Qué es el dilema del erizo del filósofo Arthur Schopenhauer y qué dice sobre las relaciones humanas
El planteamiento del alemán ha sido interpretado desde distintas perspectivas, para así presentar reflexiones sobre los vínculos interpersonales y la soledad.
Fue la última obra Arthur Schopenhauer (1788-1860) la que le permitió ganar mayor reconocimiento y mantenerse como una influencia significativa para generaciones de escritores, pensadores y artistas.
El alemán, a quién se le atribuye ser el máximo exponente del pesimismo filosófico, publicó una colección de ensayos titulada Parerga y Paralipómena (1851), en la que presentó el llamado dilema del erizo.
Su nombre hace referencia a aquellos mamíferos que están cubiertos de púas. Sin embargo, Schopenhauer usó esa metáfora para referirse a las relaciones humanas.
A grandes rasgos, el pensador relata que, en un helado día de invierno, varios de estos animales se agruparon muy cerca el uno del otro, para así generar calor mutuo y evitar congelarse.
No obstante, pronto notaron que las púas de sus pares les causaban dolor, lo que llevó a que se separaran.
Aún así, ante el penetrante frío y la necesidad de calor, volvieron a unirse y, por ende, a sentir el dolor que les provocaban las espinas de los otros.
Bajo esa idea, Schopenhauer escribió: “Quedaron atrapados entre dos males, hasta que descubrieron la distancia adecuada desde la cual podían tolerarse mejor el uno al otro”.
Hasta ahí, se puede desprender del dilema del erizo que la vulnerabilidad es necesaria para entablar relaciones entre personas.
Sin embargo, aquello también aumenta el riesgo de sufrir dolores profundos.
Es por esto que, desde su perspectiva, vivimos “atrapados entre dos males”, los cuales serían el aislamiento y el peligro de resultar heridos.
“La necesidad de sociedad que surge del vacío y la monotonía de la vida de los hombres los une; pero sus numerosas cualidades desagradables y repulsivas y sus insufribles inconvenientes los separan una vez más”.
“La distancia media que finalmente descubren y que les permite soportar estar juntos es la cortesía y los buenos modales”.
“En virtud de ello, es cierto que la necesidad de calor mutuo solo será satisfecha imperfectamente, pero, por otra parte, no se sentirá el pinchazo de las púas”.
Sobre este último punto, en otras palabras, dice que no se puede satisfacer plenamente esa necesidad de calor (o relacionamiento) sin estar expuestos al dolor.
Arthur Schopenhauer también abordó el fenómeno de la autogeneración de calidez.
De hecho, afirmó que “quien tiene mucho calor interior propio preferirá mantenerse alejado de la sociedad para evitar dar o recibir problemas o molestias”.
Con ello aludió, en términos amplios, a que se puede encontrar en la soledad lo que se busca en los otros, a través de aspectos como el desarrollo del intelecto y la apreciación del arte.
En otro ensayo, el filósofo alemán redactó que “como regla general, se puede decir que la sociabilidad de un hombre es casi inversamente proporcional a su valor intelectual”.
Junto con ello, según rescató la BBC, dijo que la soledad puede ser “doblemente ventajosa” para las personas que son poco sociables.
“En primer lugar, le permite estar consigo mismo. Y en segundo lugar, le impide estar con otros, una ventaja de gran importancia, dada la cantidad de restricciones, molestias e incluso peligros que existen en toda relación con el mundo”.
Pese a que Schopenhauer es recordado como un exponente de la corriente del pesimismo, muchos han encontrado en el dilema del erizo un puntapié para reflexionar sobre cómo están desarrollando e interpretando sus relaciones interpersonales.
Y, además, cómo estas pueden cultivarse de una manera que no caiga en la idealización, el traspaso de límites o el inminente temor a enfrentar la soledad.
Algunas reflexiones sobre el dilema del erizo de Schopenhauer
La psicóloga y escritora Deborah Luepnitz tiene un libro que se titula Schopenhauer’s Porcupines: Intimacy and Its Dilemmas (Basic Books, 2003), el cual se traduce al español como “Los erizos de Schopenhauer: la intimidad y sus dilemas”.
En dicha publicación, la autora relata una serie de conversaciones con sus pacientes, en las que ha abordado el planteamiento del filósofo alemán.
Según asegura en su libro, individuos que ha tratado en su consulta le han dicho que les ha parecido “reconfortante” conocer el dilema del erizo.
En declaraciones rescatadas por el citado medio, Luepnitz afirmó que numerosas personas experimentan “la soledad como un fracaso personal más que como una condición esencialmente humana”.
Y, en ese sentido, “la parábola normaliza un problema que muchos consideramos como un peculiar defecto de carácter”, cuando en realidad no necesariamente es así.
A esto se le suma, según la psicóloga, que ha sido útil para retratar la importancia de los límites tanto físicos como emocionales en las relaciones entre personas.
El padre del psicoanálisis, el austriaco Sigmund Freud, también se refirió al dilema presentado por Schopenhauer en su escrito Psicología de las masas y análisis del yo, publicado originalmente en 1921.
En su texto, aborda el fenómeno de la “ambivalencia de los sentimientos” y afirma que dentro del amor hay odio y viceversa, por lo que no hay un afecto puro, según rescató la BBC.
Otra autora que ha abordado el dilema del erizo es la escritora del libro Eat, Pray, Love (Riverhead Books, 2007), Elizabeth Gilbert, quien se refirió al planteamiento de Schopenhauer en la serie This Emotional Life de PBS.
En sus palabras: “Los erizos que habían aprendido a generar su propio calor eran capaces de mantener la distancia más segura con otros, lo que no significaba necesariamente vivir una vida de aislamiento, sino simplemente no empalarse con otras personas”.
“El camino hacia eso es el secreto más cercano a la felicidad que he aprendido jamás”, aseguró la autora de dicho libro, que en español es conocido como Comer, rezar, amar.
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