Para el caricaturista mexicano Gonzalo Rocha (53) la definición de "Señor Presidente" es la siguiente: "Muletilla del antiguo régimen que expresa nuestra actitud de sumisión (y conveniencia) ante el autoritarismo". Eso, al menos, dice el libro Corrupcionario mexicano (2006), que reúne a una decena de caricaturistas del país azteca y donde en cada página hay un compendio de frases para explicar la corrupción. Esa es la página 72 del instructivo. Al lado de la definición, hay un dibujo: Enrique Peña Nieto sacándose sonriente una selfie con el narcotraficante El Chapo, quien se ve serio en su rol de haber pasado a la historia como el más buscado del país.
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El monero Gonzalo Rocha.[/caption]
Abajo del dibujo, una cita textual de Peña Nieto: "Sería imperdonable que El Chapo se volviera a fugar. Misión cumplida".
El diálogo es real, la selfie es una licencia gráfica de Gonzalo Rocha.
Dibuja monos desde niño, aunque desde 1979 se los publican en medios. De burlarse del poder ha hecho toda su carrera. En Corrupcionario, por ejemplo, se ríe de la inconsistencia de Peña Nieto que capturó al Chapo y lo presumió en sus redes, mientras los crímenes de los carteles de drogas superan los cien mil sólo en el sexenio del saliente presidente. "Se preocupa de lo vistoso y deja de lado lo que puede realmente generar el cese de la violencia", dice Rocha.
En México, a los caricaturistas les dicen moneros. Y el monero Rocha -que trabaja hace décadas en La Jornada y en la revista Proceso- dice que el humor es fundamental en la política. En su último libro, La visión de los vendidos (2016), por ejemplo, muestra el sistema político con crudeza en más de 350 dibujos que repasan con sutileza y humor la actualidad. Esta cruzada suya y de sus compañeros moneros, dice, no es sólo para amenizar los temas densos de la agenda pública. También es por seguridad. Sí, seguridad. Al menos en un país como el suyo.
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El proceso de elecciones mexicanas, que se inició con campañas en marzo y finalizó el domingo pasado con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, representó un momento histórico para México donde la izquierda va a tener un lugar después de haber estado desde 1988 bajo el alero del PRI, partido del presidente saliente. Pero hay más: es también la puerta de entrada a un gobierno que quiere terminar con las persecusiones y el castigo que viven los medios de comunicación por informar la contingencia.
Eso, poder informar libremente, es vital para Rocha. Hoy es uno de los pocos que tiene una especie de fuero para hacerlo, a través de sus dibujos. El lugar que ocupan los caricaturistas en los dos medios en que él trabaja, lo llama "espacio libre". No pasa así con los periodistas. En los últimos seis años, 41 periodistas han sido asesinados y los ataques y amenazas contra la prensa suman 1.608. Las investigaciones periodísticas vinculadas a corrupción o narcotráfico son un peligro de vida en México. Por eso es que Rocha dice que dibujar política allí es mantenerse en coto seguro.
Él y los cinco moneros de La Jornada tienen la responsabilidad de no decaer en el humor gráfico, porque muchas veces se transforma en una vía para informar lo que las investigaciones periodísticas no pueden. Probablemente por eso han logrado sobrevivir, han podido sacar libros de sátira política e incluso tuvieron la libertad de celebrar el triunfo de López Obrador.
-¿Qué rol cumplieron los caricaturistas en las últimas elecciones presidenciales?
-Es importante entender que acá los medios de comunicación tienen una presión muy grande, porque una investigación les puede costar una persecución, una amenaza o la vida. Nuestro rol es tener ojos críticos para todo y todos, pero nunca olvidándonos del humor. En estas elecciones sí hicimos una crítica importante a López Obrador y el Partido Morena, porque por supuesto hay muchas cosas criticables, pero yo preferí centrarme en el apoyo presidencial al candidato oficialista y sus contradicciones. Peña Nieto quería dar pinta explícitamente de que era un ciudadano como cualquiera, de que no eran del PRI, su partido que se perpetuó por más de 20 años, considerando que siempre han estado en la burocracia. Todo fue muy oportunista. Esas contradicciones me interesaban más que criticar las del grupo de López Obrador.
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Un episodio emblemático del sexenio de Peña Nieto fue la fuga y la recaptura del Chapo.[/caption]
-¿Aportas en la información que da un periódico?
-Sí, claro. La labor de un caricaturista, al menos el rol que yo he cumplido, es criticar y burlarse de los que abusan de su poder. Ahí entran las legitimidades o ilegitimidades del poder. Nos debemos a criticar eso, el abuso de poder. La manera en que un poder va siendo ilegítimo, va abusando, se convierte en material para nosotros. Y no necesariamente es poderoso el Presidente, son poderosos los empresarios, los líderes, a veces los propios líderes de oposición.
-¿Existe un límite en el humor?
-A mí, por ejemplo, el humor sarcástico no me gusta mucho. Son pocos los casos en los que lo aplico, como cuando realmente el personaje te parece demasiado cínico y sí cabe que te mofes de él de manera más cruel. Generalmente no me gusta burlarme de las cosas que no tienen que ver en el asunto, como si alguien es gordo o flaco o si es calva, pero si ha cometido un acto de corrupción, le daré con todo, aunque todo referido al tema.
-O sea que tú al menos sí tienes un límite.
-Hay que ir viendo caso a caso. A veces son los mismos poderosos los que corren los límites.
Gonzalo Rocha hace memoria y recuerda un nombre que sonó en las últimas elecciones: Roberto Madrazo. En México, "madrazo" es una expresión cuando se habla de dar un golpe mortal de manera física o retórica. La Jornada, como decisión editorial, sugirió no hacer burlas con el apellido del candidato para no tratarlo de manera despectiva. Semanas más tarde, fue él quien utilizó su apellido como eslogan de campaña: "Dale un madrazo a la delincuencia". Ahí, dice el caricaturista, se abrió una compuerta inevitable de explorar.
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Cuando hacer humorismo -entendido como el modo divertido de presentar, enjuiciar o comentar la realidad- se dibuja, pasa por matices, cuenta Rocha, y hay un montón de decisiones que tienen que tomar. "A veces uno está luchando contra el clasismo y resulta que no te das ni cuenta cuando tienes hecha una caricatura clasista o de un político limpiándole los zapatos a otro político como queriendo decir que es el sirviente de otro tipo, pero ahí ya caes en una contradicción", dice. "Siempre hay que buscar otras maneras de hacer reír representando la realidad porque puedes caer tú mismo en un discurso clasista, racista o sexista sin darte cuenta".
-Has dibujado a Obama, a Peña Nieto, incluso al presidente electo López Obrador. ¿Alguna vez te han pedido que no hagas ciertas caricaturas o chistes?
-No. Por lo general, el de la caricatura es un espacio muy respetuoso de la libertad de expresión. No hemos tenido absolutamente nada de censura. Creo que eso pasa porque en el período de Peña Nieto murieron más de 40 periodistas. Está complicado ejercer una profesión que se vincule a temas políticos, y el dibujo es una manera de descomprimir eso que no se puede informar.
-Hace tres años asesinaron a doce personas, entre ellas los periodistas y caricaturistas, del semanario satírico francés Charlie Hebdo. ¿Podría ocurrir en México?
-No. Acá tenemos una especie de fuero. Lo que sí hemos visto son muertes de periodistas. Hace poco dos fueron asesinados y eran colaboradores de La Jornada. La primera fue Miros Las Babrich, una mujer que estaba reporteando en Chiguagua, y el otro caso, que salió en muchos países, es de Javier Valdez, a quien asesinaron principalmente por sus investigaciones sobre narcotráfico. En el caso de Proceso, una compañera de Veracruz también fue asesinada. Ellos son todos corresponsales.
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El amplio triunfo de López Obrador en las elecciones mexicanas con una campaña "limpia".[/caption]
-Llama la atención que en México hay información con altos costos pero humor sin sanción.
-Si cubres un tema presidencial hay más libertad que si vas a temas específicos o de delegaciones (municipios). El presidente no es tan fácil que te pueda mandar a matar, pero si estás en un periódico local en un pueblo hay que tener ciertos resguardos. En ese sentido, sí he sabido de casos donde han golpeado a caricaturistas o roto sus trabajos.
-¿Cómo es el panorama en el resto de Latinoamérica?
-He estado en encuentros donde he conocido a personas que hacen el mismo trabajo, pero son pocos. Hay pocos caricaturistas políticos en redacciones, pero he alcanzado a entender ciertas dinámicas de otros países. En Argentina funciona como una mezcla menos politizada tal vez. Es este humor tipo Fontanarrosa que sí es político, pero no necesariamente retrata a políticos. En México es mucho más de retratar al político y al presidente, porque es necesario que se haga.
-¿Tiene que ver con el sistema político que impera en cada país?
-Pues tal vez no tanto con el momento político. En México, desde que existió la prensa combativa que existe la caricatura como arma política. Es que la caricatura es un arma política. Pero eso es acá en México. Hace poco estuve con una caricaturista venezolana muy antichavista y antimadurista y la situación de ella no era más fácil que la mía porque sí hay más control sobre su trabajo. En Estados Unidos, en cambio, tienen libertad, pero no suelen estar en una redacción. Ellos venden sus servicios freelance y eso genera que parte de su negocio sea que el público esté de acuerdo con ellos. A mí, en cambio, me ha pasado que a veces se quejan porque me río de cosas que a la gente no le dan demasiada risa. Y está todo bien con eso.
-En una redacción se toman decisiones editoriales que tienen que ver con la información que se publica. ¿Qué tipo de decisiones tiene que tomar un caricaturista de temas políticos y actualidad?
-En un país violento como México, nosotros como caricaturistas nos hemos dedicado a luchar por las causas que creemos justas; criticamos los abusos. Por lo mismo, nos hemos ido ubicando a un lado político más cercano a la izquierda. Básicamente porque en un país tan conservador como México, es el pensamiento más liberal el que más se preocupa por una justicia social, por una equidad en un país tan desequilibrado y poco equitativo como éste, donde por un lado hay un grupito de hombres que están en las primeras listas de los hombres más ricos del mundo; y por otro, hay 50 millones de pobres. Y si hay que dibujarlo para que todos lo vean, pues ahí estaremos.