La discusión sobre la realidad de los niños y jóvenes LGBTI (sigla compuesta por las iniciales de las palabras lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersex) socialmente apenas comienza y fue favorecida por la tramitación de la Ley de Identidad de Género. Pero aún hay desconocimiento, situación que también se vive en el sistema escolar.
Hoy, en los colegios hay más apertura hacia la diversidad, pero se ha avanzado poco en su reconocimiento. Y si bien existe integración de alumnos LGBTI, ello no tiene impactos visibles ni presencia a nivel curricular.
Así lo concluye el estudio Narrativas, prácticas y experiencias en torno a la identidad LGBTI en contextos educativos, encargado por el Ministerio de Educación (Mineduc) y la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (Unesco), y hecho por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación de la U. Alberto Hurtado (UAH).
El trabajo, el primero en abordar la realidad en el ámbito educativo en Chile, se hizo en ocho establecimientos de todo el país en 2017.
Existe más apertura, dice el estudio. Cada vez más se asume que la discriminación homofóbica y trans es incorrecta, y que estas personas tienen derecho a vivir su identidad de género, explica María Teresa Rojas, directora académica del Doctorado en Educación de la UAH, autora del estudio. "No te encuentras con opiniones de rechazo, como pudo ser 10 años atrás".
Y si bien a nivel de opiniones hay una evidente empatía, Rojas agrega que "cuando aparece un niño trans, toda la escuela se remueve".
En el espacio educativo hay desinformación, al igual que en el resto de la sociedad, advierte Rojas. "El nivel de desinformación es enorme, la gente es capaz de entender qué es la homosexualidad de hombres y mujeres, pero llega hasta ahí".
Beatriz Fernández, directora del programa de Pedagogía para Profesionales de la UAH y coinvestigadora, resalta que los esfuerzos inclusivos no están exentos de dificultades. Como el desconocimiento inicial para abordar el tema, "a veces ni siquiera hay un lenguaje para hablar de esto", dice.
Reconocerlo, señala Fernández, interpela normas y culturas hasta ahora habituales. Como, por ejemplo, dice, las bromas homofóbicas y el uso de uniforme para niñas y niños. "Son prácticas que las escuelas no se han cuestionado".
La voz del director
El actuar de la comunidad escolar, indica el estudio, está determinado en gran medida por el director del establecimiento. "Antes que los profesores, el rol del director es clave", dice Rojas.
La inclusión depende de si ellos asumen el compromiso de capacitar a los profesores y de poner en los manuales de convivencia la necesidad de respeto, señala Fernández.
Existe un prejuicio, agrega Rojas, de que se acepta la diversidad siempre y cuando sea privada. "El prejuicio es enorme. Se dice que cada uno viva su vida sin exposición pública, porque hay niños. Detrás de eso hay un concepto de que la orientación sexual se contagia". Por ello, dice, un director que entiende que "no se contagia" hace una diferencia relevante.
Para los adultos el tema resulta complejo, pero no para los alumnos. "Los estudiantes están abiertos al tema y tienen, obviamente, mucha más palabras para conocer una gama de situaciones que los adultos no tienen. Para ellos es una realidad más dentro de la sala de clases", dice Fernández.
Otro aspecto relevante de la investigación es que en los liceos públicos, si se conoce la realidad de niños trans, ellos viven los tránsitos de manera más explícita. "Pero no se da igual en otras instituciones, el liceo público tiene un mandato de inclusión que lo obliga a acompañar y entender", dice Rojas.
Microagresiones
El trabajo detectó que la violencia física extrema era excepcional. Pero notaron que persistían otras formas de discriminación más sutiles a niños y jóvenes LGBTI, como, por ejemplo, el humor.
El contexto socioeconómico de los centros educacionales, dice el estudio, condiciona el cómo la comunidad percibe a la población LGBTI.
Las situaciones más complejas se dan en zonas extremas y vulnerables, señala la investigación. "Es más desolador. No cuentan con ninguna red de apoyo y tienen niveles de desinformación más o menos altos", dice Rojas. Ahí emergen opiniones tradicionales y una condena pública a esa realidad.
Hay una serie de agresiones que la investigación denomina como "microagresiones", que permanecen pese al discurso de aceptación. "Tienen que ver con la burla, con el humor, con la forma peyorativa de relacionarse", aclara Rojas.
Alemka Tomicic, psicóloga y académica de la U. Diego Portales, añade que los colegios deben generar espacios seguros para acoger la diversidad sexual, tanto de los estudiantes como de docentes y las familias. "Un espacio escolar seguro es un espacio no discriminatorio, no violento, donde la diversidad se pueda expresar. Donde no haya diferencia en la posibilidad de ser educado y que no sean censurados", dice Tomicic.