Las horas pasaban y el alemán Joseph Hubertus Pilates yacía prisionero de los ingleses. Era la Primera Guerra Mundial y Gran Bretaña le había declarado la guerra a Alemania. Pilates, quien residía en el país enemigo, había sido catalogado como un posible espía, por lo que fue enviado al campo de prisioneros de Knockaloe, en la Isla de Man.
El hombre se entretenía observando, en especial a los gatos de la isla que eran expertos cazadores de ratones, pues era la única comida con la que podían sobrevivir en un lugar donde no abundaban los festines. Fue en ese análisis que Pilates se preguntó cómo los gatos continuaban elásticos y con energía si es que comían menos que los humanos.
Los gatos se estiran
El estiramiento. Pilates tenía conocimientos de gimnasia y había leído libros de anatomía y llegó a la conclusión de que, mientras los gatos no cazaban, estos pasaban un largo tiempo estirando sus músculos. Y, para comprobarlo en la práctica, convenció a sus compañeros prisioneros para comenzar a ejercitarse como lo hacían los gatos.
“Se volvieron cada vez más confiados y saltarines, como gatos. Terminaron la guerra en mejores condiciones que cuando comenzó e incluso, durante una gran epidemia de gripe, ninguno de ellos se enfermó” reveló unos años después en una entrevista con Sports Illustrated.
Después, Pilates fue designado para trabajar en un hospital de prisioneros y, con su descubrimiento, comenzó a rehabilitarlos e incluso a idear diseños de máquinas para las personas que, a raíz de la guerra, estaban inválidas y enfermas.
Al finalizar la guerra, fue liberado y regresó a Alemania, su país de origen, donde comenzó a enseñar los ejercicios que ideó en las celdas. Entrenó a inválidos, pero también a la policía y a bailarines.
Fue así como conoció a Hayna Holmes, una bailarina que emigró a Estados Unidos y que fue fundadora de la danza moderna norteamericana. De ella, aprendió que debía patentar sus ideas: la primera fue su famosa cama de ejercicios Universal Reformer en 1925.
Pero con los aires revueltos en Europa por el nazismo, decidió seguir a su amiga Holmes y se radicó en Nueva York, donde abrió su primer gimnasio: Joseph H. Pilates Universal Gymnasium. Ahí, patentó muchas otras máquinas y camillas y comenzó a entrenar a estudiantes con su propio método, bautizado como Contrología.
“¡Quieren ir a 600 millas por hora y no saben caminar!”
El boca a boca logró que Pilates saltara a la fama, pues la Contrología era un deporte que funcionaba y beneficiaba al control del cuerpo. De hecho, en 1962, se publicó un artículo donde, según el periodista Robert Wernick, la voz de Pilates era dura, germánica y cortante: “¡Americanos! ¡Quieren ir a 600 millas por hora y no saben caminar! Míralos en la calle. Agachados, tosiendo, ¡hombres jóvenes con caras grises!”.
“Al ejercitar los músculos del estómago, exprimes el cuerpo. No te resfrías, no te da cáncer, no te dan hernias. ¿Los animales tienen hernias? ¿Siguen dietas?”, continúo molesto. Y es que Pilates bebía un litro de licor al día y fumaba quince cigarros puro y aún así era saludable y tenía un cuerpo atlético. Estaba convencido de que el americano promedio no ocupaba toda la musculatura de su cuerpo y necesitaba su método para vivir mejor.
El legado que Pilates quería dejar era que la medicina incorpore oficialmente su método como uno de los principios de salud, pero no lo logró. Muchos años después, Pilates falleció por una enfermedad pulmonar.
Su esposa, una enfermera alemana llamada Clara Zuener, continuó por otra década el trabajo de Pilates junto con la bailarina Romana Zryzanowsja, quien después se convirtió en una de las mayores impulsoras de este deporte.
Joseph Pilates nunca dejó un testamento y, tras su muerte, comenzaron las discusiones para apropiarse de su nombre: la persona que pasó a ser el dueño de su estudio y el principal fabricante de equipos de pilates entraron en un juicio por ello, no obstante, el caso fue dirimido por una jueza que estableció que Pilates es un término genérico para identificar un método de ejercicio y que nadie lo puede monopolizar.