Su padre no quería que se marchara de casa, pero él sabía que ya era hora. Christian Cuevas tenía 29 años, una pareja estable y la casa que lo había visto crecer en Maipú ya se le había hecho pequeña y un tanto incómoda.
A pesar de todo el amor que sentía por su familia y lo agradecido que estaba con ella, necesitaba su propio espacio, privacidad y construir su hogar desde cero.
Pero cuando tomó la decisión, se encontró con un escenario inmobiliario hostil: para arrendar un departamento, requería acreditar un sueldo que sea tres veces mayor al mes de arriendo, un mes de garantía, medio mes del corretaje, un puntaje aceptable en DICOM, seis o doce liquidaciones de sueldo, contrato indefinido y un aval que cumpla con todo lo dicho anteriormente.
“Te están pidiendo literalmente casi 1 millón y medio, o 2 millones de una sola vez, que puede ser más dependiendo de la comuna que elijas”, dice Christian a La Tercera.
El joven estaba decidido a irse de casa, por lo que ocupó el dinero que había guardado después de hacer su retiro del 10% de la AFP en 2021. De otra manera, no habría podido cumplir los “imposibles” requisitos de arrendamiento e independizarse.
Cómo el desempleo incide en que a los jóvenes les cueste irse de casa
“La razón más importante podría estar vinculada a no poder encontrar trabajos estables”, comienza a explicar a LT la socióloga e investigadora del Centro Signos de la Universidad de los Andes, Consuelo Araos Bralic.
La experta asegura que en Chile existe una tasa creciente de desempleo, que se agudizó con la pandemia, y que se traduce en que a los hombres y mujeres jóvenes les cueste encontrar un trabajo, mantenerse en él y proyectarse para cumplir la amplia lista de requisitos que se piden al arrendar.
Esto, en un contexto donde el precio de las casas y departamentos en arriendo se ha disparado. Según un estudio de la corredora de propiedades Houm, el promedio de arriendo actual en la Región Metropolitana se sitúa en $501.160, mientras que el salario mínimo es de $460.000.
En palabras de Araos, se trata de un ámbito de mercado “muy restrictivo” que afecta transversalmente a jóvenes de sectores socioeconómicos bajo, medio y alto.
Así le sucedió a Nolasco Muñoz (34), oriundo de Quilpué. Cuando tenía 24 años, ya tenía un hijo con su actual pareja, pero cada uno vivía con sus familias. Él estudiaba de día y trabajaba de noche, ganaba el sueldo mínimo y, entre los gastos del bebé y los propios, el sueño de irse de casa era imposible.
Pero, además de querer vivir con su pareja y tener más privacidad, Nolasco buscaba escapar del lugar que, aunque le decía ‘casa’, no lo acogía en ningún sentido.
Tenía un padrastro con el que no se llevaba bien. A diario, pensaba en que tenía que irse de ahí, pero el no tener dinero era su principal impedimento.
“Estaba con esa ansiedad de escapar, pensaba que nunca estaría bien ahí. Mi pareja me apoyaba, me decía ‘ya va a salir algo mejor para nosotros’. Teniendo a alguien que te respalda y un hijo que necesita mucho de ti, me daba ánimo y me decía a mí mismo ‘ya voy a cumplir mi sueño, me iré de acá y voy a estar tranquilo, con mi familia’”, se sinceró.
Después de titularse como administrador de empresas, un golpe de suerte tocó su puerta y pudo encontrar un trabajo en minería. Con el ahorro de varios años de trabajo, finalmente cumplió los exigentes requisitos de arriendo y, junto con su pareja y su hijo, encontraron la paz que tanto querían.
Cómo la cultura familiar en Chile influye en la decisión de irse de casa
La investigadora Araos menciona que en Chile existe una cultura familiar donde, en general, el impulso de los adultos jóvenes en Chile no es tan fuerte como en otros países, como en Europa.
Existe una disposición en los padres chilenos de “retrasar el momento de la partida de los hijos y a hacer una transición mucho más suave y lenta hacia la independencia”.
Además, agrega que si bien antes la independencia sucedía cuando alguien se casaba y formaba su familia, esta es una realidad que cambió mucho con el tiempo. Los jóvenes prefieren tener un período de soltería después de estudiar o derechamente ya no quieren casarse.
Esto se ve reflejado en que cada vez más chilenos mayores de 31 años viven con sus padres. Al menos en 2015, gracias a la investigación del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la U. Católica, en el país se han registrado más de 900.000 personas en esta situación.
Aunque en el país, como en cualquier otro, existe una gama de distintas dinámicas familiares —funcionales o disfuncionales— en general la cercanía familiar es un aspecto en la vida que los chilenos suelen valorar con creces.
“En Chile existe esa valoración o relación familiar que se da mucho más, de cercanía presencial, de presencia física”, explica Araos.
Por ejemplo, Christian, después de encontrar un departamento y utilizar su reserva del retiro del 10%, optó por quedarse en la misma comuna donde viven sus padres para estar más cerca. Mientras que Nolasco decidió arrendar a tres cuadras de la familia de su pareja para poder seguir compartiendo momentos juntos.
Por eso, más allá de lo económico, también puede ser emocionalmente difícil separarse de los padres.
Eugenio Contreras es un joven chileno de 32 años que, al terminar de estudiar, no le complicó encontrar trabajo y ganar un sueldo que le permitiera irse de casa. Pero sus emociones fueron su principal obstáculo.
Durante su primera experiencia laboral, continuó viviendo con sus padres en la comuna de La Florida —lo que le permitió ahorrar, al no tener que gastar en arriendo—. Ayudaba en las labores domésticas y, según relata a LT, tenía una conexión muy cercana con su mamá.
Entonces le picó el “bichito” de querer estudiar en Japón, por lo que se fue a vivir a un departamento en Tokio, lejos de su familia. “Me sentía triste, me llenaba un sentimiento de culpa, de dejar a mi familia, más que todo a mi mamá”.
Los primeros meses fueron una “luna de miel”, pero el sentimiento de nostalgia y de pasar fechas importantes completamente solo, como Navidad, se apoderaron de él y, consciente de que su salud mental se deterioraba, decidió volver al país.
En paralelo a comenzar un proceso de terapia que le ha permitido mejorar, Eugenio arrendó un departamento a un par de comunas de su casa de infancia, pero incluso estando mucho más cerca de sus padres, seguía extrañándolos.
“Una vez llegué al departamento después de una visita de fin de semana y me dio tanta pena que me devolví a la casa. Mi mamá me preguntó qué hacía ahí, y yo me bajé del auto y la abracé y me puse a llorar”, cuenta el joven.
Qué es la reversibilidad en la independencia
“Yo creo que si termino con mi pololo, volvería a mi casa. No sé si me gustaría vivir completamente sola”, cuenta Mariana Levy, una publicista de 25 años que arrienda un departamento con su pareja en la comuna de Las Condes.
Se fue a vivir con él a principio de año, cuando encontró un trabajo con un sueldo estable. Ahora, se reparten los gastos a mitades, lo que le permitió tener independencia, pues destina menos de la mitad de su sueldo en vivienda y alimentos.
Aún así, según relata, se considera una persona muy “familiar”, por lo que le fue difícil dejar a su papá y a su hermano, con quienes antes estaba todo el día en casa.
“Hay algo que yo llamo la reversibilidad en la independencia. Es decir, jóvenes que se van a vivir con un amigo o se emparejan y se van un rato juntos para repartir los gastos, pero que si se separan, inmediatamente vuelven con los padres”, explica la socióloga de la Uandes.
Además, la experta agrega que “todo se vincula con todo, porque emparejarse o no de forma estable también tiene un correlato económico. En el fondo, para poder pagar lo que cuesta un arriendo, es mucho más fácil hacerlo entre dos o más personas”.
Aún así, contrario a lo que pasa en otros países, los padres chilenos suelen estar dispuestos a recibir de vuelta a los hijos.
En esta línea, para la socióloga existen algunos efectos positivos de que los hijos vivan con sus padres, como poder “acolchar” las crisis económicas o de salud. Además, quedarse con los padres puede ser una “herramienta” de los hijos para tener un ahorro más sólido antes de independizarse definitivamente.
Pero cuando comienzan a existir tensiones, como la falta de privacidad, la mala convivencia o, en caso de tener hijos, no poder educarlos sin que alguien más se entrometa, los efectos negativos pueden ser determinantes.
“En general los efectos van en dos direcciones. Por eso, las políticas deberían apuntar hacia allá: ofrecer oportunidades para que los jóvenes puedan optar, por ejemplo, a subsidios de arriendo e ir encontrando soluciones graduales que finalmente permitan una independencia más estable”, concluye la experta.