*Esta columna aborda los resultados de la última Encuesta "Participación, jóvenes y consumo de medios", realizada por la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y Feedback. Para leer sobre ese sondeo, haga click aquí.
Los últimos días de 2018 escribí sobre la encuesta de Participación, jóvenes y consumo de medios. Hace un año la mayoría declaraba tener expectativas sobre un futuro más próspero que el de sus padres, el 85% pensaba tener casa propia y que los pobres podían salir de la pobreza "si se lo proponían". ¿Cómo? Quién sabe. Percibían una economía estancada y manifestaban una alta desconfianza hacia casi todo lo que conocemos como el mundo social, pero seguramente, ante todo, confiaban en sí mismos. Creían en un relato, aun cuando este no se sostuviera en la práctica. ¿Qué les preocupaba? Nada de manera exorbitante, pero su respuesta más recurrente fue la delincuencia. Y sabemos que esa es la imagen comodín cuando se está despolitizado.
Al menos la encuesta de hace doce meses no reflejaba una juventud especialmente rebelde, sino que sintonizada con la cultura-consumo. ¿Impulsivos, atrapados en sus pulsiones (como se dice hoy sobre ellos)? Eso es más probable, por cierto, como muchos adultos de estos tiempos. Porque la despolitización antes que deseos genera compulsiones que vuelven a las personas esclavas de los objetos y las formas de vida estandarizadas. Puedo sumar un dato clínico: si algo ha habido –quizás nunca ponderamos exactamente la gravedad de ello– es el sinsentido, evidenciando que no hay algo así como el hedonismo feliz. No es casual el altísimo consumo de tranquilizantes en jóvenes (cosa que solía ser un asunto de viejos).
La revolución de octubre, la nuestra, movió los gráficos de la misma encuesta en su versión 2019. Significativamente apareció una preocupación ya no por la delincuencia, sino por la desigualdad y el interés por las noticias políticas casi se duplicó. La mayoría muestra intención por participar en las votaciones por venir y apoya el voto obligatorio. Entonces no se puede decir exactamente que estén despolitizados. Otra cosa es cómo se politizaron. Si la expectativa es que hubiera una estampida hacia los partidos políticos, eso es no aceptar que estamos frente a un cambio de época y que las herramientas políticas del siglo XX no alcanzan.
La última década (datos del mismo estudio) muestra el desplome de la confianza en las instituciones y en los medios de comunicación. Hay un vaciamiento del lugar de autoridad. Nadie parece estar investido de la dignidad para representarlos, asimismo, tampoco se sienten identificados en el espectro político izquierda-derecha. Voy con un par de datos más sobre los jóvenes. En 2019 bajó el deseo de ser emprendedor -prefiriendo tener un contrato-, así como también la esperanza de acceder a una casa propia. No sabemos si este impulso político alcanzará para constituir un nuevo orden, pero al menos se pusieron realistas.
Diversos llamados a evadir, marchar, boicotear la PSU han usado la promesa "pasarás a la historia". ¿Por qué eso podría ser tan atractivo para una generación? Si se lee como se interpretan los síntomas, se debe entender que ser alguien para otros es más relevante que tener algo. Poseer un lugar en la historia compartida es una necesidad incluso más vital que lo material, porque es lo que nos constituye. Esa búsqueda de reconocimiento puede tener un semblante de irracionalidad, incluso tomar formas violentas y seguramente varias de las acciones basadas en ese anhelo no serán absorbidas por el proceso político institucional e insistirán en su sentido en la calle. Pero parte importante de la necesidad de reconocimiento político posiblemente será tramitada en la participación de la constitución de un nuevo pacto.
"Pensar sin barandillas" proponía Hannah Arendt en tiempos de ruptura radical con la tradición: cuando ya no hay categorías morales y políticas en las cuales apoyarse, más que nunca hay que tener el coraje de pensar. Pensar cómo darle dignidad a la política del siglo XXI.