"Tengo grabado un momento en que pensé que me iba a morir", recuerda la montañista Patricia Soto (47), una mujer que convive con el riesgo, la adrenalina, pero también con la euforia y el deleite de llegar a alturas que muy pocos han alcanzado. Formó parte de la expedición "Chilenas al Everest" en 2001 y fue la primera en hacer cumbre del monte más alto del planeta. Es también la primera sudamericana que subió las siete cumbres más altas de cada continente. También cuenta tres ascensos a la cima del Monte Vinson, el más alto de la Antártica. Ahí tuvo su experiencia más límite.
Durante tres temporadas trabajó como guía en el continente blanco. En 2007 debía llevar a dos clientas al Vinson, lo que parecía una taza de leche para una mujer con su experiencia, pero cometió un error de principiante: se le quedó el GPS en la carpa. No pareció terrible en un principio, porque la ruta estaba marcada y llevaba un mapa, pero apareció el whiteout, una densa niebla que no deja ver: "Era como el viento blanco que mató a los militares de Antuco", dice. Intentó guiarse con la brújula y el mapa, pero, nerviosa, vio rodar las dos cosas por la pendiente. La radio no servía de nada: no tenía cómo explicar al campamento base dónde estaba.
"¿Qué hago?". Respiró profundo y pensó en alternativas: "¿Seguir caminando? Mala idea. ¿Esperar que pase la tormenta? Mejor. ¿Estamos bien equipadas para eso? Sí". Las tres mujeres se acurrucaron, tomaron té y se quedaron ahí. No recuerda cuánto tiempo pasó.
"Ahí dije: 'Me voy a quedar dormida y a lo mejor no despierto más'". Entonces se preguntó qué se piensa cuando uno se va a morir: ¿En los seres queridos? ¿Se repasa la vida? ¿En lo que no hizo? Se reprochó a sí misma no haber leído algún manual o un libro que le dijera en qué debía estar pensando en ese momento. Sin una respuesta, su familia desfiló por su cabeza y mentalmente se despidió de cada uno.
En eso estaba cuando se despejó la tormenta. "Ya sé dónde estamos", avisó por radio. En el campamento base tocaron ollas para orientarlas y luego salieron a su rescate.
Fue la primera vez que pensó "hasta aquí no más llegué", pero esa cuasi tragedia la convenció para continuar. "Aprendí la lección. Me enseñó a poner más atención, pero además, que estoy haciendo las cosas bien y que estoy preparada para algo así", dice. Aunque reconoce que cualquier otro en su lugar habría abandonado la actividad, "es ahí donde las personas somos diferentes. Yo soy como un mono porfiado".
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"Chilenas en el Everest" en 2001.[/caption]
Manejar el peligro
Patricia es asistente social y tiene un magíster en Ciencias Políticas en la UC, donde en 1990 se integró a la rama de montañismo. Poco a poco, la balanza se fue inclinando hacia el pasatiempo en vez de la profesión. Su dedicación a la montaña le ha reportado reconocimiento: fue elegida como la mejor andinista chilena por el Círculo de Periodistas Deportivos en 2007, y hace unos días, nominada al premio "Mujeres que dejan huella", iniciativa de Comunidad Mujer y un mall capitalino.
Vive en Coyhaique en una casa con la Patagonia a la vista. "Me gusta el contraste de esta región, porque miras el paisaje y nada es plano. No podría vivir en una casa donde me asome por la ventana y vea el edificio del lado".
Se reconoce "medio ermitaña" y al mismo tiempo una persona social. Se compara con un oso que hiberna, recarga energía y luego sale al mundo. Es divorciada y no tiene hijos. Pensó en ser mamá, pero postergó esa decisión por el montañismo y "después ya no fue no más. No quiero ser de esas personas que están esperando que su hijo crezca luego para dedicarse o retomar lo que les gusta".
La maternidad no es algo que le haga ruido, porque en su trabajo pasa rodeada de niños. Es instructora y educadora en National Outdoor Leadership School (NOLS), iniciativa que enseña técnicas de liderazgo y trabajo en equipo al aire libre, con excursiones a la montaña que pueden durar hasta seis meses. Su sede matriz fue fundada en 1965 en Wyoming, Estados Unidos, está en seis países, incluido Chile. La sede en la Patagonia abrió en los 90.
Una y otra vez le han preguntado por qué se dedica a esto y tiene la impresión de que el mundo no termina de entenderla.
Dice Patricia: "A veces, cuando me levanto a las dos de la mañana, estoy caminando cerro arriba y hace un frío de los mil demonios, también me pregunto ¿qué estoy haciendo acá? Podría estar en mi casita durmiendo, calientita y relajada, y estoy con el viento y el frío. Es medio ilógico. Por más que una busque una respuesta, la gente te va a encontrar loca igual. Yo sigo mi corazón no más".
Cuando te haces esa pregunta, ¿qué te respondes?
Que me gusta esto. Que me siento cómoda caminando, mirando los paisajes, sintiendo el viento en la cara, incluso cuando hace frío. Eso es, estoy viva. Esa es la sensación.
¿Qué lleva a una mujer a subir el Everest y las siete cumbres?
La curiosidad. Me gusta ver qué hay más allá, conocer qué hay arriba de las montañas o en la cumbre de un volcán, todos los cráteres son distintos. Por eso ahora estoy haciendo kayak, porque soy curiosa. También he buceado, porque quiero saber qué hay en el fondo del mar.
¿Y qué hay arriba?
Patricia lo piensa un momento. Sigue: "A mí me mata el paisaje. Ir subiendo y ver el amanecer es espectacular. La vista y el silencio. Por eso no puedo vivir en valles, me siento encerrada. Necesito espacios abiertos, mirar a la distancia. También hay una paz tremenda".
¿Qué te pasa con el riesgo?
Me gusta. Es un tema de adrenalina, porque el riesgo hay que manejarlo y eso es desafiante. Si voy a la montaña con niños hiperactivos y que van a andar saltando de un lado para otro, ¿cómo los manejo? ¿Cómo les enseño que tienen que prestar atención o que se pueden caer, sin impedir que lo pasen bien? ¿Los voy a dejar en su casa por temor al riesgo y sin vivir una experiencia maravillosa?
¿Cómo se enseña a manejar el riesgo?
Enseñando a observar, a tomar decisiones, a discriminar la información que tienes a la mano. Por ejemplo, saber leer el clima. A la gente se le olvida mirar con atención: a ver estas nubes, ¿qué pasa si están gordas y a baja altura? Aaah, hay lluvia. Mira, el viento cambió, ¿qué significa eso? Hay patrones que te van advirtiendo. ¡Observa los pájaros! Cuando viene mal tiempo en la Patagonia los cóndores empiezan a volar bajo, porque buscan guaridas donde protegerse. La gente dice que en el campo saben cómo viene el clima, pero porque prestan atención a las cosas. Eso es lo que enseñamos. ¿Quién es tu equipo? ¿Con qué ropa vas? ¿Cuánta comida tienes? ¿Se puede cruzar ese río por acá o busco más allá?
¿Aprendiste a convivir con el riesgo?
Hubo un momento en mi vida en que fue difícil, porque estaba siempre pensando que me podía morir. Es medio aterrador estar pensando en eso y te puede coartar, pero ya me relajé. Alguien me dijo una vez: no puedes caminar por un lugar riesgoso cruzando los dedos para que no te pase nada; tienes que tomar las medidas adecuadas para estar tranquilo y no dejarlo al azar. Por eso tenemos mucha planificación y observación. Siento que ya conozco el riesgo y estoy más cómoda con él, porque estoy consciente de mis capacidades.
¿Tienes un límite?
Cuando ya no estoy cómoda. No me quiero morir, no tengo ninguna intención de que eso pase. He tenido varios amigos que han muerto en la montaña y he visto el dolor en sus padres y es de terror. Creo que es natural que los padres mueran primero que sus hijos. No lo puedo controlar todo, pero no les quiero dar ese dolor a mis papás. Es una meta que tengo. Tampoco quiero morir en la montaña y que asocien mi muerte con un lugar que amo. No es culpa de la montaña o del mar, es culpa de una que se metió ahí.
¿Te paraliza esa posibilidad?
No, me ayuda a tener precauciones, a pensarlo dos veces. Hay deportistas que hacen cosas súper riesgosas que yo no voy a hacer, como realizar un ascenso sola en una montaña que tiene una pendiente de 70 grados. Ya no es para mí eso, no tengo la condición física, estoy harto más vieja y fuera de forma para eso, entonces ¿para qué? Si a eso le llamas paralizarse, sí, me paralizo.
Sin maletas
Patricia recuerda que en los 90 eran muy pocas las mujeres que, como ella, eran guías de montaña. La mayoría hacía otras labores, como estar en la enfermería o en la cocina de los campamentos. Por eso, cuando Vivianne Cuq la invitó a ser parte de la expedición al Everest, le dijo que sí sin pensarlo. Ella fue la primera en hacer cumbre, pero pese a que en las excursiones masculinas esa disputa provocó discusiones y peleas, asegura que para las mujeres no fue importante y que le quedaron otras cosas en la memoria: "Arriba del Everest se ve la curvatura de la Tierra. Vi musulmanes arrodillados orando en dirección a la mezquita, otra gente feliz tomándose fotos. De repente veo a la Cristina (Prieto) que venía llegando y le empiezo a gritar, y me hicieron callar, porque había gente orando (ríe). Ahí me acordé que no había avisado por radio que estaba en la cumbre".
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En kayak por los fiordos de la Patagonia.[/caption]
Asegura que no tiene una pizca de ego ni por el Everest ni por las siete cumbres. "Las montañas siempre han sido la excusa para viajar y conocer a la gente que vive en esos países. A veces, cuando estoy en la montaña, me recuesto en la tierra y siento que me voy a fundir, como si fuera parte de ella. Es medio místico lo que te estoy diciendo, pero es increíble cómo viajar te va haciendo entender el mundo de manera distinta. Me llama mucho la atención el tema cultural, los otros países… Me siento habitante del planeta, porque cada vez veo más similitudes que diferencias en la gente".
¿Qué piensas cuando estás en la montaña?
Si hay mal tiempo, pienso en que no se vaya a rajar la carpa (ríe otra vez). Ahora estoy súper preocupada por el tema medioambiental, porque veo el cambio climático, no me lo cuentan. Donde yo escalaba en hielo hace 15 años ahora hay pura piedra. Se retrocedieron los glaciares por las temperaturas y eso me da pena, porque los lugares que yo he visto no lo van a ver las nuevas generaciones y eso me parte el corazón.
Patricia dice eso y los ojos se le humedecen.
¿Has sentido miedo alguna vez?
Por supuesto. Siempre digo que el miedo es como un semáforo que tiene cada uno, donde se enciende la luz roja, amarilla o verde, y hay que prestarle atención. Alguien que anda por la vida sin tener miedo es peligroso, anda haciendo puras tonteras.
¿Le tienes miedo a la muerte?
No, para nada, porque cuando me vaya al cajón voy a descasar. He pensado seriamente mi epitafio: por fin viaja liviana. Siempre viajo con mucho equipo y cuando muera será un viaje sin maletas. No hay nada que necesite de este mundo. Viajar liviano debe ser fantástico.