La británica Roz Savage -remadora, activista ambiental, escritora y charlista- es una celebridad del mundo de la exploración.
Pero no siempre fue así.
Era una ejecutiva top de Londres, una yuppie, cuando dio un vuelco completo a su vida. Se imaginó su obituario y vio que lo que había hecho hasta ese momento no tenía nada que ver con lo que realmente quería para su vida. Ya cerca de los 40, decidió cambiar todo y se lanzó al vacío. Decidió comenzar a remar, un deporte que nunca antes había practicado. Y su desafío fue uno inmenso: remar sola en los océanos del mundo. Lo hizo.
Logró cuatro récords Guinness de remo: incluyendo el de la primera mujer en remar sola a través de tres océanos: el Atlántico, Pacífico e Índico. Estuvo más de 500 días en el mar, sola, en un bote de 23 pies.
La Reina Isabel la nombró Miembro de la Orden del Imperio Británico por sus servicios de conciencia ambiental; las Naciones Unidas la eligió Héroe del Clima, y entre muchos honores, es Fellow de la Royal Geographical Society y del Club de Exploradores de Nueva York, y la revista National Geographic la eligió la Aventurera del año en 2010 y una de las 10 más importantes aventureras.
Pero más allá de los premios y reconocimientos, Savage encontró en estas travesías su identidad, y se graduó de experta en soledad, miedo y cambio.
Remando sola en el océano encontró lecciones y enseñanzas que hoy, en medio de la pandemia, quiso compartir con un libro que acaba de lanzar, llamado Los regalos de la soledad, sobre el que conversó desde su casa, en Gloucestershire, con Tendencias, vía Zoom.
"Me tomó mucho tiempo apreciar los regalos de la soledad. En el primer océano que crucé, el Atlántico, fue terrible. La primera parte del libro se trata de esa experiencia. Esos tres meses y medio y sentí que estaba sosteniendo mi cordura con la punta de los dedos. Realmente tuve que luchar mucho, lo cual significa que aprendí muchísimo. La soledad no me vino como un estado natural. Por eso escribí este libro, sentí que quizás estaba en una buena posición para ofrecerles a las personas hoy algún tipo de consejo, de alguien que aprendió a apreciar la soledad, pero que no fue siempre así”.
-Ha dicho que lo más duro de su hazaña no fue tanto la naturaleza, sino justamente estar sola… ¿Qué fue lo más difícil y por qué?
-La respuesta corta es que lo más difícil (de la travesía) fue lidiar conmigo misma. Mi propio cerebro y pensamientos. Los seres humanos somos generalmente criaturas sociales y supongo que antes había pasado algunos momentos de soledad cuando dejé mi carrera previa (como alta ejecutiva en Londres); había hecho algunos retiros en los que había empezado a sentirme cómoda. Pero el nuevo ingrediente cuando comencé a cruzar el Atlántico fue el miedo.
Veo ahora a nuestros políticos, y pienso: ojalá pudiera mandarlos a remar los océanos unos meses, porque cuando volvieran, se conocerían tanto mejor, y no necesitarían proyectar sus egos en las otras personas.
Roz Savage
-Algo que muchas personas están sintiendo ahora por el coronavirus.
-Sí, la combinación del miedo y la soledad es muy dura. Y, además, el tercer elemento que se agrega a esta crisis es la incertidumbre. Muchas personas no saben si tendrán trabajo, ingresos, si serán capaces de pagar el arriendo, o incluso comprar comida. Mira, cuando partí a mi primera expedición tenía tanta confianza de lo que iba a hacer, que a través de este viaje iba a poder aumentar la conciencia sobre los temas ambientales, que -de una manera un poco loca- pensé que iba a ser fácil. Yo era una buena persona, iba a hacer algo bueno, por buenas razones, y pensé que la madre naturaleza me iba a empujar en la dirección correcta. Y fue completamente distinto lo que pasó.
-¿Qué pasó?
-Al principio estuve muy frustrada, enojada, indignada. Me repetía una y otra vez que ¡no se suponía que fuera así! Estaba peleando todo el tiempo con la realidad. Y supongo que esa es la primera respuesta de los humanos cuando nos enfrentamos a situaciones desafiantes y amenazantes. Negación, y luego reacción de ataque o fuga, rabia...
-Y esto, además, usted lo hizo en real peligro de vida o muerte, cruzando sola el océano… ¿Qué hizo para salir de ese estado?
-Mira, fue casi como si el océano me hubiera golpeado hasta someterme. Finalmente ya no tuve más opción que aceptar lo que estaba pasando y decir: esto es realmente muy duro y me duele todo el cuerpo, mi equipo de música se echó a perder, esto es miserable, y permitirme a mí misma sentir lo que estaba sintiendo. Antes estaba diciéndome que debería estar contenta. Cuando pude aceptar que no lo estaba disfrutando y que eso estaba ok, pude seguir adelante. Hay que reconocer que está bien no pasarlo bien, y rendirse a eso. Luego hice un cambio. Cuando no puedes cambiar la situación, sí puedes cambiar tu actitud frente a ella. Y todo lo que aprendí en el Atlántico son variaciones de lo mismo. La realidad es lo que es. El punto es cómo puedo cambiar mis pensamientos sobre la realidad de manera que esos pensamientos me sirvan mejor.
-¿Qué quería lograr al cruzar estos océanos sola, en realidad?
-Mis dos objetivos principales eran visibilizar los problemas ambientales y también conocerme mejor a mí misma. Y supongo que salir de mi zona de confort. Y resulta que cuando estaba en el medio del océano, pasándolo muy mal y muy molesta, un día en un flash me di cuenta de que era lo que quería: salir de mi zona de confort. Que me sintiera así no significaba que estaba fallando, sino que lo estaba logrando, era exactamente lo que quería. Y cuando veo mi vida entera hacia atrás, veo que todos hemos vivido experiencias difíciles y desafiantes, y de esas aprendimos tanto, y casi nada cuando todo era fácil y feliz. Realmente fueron los momentos duros los que me hicieron la persona que soy. No encontré coraje, o fuerza o resiliencia hasta que tuve que desarrollarlos. Y espero que la gente pueda mirar en retrospectiva este coronavirus como algo que fue muy duro, que provocó mucho miedo, incertidumbre, pero sobrevivimos y ahora podemos saber que podemos sobrevivir a momentos duros.
-Antes de lanzarse a sus travesías, pensó que estaba lista para no ver a nadie?
-Pensé que lo había pensado. Cuando estaba en mi casa, practicando en mi máquina de remo, trataba de visualizar cómo sería remar a través del océano. Pensé que me había preparado y que había imaginado cada escenario, pero las cosas nunca pasan de la manera como crees que pasarán. Esto es bueno y malo.
-¿En qué sentido?
-Esto es algo de lo que escribí en el libro, los “miedos futuros”. Cuando estamos en tiempos inciertos, nuestra mente, nuestro ego, empiezan a imaginar todas las cosas malas que pueden pasar en el futuro: será terrible, un desastre, etc. Como ahora con el coronavirus, en que mis conferencias se suspendieron, y con ellas me gano la vida actualmente. Tuve que respirar y recordar que he estado en situaciones muy inciertas antes y que, de una manera u otra, siempre he encontrado una manera de salir adelante. Generalmente encontramos un camino. Pero es más fácil caer en la trampa de distraernos proyectando todo el miedo del presente en el futuro e imaginando que todo será un desastre, en vez de tomarlo “un día a la vez”. Yo cometía estos errores en el océano. De pensar que estoy cansada, estresada, y pensar que eso sería así en adelante. Y no es lo que pasó, pues encontramos maneras de lidiar con eso. Entonces no puedes multiplicar lo que estás viviendo en el momento y pensar que eso es el futuro.
-Pero en medio del pánico es natural…
-Sí, pero es más útil tener un enfoque que yo llamo bifocal, como esos anteojos con los que ves de lejos y cerca. Mirar a la distancia, y ver el fin, el destino, cuándo me podré relajar, mirar lo aprendido. Y con los otros lentes ver de cerca, qué debo hacer hoy mismo. Para eso, hay que tener claro qué puedo controlar y qué no, cuál es mi próximo paso, cómo tomo pasos diarios hacia esa visión de largo plazo. Porque podemos quedarnos atrapados en dramas potenciales, que pueden pasar en el futuro, pero, probablemente, no pasarán. Es una terrible manera de asustarte. Es cierto que es bueno pensar en los posibles problemas a futuro, para atraparlos antes de que crezcan, pero eso hay que hacerlo calmadamente.
Espero que la gente pueda mirar en retrospectiva este coronavirus como algo que fue muy duro, que provocó mucho miedo, incertidumbre, pero sobrevivimos y ahora podemos saber que podemos sobrevivir a momentos duros.
Roz Savage
-¿Por qué aparecen esos pensamientos en medio de la crisis?
- A nuestro cerebro le gusta el drama, le gusta crear crisis. Y es fácil quedar atrapado en esa necesidad del cerebro. A nuestra mente le gusta la certeza. Incluso esas teorías conspirativas que han aparecido obedecen a que a las personas les gusta tener una historia, un relato, sobre lo que está pasando. Y con el coronavirus no tenemos todos los hechos y datos aún, y empezamos a inventarlos. Pero eso no ayuda. Hay que lograr estar más cómodos con el hecho de no saber ni por qué pasó esto, ni qué va a pasar en el futuro, pero tener fe en uno mismo, de que tenemos los recursos y la fuerza para salir de esto, confianza en la familia y amigos, que nos apoyarán. Y poner el foco en las cosas buenas que puedan pasar. Existe el círculo de lo que podemos controlar, que es bastante chico, luego el otro círculo es el de los que podemos influenciar, y luego viene el más grande, lo que no podemos controlar. Es fácil quedarse atrapado ahí, ser un devorador de noticias todo el día, de redes sociales, lo último que está pasando en China y Estados Unidos, y quedarse pegado. Pero eso crea mucho estrés porque es justo lo que no controlamos para nada.
-Usted ha dicho que la ayudó mucho en sus días de soledad el tener una rutina fija. Pero a la vez hay que ser flexibles y aceptar el no control frente a lo que va pasando. ¿Cómo se logra equilibrar eso?
-Bueno, es algo que se aplica bastante a lo que vivimos hoy. A los humanos nos gusta mucho tener un plan. Yo tenía un plan muy específico antes de lanzarme al mar, con metas, plazos, etc. Y la naturaleza se me apareció y me dijo: ¡No, eso es lo que tú crees! La naturaleza no respeta los planes humanos. Hace lo que hace. Y los humanos hemos tenido mucha arrogancia, pensamos que estamos en control y manejando este planeta, y realmente no es así. Ahora es un muy buen momento para desarrollar un poco de humildad y reconocer que aunque pensemos que hemos conquistado a la naturaleza y estamos a cargo, no es así y estamos sujetos a la fuerza de la naturaleza. Y hay que respetar eso.
-¿Y cómo armaba su rutina?
-En las primeras etapas de la travesía estaba tan sobrepasada con este desafío enorme, que caí en una especie de depresión. Y empecé a saltarme sesiones de remo. Me sentía cansada y decía: voy a tomarme un descanso breve, y después me pongo al día, cosas así. Y eso tenía un muy mal efecto en mi actitud y mi sensación de bienestar. Finalmente me di cuenta de que después, lo que iba a querer era mirar esos momentos hacia atrás y sentirme orgullosa de que yo estaba ahí, presente, aunque las cosas no fueran saliendo como yo esperaba. Que igual había estado ahí, manteniendo la disciplina y haciendo mi trabajo, no importaba lo demás. Estar ahí y hacer mi trabajo como remadora era lo principal, pues era lo que yo podía controlar. Y eso fue muy importante. Cada día de la pandemia lo aplico. Cada día medito, hago ejercicio, me ducho, me visto y maquillo, me pongo a trabajar y eso me hace sentir disciplinada y entera. No quiero imponer una idea a nadie, cada cual sabe lo que le hace bien. ¡Pero a mí no me hace bien sentir que pasé todo el día en pijama! Tener una estructura para el día ayuda, es parte del círculo de control, del poco que tenemos, incluso a los que están encerrados con niños, a ellos les hace mejor la rutina y disciplina alrededor y mantener un patrón diario.
-Finalmente, ¿cuál es el regalo de la soledad?
-Hay varios. Uno muy grande es aprender a aceptarte a ti mismo. Ninguno de nosotros es perfecto. Yo tengo un muy potente crítico interior, que muestra siempre lo que no está bien, mis fallas y deficiencias, y a lo largo de los años he mejorado algunas, pero otras no. Y estoy en paz con eso. Aprendí a ser capaz de decir: no soy perfecta, pero hice lo mejor que pude, traté muy duro, y estoy ok con eso. La mejor manera de conocerse a uno mismo es cuando estamos solos. Después de eso, podemos respetarnos. Veo ahora a nuestros políticos, y pienso: ojalá pudiera mandarlos a remar los océanos unos meses, porque cuando volvieran, se conocerían tanto mejor, y no necesitarían proyectar sus egos en las otras personas. Estarían más contentos en su propia piel, y no necesitarían probarse a sí mismos a través de la dominación de otros.