Su nombre formal es Centro Penitenciario de Aragua, pero es mejor conocido como Tocorón, un nombre clave para hablar del Tren de Aragua.
El penal fue construido en 1982 para albergar a 750 reclusos, pero hoy, dependiendo de la fuente que se consulte, se estima que podría albergar entre tres y cinco mil presos.
La seguridad interna de Tocorón y todas las prisiones en Venezuela está a cargo de funcionarios del Ministerio de Servicio Penitenciario, mientras que la externa es tarea de la Guardia Nacional Bolivariana, que depende de Defensa.
Pero según advierte la periodista Ronna Rísquez, en su libro El tren de Aragua: la banda que revoluciona el crimen organizado en América Latina (2023, Planeta), hace tiempo que el Estado venezolano perdió el control de lugares como Tocorón.
“Al menos ocho de los cincuenta y tres penales venezolanos son controlados por los pranes”, dice la autora en referencia al acrónimo de “preso rematado, asesino nato”.
Tocorón, que toma su nombre del pueblo donde está ubicado, tiene una extensión de 2,25 kilómetros cuadrados y es la cárcel más famosa de Venezuela debido a que es el centro de poder del Tren de Aragua, un peligroso grupo delictivo que entre su portafolio de delitos se cuentan el tráfico de migrantes, secuestro, minería ilegal, sicariato, narcotráfico y lavado de dinero.
Y su rango de operaciones incluye a países como Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Chile.
La expansión del Tren de Aragua
En la cárcel de Tocorón están recluidos los líderes del Tren de Aragua, pero no es un sitio cualquiera.
Ronna Rísquez, conocida por ser parte del equipo de periodistas que trabajó en el proyecto de investigación Panama Papers, y que logró ingresar al peligroso penal venezolano, revela que tiene piscina, cajeros automáticos, parque infantil, casino, discoteca y desde allí, en celdas privadas a las que muy pocos tienen acceso, operan los criminales que crearon una tenebrosa red que ha extendido sus tentáculos hasta Chile.
Dice en su libro que Tocorón está a cargo del pran Héctor Rusthenford Guerrero, alias Niño Guerrero, un preso que está en la cima de la estructura criminal mientras paga más de 17 años por una docena de delitos, entre ellos homicidios y tráfico de drogas.
En su jerarquía hay luceros, que son los jefes de plaza, cobradores, administradores, pegadores y sicarios, los que matan, secuestran, cobran las extorsiones y hacen las tareas violentas.
Aunque no todos los presos de Tocorón son miembros del Tren de Aragua, la prisión es la principal fuente de personal para la megabanda.
“La lógica de los jefes es simple: las personas que salen de prisión no tienen recursos, a muchos los olvidaron sus familias y carecen de oportunidades laborales. ¿Quién le ofrece trabajo a un exconvicto? Bueno, es allí, en ese otro bache del Estado y de la sociedad, en el que los papás del Tren de Aragua encontraron una cantera para reclutar mano de obra que necesitan para sus operaciones en Venezuela y el exterior”.
En países como Chile, el Tren de Aragua ocupa fachadas para encubrir sus actividades. Dice Rísquez que el caso de las cien motos que compraron miembros de la megabanda en Tarapacá, para arrendarlas a inmigrantes venezolanos desempleados, que ingresaron de forma irregular y que las utilizan para trabajar como delivery, es demostrativo.
“La organización les promete ingresos hasta por seiscientos dólares, pero les quita un porcentaje por el alquiler de los vehículos”.
Aunque es complejo precisar una fecha exacta de cuándo comenzó la expansión internacional del Tren de Aragua, Rísquez reporta que el 2017 fue clave.
“Fue el año de mayor conflictividad política, social y económica de Venezuela, y cuando comenzó la tercera gran ola migratoria (...) Está claro que, en su internacionalización, la megabanda siguió la ruta de los migrantes venezolanos”.
La periodista apunta a tres factores como claves de la expansión: el deterioro económico de Venezuela desde 2013, la migración masiva de venezolanos y “las equivocadas políticas penitenciarias y de seguridad del Gobierno”, es decir, el Tren de Aragua llegó hasta Chile porque sus miembros se estaban quedando sin trabajo.
Cómo opera el Tren de Aragua en Chile
Citando a fuentes policiales, la autora del libro Tren de Aragua dice que las primeras señales del grupo en Chile se dejaron ver en Colchane.
Aquella ciudad de Tarapacá sería el punto de contacto más usado entre Pisiga en Bolivia y Chile.
Según Rísquez, a cientos de kilómetros de su país, los venezolanos que cruzan esa frontera siguen siendo las principales víctimas del Tren de Aragua.
Hace menos de un lustro, el grupo criminal comenzó obligando a algunos migrantes a transportar ketamina, una droga anestésica con potencial alucinógeno muy usada en la elaboración de tusi, la mal llamada “cocaína rosada”.
Luego comenzaron a forzar a mujeres a prostituirse en Chile y hubo denuncias que llamaron la atención de las autoridades: las personas que sometían a los migrantes tenían un alto poder de fuego, como fusiles y granadas.
Según una fuente de la periodista, el Tren de Aragua comenzó a traer mujeres jóvenes de 18 a 20 años hasta el norte chileno. Allí, “las instalaban en departamentos en buenos sectores donde las obligan a prostituirse bajo amenaza”.
“Les dicen que su traslado a Chile costó tres o cuatro millones de pesos, y que ellas están bajo su cobertura hasta que le terminen de pagar”.
Según un informe citado por la autora, la fiscalía de Tarapacá determinó que mensualmente las operaciones de trata podían dejar más de 37 mil dólares a la organización por cada plaza.
Solo en Iquique, por ejemplo, localizaron tres departamentos con cinco mujeres cada uno. Aunque según la investigación “la trata de personas para explotación sexual se ve con más fuerza de Santiago al sur”.
Sigue el dinero
El rastro de la ketamina llevó a las autoridades a detener a algunos de los cabecillas en Chile del Tren de Aragua.
Estrella, el alias de Carlos González Vaca, fue identificado como el líder del brazo operativo en Chile bajo las órdenes del Niño Guerrero.
Dice Rísquez que entre sus conclusiones, las policías determinaron que los miembros del Tren de Aragua transfieren montos pequeños —entre 300 y mil dólares— a través de colaboradores para disimular mejor sus envíos a Venezuela.
También, emplean criptomonedas para mover y blanquear el dinero sucio en cantidades más importantes, con las que incluso estarían adquiriendo propiedades en su país de origen.
Aunque el libro examina la presencia de la banda en otros países de la región, dos asuntos preocupan del capítulo chileno de la investigación del Tren de Aragua.
Primero, la periodista sugiere que el grupo criminal reemplaza fácilmente a sus miembros apresados. “Eso es como una empresa, ¿no? Si alguien ya no puede seguir trabajando, pues ponen a otro”.
Y finalmente, Rísquez lanza una advertencia: “el Tren de Aragua, que es decir bastante, no es la única preocupación de los organismos de seguridad chilenos. En busca de nuevos mercados para el tráfico de drogas y de armas, aterrizaron en su territorio los carteles mexicanos como Jalisco Nueva Generación y sus rivales del Cartel de Sinaloa. A eso se suma la violenta presencia de miembros del Clan del Golfo y otros grupos venezolanos como Los Valencianos, Los Gallegos y la banda de Richardi, el pran de la prisión de Tocuyito”.