Mi mamá, Alicia Muñoz, me tuvo en Santiago el 28 de mayo de 1948, en el Hospital San Borja, cuando ella tenía 18 años. Entonces mi nombre era Rosa del Carmen Muñoz Muñoz. Nunca supe por qué nací ahí, porque la Alicia era la empleada de una familia en Talca. Se había criado en una parcelita en San Clemente. Era hija de un maestro mueblero que murió joven de algo al pulmón y su esposa, que no soportó la pena, le siguió meses después. La Alicia y otra de sus hermanas, las menores de ocho en total, terminaron en el Orfanato en Talca, donde estuvo desde los 5 años hasta que cumplió la mayoría de edad. Entonces comenzó a trabajar como empleada en la casa de la señorita Sarah Moore, cuyos padres habían llegado desde Liverpool. Algunas de las piezas de esa casa fueron parte de un colegio que enseñaba inglés y otras materias.
Pienso que fue en ese tiempo cuando mi mamá se embarazó. Ella me dijo que había conocido a un hombre alto, buenmozo y rubio en una parcela en la zona alta de Santiago. Pero yo creo que el encuentro fue en Talca y no sé si así era mi padre, porque soy morena como mi mamá, aunque cuando chica yo tenía los ojos verdes. La Alicia estuvo sólo para el parto en Santiago y volvió a trabajar como nana donde la tía Sarah, conmigo en brazos.
La tía Sarah era una gringa blanca y flaca. En su casa, mi mamá limpiaba y cocinaba; y en la noche compartíamos una cama en una pieza muy chica. En el colegio que funcionaba allí también hacían clases sus sobrinas veinteañeras, hijas de su hermana Lydia. Una de ellas, Maggie -a quien de guagua llamé Maña- se encariñó conmigo. Fue siempre una figura materna.
Cuando yo tenía tres meses, Maña y sus hermanas me empezaron a llevar a su casa en la calle 2 Oriente, que tenía grandes salones, jardines, chimeneas. Allí me convertí en una especie de muñeca para las jóvenes. Cuando cumplí ocho meses, la Alicia me dejó ahí. Incluso tan chica, yo ya entendía que me quedaría a vivir con ellos, porque mi mamá no podía mantenerme. Desde guagua sabía que no era mi familia, pero eso era mejor que ser hija de madre soltera y encima nana… No porque ser empleada no sea algo digno, sino porque era y sigue siendo un trabajo muy sacrificado, donde se gana muy poco. Y la Alicia tenía claro que tenía que sacarme adelante.
A Lydia le decía mamita y ella me decía "huachita". A su marido, don Arturo Carrasco, yo le llamaba Tata y era la figura paterna. Sus hijas e hijo pasaron a ser mis únicas tías y tío. Sus hijos se convirtieron en mis únicos hermanos o primos. Mi mamá me dejó en sus manos, pero iba a verme siempre con mucho cariño. Nunca me ocultó mi pasado y siempre tuve claro que yo era distinta. Para mí eran mi familia, pero siempre supe que era la hija de la nana. Recuerdo mi niñez como tranquila y regaloneada. Tuve los mismos privilegios y responsabilidades que todos; y mi mamita Lydia nunca dejó que me castigaran. "A las huachitas se las mima y protege", me repetía. Lo que sí me ponía intranquila era cuando llegaban visitas, veían a esta morenita con un apellido distinto y preguntaban de quién era hija. Entonces la mamita Lydia, el Tata o sus hijos –sólo dos tías siguen vivas, ahora con 94 y 89 años- no hablaban de lo que sucedió. Cuando cumplí cinco años, la Alicia se casó con el albañil Luis Alberto Rojas y desde entonces soy Rosa del Carmen Rojas Muñoz.
La mamita Lydia murió muy joven y me hizo mucha falta. La Alicia siguió presente como una hermosa madre que me llevaba regalitos, pero más que todo fue una amiga y confidente, que vio una oportunidad para que yo tuviera un mejor pasar que el de ella. Trabajó también como cocinera y una vez que se casó tuvo siete hijos -existe una Rosa también-, todos profesionales, que a su vez le dieron muchos nietos, con buenos estudios y trabajos. A la hermana por ese lado que más quiero es a Mary -Luz María-, quien viene a mi casa en Talca y me trata con la misma formalidad y cariño que la Alicia, la que murió de cáncer en Viña del Mar.
Nunca he tenido problemas en contarles a quienes me preguntan por qué mi apellido es distinto al de mi familia. Sí tuve una etapa de rebeldía cuando adolescente, porque aunque mi familia Carrasco Moore me puso en el mejor colegio pagado de Talca en ese entonces, el Instituto Santa Cruz, para mí era sólo un lugar de vida social. Pasé de colegio en colegio y me amenazaron incluso con internarme con las Monjas Francesas en Curicó o Constitución. Terminé en un colegio técnico en Santiago titulada de taller en modas. En el fundo de la familia en Curtiduría conocí a Patricio, mi primer pololo, con el que me casé -a la iglesia entré del brazo del Tata Arturo-, tuve a mis dos hijos y me separé a los siete años de un complejo matrimonio. Volví a Talca con mis dos niños a vivir con mi tía Mollie, hice mi carrera en la Seremi de Educación y me titulé de profesora en la Universidad de Talca. Me jubilé hace más de una década y cuando miro hacia atrás, veo el amor de la mamita Lydia, la incondicional amistad de la Alicia -yo también saqué a mis hijos adelante, uno abogado; el otro periodista- y el lazo único con mi querida Maña. Todas esas grandes mamás ya partieron. Estoy orgullosa y he tenido suerte siempre.
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