Luis Cisneros fue un militar peruano, tan influyente como controvertido. Fue ministro durante dictaduras en su país, admiraba dictadores de países extranjeros y tenía fama de inflexible, de represor, de golpista. Cuando murió por complicaciones de un cáncer de próstata, su hijo Renato tenía 18 años. "Nuestra relación pasó por diferentes etapas. Al inicio, como en todo hijo, había fascinación de mi parte. Mi padre era importante, era famoso. No me hablaba mucho, pero me daba la suficiente atención. Más tarde la relación se volvió más tensa, más cargada, sin mayor diálogo. Creo que solo en los últimos años, cuando él ya era un hombre enfermo y yo estaba por alcanzar la mayoría de edad, pudimos sentirnos cercanos, amigos", recuerda.
Diez años después de esa muerte, Renato Cisneros sintió la necesidad imperiosa de investigar la vida de padre y escribirla. "Eso fue luego de una sesión de sicoanálisis que para mí resultó de una gran clarividencia. Quería saber quién había sido mi padre antes de que yo viniera al mundo", dice. Estuvo investigando durante ocho años, hasta que en 2015 publicó la novela La distancia que nos separa, que se transformó rápido en best seller.
-¿Qué cosas nuevas, sorprendentes, encontraste de tu padre?
-Muchísimas, pero la que más me conmovió fue la historia de amor con su primera novia. Ocurrió en Buenos Aires, donde él nació y creció. Un romance hecho de promesas y de correspondencias, pero finiquitado por la distancia. Un romance que tuvo algún tipo de rebrote posterior, muchos años después, cuando yo ya existía, lo cual me llevó a considerar un punto no previsto: ¿son nuestros padres y madres los verdaderos amores de su vida?
-¿Qué resultado emocional tuvo para ti este trabajo?
-Diría que aprendí a querer el lado más defectuoso de mi padre. Se pasó la vida instruyéndonos en cuestiones éticas, morales, hablándonos de la integridad, pero guardaba, como todos, enormes contradicciones. Esa es la parte que más amo de mi padre: la que él jamás hubiera puesto al descubierto.
-¿Eres más parecido a él de lo que pensabas, o todo lo contrario?
-Sí. Envejecer es exactamente eso: parecerte a tu padre. Soy distinto en mis ideas políticas y en mi concepción del poder -lo cual no es poco-, pero cada día descubro en mí más actitudes y manías suyas. Sigue siendo una figura dominante. Incluso ahora. Incluso muerto.
-Pero parafraseando el título, ¿cuál es la distancia que los separa?
-La distancia ideológica. La distancia generacional. La distancia física: yo no podría haber escrito este libro si él no hubiera muerto. Para que el libro existiera, para que la necesidad de escribirlo surgiera, él tenía que desaparecer.
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1982: Renato y su padre, en el velorio de su abuela. Foto: Archivo Renato Cisneros[/caption]
-Has dicho que escribir sobre tu padre fue además decisivo para desbloquear tu negativa a ser padre que siempre esgrimiste.
-Sí, porque escribir es mutar. Uno no es el mismo cuando acaba un libro así. Al terminarlo me fui despojando con naturalidad del ropaje de hijo. Quería ser algo más que eso. Me sentí entonces listo, recién a los cuarenta años, para atravesar el océano de la paternidad y tocar la otra orilla.
-Y no sólo te decidiste a ser padre, sino también a escribir eso. ¿Fue Algún día te mostraré el desierto más difícil que La distancia que nos separa?
-Fue un reto distinto. La novela sobre mi padre la empecé a escribir diez años después de su muerte. El diario sobre mi hija lo empecé a escribir apenas supe que sería padre. En un caso, la escritura fue muy posterior al evento. En el otro, fue casi simultáneo. Cada libro tiene una urgencia, una mirada distinta. Pero mientras el destinatario del primer libro, mi padre, nunca leerá lo que escribí, mi hija con suerte sí lo hará. Creo que recién entonces podré responder esta pregunta.
-En ese libro te muestras como un padre lleno de dudas, contento pero complicado. Inseguro, egoísta. Que cae en crisis. ¿Qué te pasó realmente?
-Lo que escribo es lo que me pasó. Aparecieron de golpe los fantasmas y me evadí de la realidad. Hui. Me cuesta hablar de eso. Por eso escribí el diario, para que esas páginas hablen por mí.
-Escribiste: "Varios amigos me decían que para ellos convertirse en padres fue como asomarse al borde de un precipicio. Para mí fue como saltar. Saltar con las manos abiertas y una venda en los ojos". Explícame eso.
-Es que es algo inexplicable. Algo que sólo sentirás el día que seas padre. Ese día sabrás a qué lado del abismo te encuentras.
-Escribiste el libro sobre tu padre para entender. Ahora, ¿escribiste este diario para salvarte en esa caída al abismo? ¿Lo lograste?
-Detrás de Algún día te mostraré el desierto persiste el deseo de confesarle a mi hija quién soy, quién fui antes de que ella apareciera y de tenderle una invitación (retórica) a conversar en algún futuro, en algún desierto. Es el diario de un hombre en crisis, pero también es una carta de amor.
-El libro deja un final abierto. ¿Qué pasó después? ¿Sigues vagando solo por apartamentos en Madrid, cargando dos maletas como un náufrago, o volviste junto a Julieta y Natalia?
-Eso te lo respondo, pero no aquí, sino en un bar, con dos cervezas de por medio.
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La distancia que nos separa
Algún día te mostraré el desierto