos los periódicos, en el poder. Esa es una minoría que domina, el poder. Estamos todos sujetos bajo esa minoría. Uno lo tiene encima, para qué vas a necesitar volver a verlo.

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El caminante, de la serie Personas. Santiago, 1987.[/caption]

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El milagro ocurrió durante una protesta. Era el Día de la Mujer, en 1985. Paz Errázuriz fue una de las fundadoras de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), que dejó un valioso registro de los oscuros días de la dictadura. Ese día Errázuriz estaba ahí, en la calle, junto a sus colegas, pero ya no soportó más las lacrimógenas. Para refugiarse subió hasta la consulta de su ginecólogo, que justo estaba en Plaza Italia. Y desde allí arriba disparó. El resultado es sorprendente. Son seis imágenes de una protesta que dibujan una extraña coreografía. En una vemos a unas mujeres tomadas de la mano formando una ronda. En otra, un carro lanza aguas reprime a los manifestantes con una precisión milimétrica. Son imágenes perturbadoramente bellas, que también estarán en la muestra en el Bellas Artes.

-Hay fotografías de tu etapa en la AFI en esta exposición. Esas se conocen menos.

-Nunca quise mostrar mi trabajo que hice en la AFI porque había muchos otros colegas y compañeros que tenían un excelente trabajo, los Hoppe, Claudio Pérez, Marcelo Montecino, Helen Hughes, entonces para qué mostrar lo mismo. El curador Juan Vicente Aliaga, quiso rescatarlo. Ahora estoy con ganas de sacar eso, acá hay unas pocas fotos de eso, que son las primeras. Siempre pensé la AFI como una forma de resistencia a la dictadura. Y que fue un gran aprendizaje.

-¿Para un fotógrafo es importante haber estado alguna vez en la calle?

-Creo que es muy importante. En ese tiempo era una militancia, puede ser distinto hoy día.

-Otro trabajo que estará en esta exposición y que no se conoce tanto es la serie Los dormidos, donde vemos a vagabundos durmiendo en la calle.

-Es de fines de los 70. Andrea Giunta acaba de sacar un libro, Feminismo y arte latinoamericano, y habla mucho de ese trabajo en un capítulo. Ese trabajo era una forma de pensar en este silencio, en una ciudad aplastada por la dictadura, lo resolví de esa manera, como una ciudad durmiendo.

-Hay otra serie de tres fotos, El caminante, de un hombre que camina ebrio y que se desploma. Es de 1987, pero aparece un Santiago muy antiguo.

-Esa foto son tres negativos, no hay más. Siempre pienso en eso cuando me preguntan por lo digital. Hoy día con lo digital tú habrías hecho 50 fotos para elegir 3. Hoy en día estoy superaproblemada con lo análogo, por la parte ecológica del lavado de las fotos. Me siento tan culpable que no sé qué hacer, mientras no se arme un laboratorio en Chile donde se pueda reciclar. El revelado de una foto necesita mínimo cien litros de agua, es una barbaridad.

-¿Dónde sacaste esas fotos?

-En Recoleta. La verdad es que iba en el auto, y me tocó una luz roja, y vi esto e hice tu, tu, tu. Y con esa culpa que siempre sucede, porque este señor obviamente se cayó, y tú te tienes que ir porque hay unos autos detrás. Esa foto la tiene Sergio Parra en su librería.

-¿Te sientes conectada con el trabajo de Sergio Larraín, otro importante fotógrafo chileno?

-Para mí fue el primer fotógrafo que conocí, que me gustó su trabajo. Fue importante para mí conocer lo que hacía. En la casa de un amigo había fotos de Sergio Larraín. Porque si no, uno veía fotos en revistas, no había ni libros. Para mí fue muy importante lo que vi de él, parte de sus niños del Hogar de Cristo, muchos retratos.

-El retrato es muy importante en tu trabajo, ¿por qué?

-Siempre me he sentido buscándome a mí, mi identidad. Siempre he pensado todos esos retratos como autorretratos. Siempre soy yo. Es tan fuerte el contacto que siento con esa persona al hacer la foto, que termina siendo un diálogo muy fuerte entre ella y yo. Ahí siento que me hago parte. Por eso el retrato, la pose, y no la persona trabajando. Si la señora estaba buceando, en vez de retratarla en acción, prefiero el retrato.

-Susan Sontag decía que "fotografiar es apropiarse de lo fotografiado".

-Absolutamente. Eso es lo terrible, porque puede ser muy violenta esa apropiación. Es tremenda la cámara.

-¿Cómo te enfrentas con los fotografiados para no invadirlos?

-Yo convivo mucho. Por ejemplo, para hacer la serie El infarto del alma, yo estuve más de un año en ese hospital. Es importante que te conozcan, que sepan lo que estás haciendo, que haya comunicación. Con la etnia kawésqar también hice una investigación larguísima antes, conversando y preguntando si quieren fotos. Porque eso también sucede. Esa conversación para mí es tan valiosa como si hubiese hecho la foto.

-¿Y cómo te afecta cuando haces una serie como El infarto del alma, con historias tan potentes?

-Hay que tener mucha reflexión sobre lo que estás trabajando, porque puede ser muy perturbador. Es necesario tener un equilibro para enfrentarse a este tema de una manera que permita continuar el diálogo. Tienes que estar bien. Al comienzo yo arrendaba una pieza en el pueblo, en Putaendo, pero del hospital siempre me dijeron que podía dormir allí. Para mí eso era muy perturbador. Al final lo hice.

-Otro de los mundos que has retratado es la vejez. ¿Qué te pasa ahora con el tema de la edad?

-Mis propias fotos han sido una escuela. Yo he hecho tanta investigación sobre la vida a través de mis fotos, es como mi álbum familiar. Nunca he tenido un álbum familiar, mis fotos son mi álbum familiar. Vivo mi edad y uno está sorprendido de estar en esta edad, pero tengo tantos proyectos que no estoy detenida por la edad.

***

En marzo pasado, la imagen de Evelyn, de la serie La manzana de Adán, inundó las calles de Londres. Ese rostro que mira desafiante a la cámara, con la boca y los ojos perfectamente pintados, fue elegido como el afiche de la exposición "Another Kind of Life. Photography on the Margins", que estuvo hasta mayo pasado en el prestigioso Barbican Centre. Paz Errázuriz fue convocada a participar en una exposición que reunió a artistas de lugares tan diversos como India y Nigeria.

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Evelyn, La Palmera, de la serie La manzana de Adán. Santiago, 1983.[/caption]

La fotógrafa chilena viajó a Londres a presentar la muestra, y en una conversación pública con un crítico, después de hablar mucho de la exposición, éste le preguntó: "En general en tus fotografías dejas muy mal a los hombres. En las fotos del tango, por ejemplo, pones a un señor chiquito con una señora enorme. ¿Qué tienes contra los hombres?".

"Me gustó esa sutileza", cuenta Errázuriz, divertida.

-¿Y tienes algo contra los hombres?

-No, puede ser más bien una mirada feminista. Las mujeres mayores, las niñas, siempre han tenido una presencia importante en mi trabajo.

-¿Cómo ves todo lo que está pasando hoy con el movimiento de las mujeres?

-Fascinante. Es extraordinario que esté sucediendo esto. Qué suerte que pase ahora. Y que participen chicas tan jóvenes. Es un movimiento histórico importantísimo, al que apoyo absolutamente.

-¿Te han dado ganas de salir a sacar fotos?

-He tenido ganas, por supuesto. Pero me pasó que en los momentos más importantes estuve con gripe en cama. Pero hay tanto registro ya, que prefiero pensar cómo abordarlo de otra manera. Está la inquietud de participar de alguna manera. Me siento muy participante, aunque no he estado presente. Son apoyos incondicionales.

-¿Qué es lo que más te ha sorprendido del trabajo que estás preparando con niños y jóvenes transgéneros?

-Sorprende, por un lado, la resistencia de una sociedad a entender esto, a educarse sobre el tema, y por otro lado, me impresiona las familias que he conocido. El lado más opuesto del amor y la generosidad, porque he visto los dos extremos. Hay mucho que aprender, he estado en contacto con médicos. Es un tema que no es fácil, hay tanto tabú. Hay tanta represión extrema e ignorancia que uno queda helada.

-El escritor Álvaro Bisama comparó tu trabajo con la Mistral y Violeta Parra, como una obra que conforma un mapa de Chile, un espejo incómodo del país. ¿Lo sientes así?

-Cuando alguien lo dice así, uno piensa: ya estoy tan vieja y he hecho tanta cosa que de verdad hay una mirada que pasa por una cantidad enorme de temas, es cierto. Yo he trabajado sólo en Chile. Nunca he hecho nada afuera. Muchas veces, curadores me han dicho que yo tendría mucho éxito si me fuera a vivir afuera, pero no es mi idea ni triunfar ni tener éxitos. A mí me gusta mucho este país, yo siento que me falta mucho por conocer.

-Tu obra es reconocida afuera, recibiste el Premio Nacional, pronto se abre una retrospectiva tuya en el Bellas Artes, pero pareces una persona muy bajo perfil. ¿Cómo te tomas los elogios?

-No me siento muy cómoda públicamente, pero desde luego que tener ese premio es algo impresionante. También uno dosifica, pero no sabes cómo tomarlo. Aparte de estar muy agradecida.

-¿Te cuesta estar en el foco?

-Me cuesta mucho, trato de evitarlo lo más posible. No me siento cómoda. Hay gente que le gusta. Yo creo que soy algo tímida. Uno no sabe cómo tomarlo.

-¿La obra tiene que hablar por sí sola?

-Es la gran excusa que uno tiene a mano. Es como pánico escénico siempre.

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Foto: Pablo Sanhueza[/caption]