Hace dos semanas, la oscuridad que rodeaba a Ruth Olate (58) la hizo concentrarse, dentro del Centro Cultural Matucana 100, en la única luz que tenía frente a sus ojos. Allí, bajo los focos y sobre las tablas, había un grupo de actrices representando a un sindicato de asesoras del hogar. En la escena se replanteaban las vejaciones que habían pasado y las precarias condiciones laborales con las que lidiaban diariamente. Casi al final de la obra, el diálogo de injusticias y miserias alcanzó su punto cúlmine: la presidenta del sindicato, la mujer corajuda y líder que había cohesionado al grupo, anuncia a sus compañeras que tiene cáncer. El mundo a todas se les vino abajo, y Ruth Olate se largó a llorar.
-¿Por qué se emocionó?
-Me acordé cuando reuní a todas mis compañeras para contarles que tenía cáncer. Les pedí que no lloraran conmigo, porque me iba a hacer peor. De a poco se acercaron y me fueron abrazando. Ellas me apoyaron inmediatamente. Esta enfermedad es tremenda.
Ese día, recuerda ella, había 50 mujeres dentro del sindicato, ubicado en Santiago Centro, que además funciona como hogar temporal para mujeres que trabajan puertas adentro y no tienen dónde ir los fines de semana. Ahí mismo vive Olate y tiene su oficina. Al Sintracap (Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular) llegó en 2006, y dos años después se convirtió en la presidenta, cargo en el que sería reelegida cuatro veces. Antes de eso, peregrinó por diferentes organizaciones sindicales que le dieron una guía sobre cómo mejorar las condiciones laborales de ella y, sobre todo, de un grupo de mujeres que conoció en Osorno en un viaje con sus empleadores. Estando allá, Olate recuerda que una de ellas le dijo: "¿Usted sabe que acá las asesoras del hogar ganan mucho menos que usted?". Ella le contestó, en broma, que crearía un sindicato.
Convencida, entró a estudiar tercero y cuarto medio. Dio la PSU y reunió información para poder representar al menos a sus compañeras de labores en Santiago. Escaló rápido. "Conocí a Aída Moreno, mi mentora, que me amadrinó y me mostró cómo funcionaba el mundo sindical. Ahí descubrí el Sintracap, que entonces tenía 60 años, y me di cuenta de que el trabajo era muy interno, no se exteriorizaba", recuerda Olate. Vinieron jornadas de formación que duraban días, viajes dentro y fuera del país, y ser nombrada una de las secretarias generales de la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (Conlactraho), que reúne a 15 países.
Ese año, 2006, Olate renunció y no volvió a ejercer más como asesora del hogar.
-¿Qué cosas aprendió de la intimidad de trabajar en la casa de otras personas?
-Muchas cosas. Primero, que normalmente una se lleva mejor con los empleadores que con la empleadora, porque ellos nunca dicen mucho. Pero creo que el empleador es el que envía a la señora a pelear con una cuando es necesario. También aprendí que no es bueno estar mucho tiempo en una casa.
-¿Por qué no?
-Porque uno se acostumbra a los niños y es doloroso irse y tener la mala costumbre de pensar que los niños son de una. Cuando las trabajadoras son mamás es cuando más se aferran a ellos, porque ese cariño que no les pueden dar a sus hijos se lo dan a los niños que están cuidando. Y las que no son madres proyectan esa maternidad y se confunden.
Ruth Olate tiene seis hermanos. Su padre murió cuando ella era pequeña. Su madre murió hace 20 años de un cáncer al hígado. No tiene hijos, no tiene marido. Una sobrina es lo más cercano que ha tenido a un niño. "Por eso sé lo que es encariñarse con un niño y tener que separarse", dice.
Por lo mismo, el sindicato ha sido no sólo la consolidación de un propósito, sino que el lugar donde encontró compañía: un grupo de mujeres en su misma situación. "Gracias a esto hemos mejorado condiciones laborales, de contrato, y entré al Consejo de Observadores Ciudadanos en 2015, en el gobierno de Michelle Bachelet, para velar por la transparencia de los procesos que se vivían en el país".
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Cuenta Ruth Olate: "Al principio salí electa presidenta del sindicato por un periodo de dos años con la mayoría de los votos. Todos los periodos duran dos años, pero yo ya llevo diez. Pero ahora, por mi enfermedad, tendré que dejar el cargo, porque me cuesta mucho pese que el sindicato es lo que hace que se me olvide que estoy enferma. Tengo cáncer de mama en etapa IV y mi enfermedad va de mal en peor. No puedo pensar que voy a continuar".
-¿Qué ha sido lo más difícil de trabajar con cáncer?
-Que tuve que bajar al 50%, si es que no es menos. Si antes me pasaba todo el día de reunión en reunión, hoy lo hago mucho menos. Una o máximo dos al día. Me canso. La droga me da taquicardia, se me acelera el corazón. Esto es progresivo. Ahora tengo tres tumores en las costillas y dos en las vértebras, entonces se me daña la cadera y como consecuencia ando cojeando. Para cuidarme, camino poco. El otro tumor lo tenía en la cabeza, pero me lo encapsularon. Por suerte reventó hacia afuera. Hoy siento un poco de dolor en el casco; espero que no sea nada. Con el cáncer nunca se sabe. Me hicieron un escáner y el jueves tengo médico para darme los resultados de los exámenes que me hice hace dos semanas atrás.
-¿Cómo partió la enfermedad?
-Empecé a sentir en una pechuga una pelota que me iba creciendo, pero no le presté atención. Poco después me dio un coma diabético y le conté al doctor sobre esta pelota que tenía, y le pedí que me hiciera una interconsulta para hacerme una mamografía. Por eso fui al médico.
-¿Y luego qué pasó?
-Me dieron reposo en la casa. Me atendieron, me trataron de regularizar la diabetes, pero empeoré. Esto pasó justo cuando me nombraron parte del Consejo Ciudadano de Observadores. Ese mismo mes caí en cama. Un mes después me hice una mamografía y luego me llamaron para hacerme una ecografía mamaria. Sabían que tenía algo, pero no me decían qué. Entonces me enviaron a hacerme una biopsia.
Al día siguiente la llamaron de urgencia para buscar los resultados de sus exámenes en el Hospital San Borja. El diagnóstico era claro: un cáncer de mama en el último grado de los cuatro existentes. Esa fue la primera vez que un doctor le habló directamente de la enfermedad. Ella inmediatamente pensó en su madre que había muerto de cáncer hace 20 años y familiares que habían padecido lo mismo, aunque en otros órganos del cuerpo. "Al principio no me dolió tanto la noticia. Pensé ¿por qué yo no?", recuerda.
El dolor vino después.
-¿Cuándo se dio cuenta de que no era un cáncer que pudiese ser extirpado completamente?
-Cuando empecé a tener dolores en la espalda. Esa segunda vez que fui al doctor para hacerme más exámenes fue muy triste porque sabía que algo malo venía y eso no lo soporté. Y todavía no lo soporto. Me refiero al segundo diagnóstico. Yo me di cuenta de que salieron malos los exámenes porque tengo una sobrina que es tecnóloga y que los vio antes que el doctor me atendiera.
-¿Qué pensaba en ese momento?
-Fue terrible para mí, no lo podía creer. Pensé que tenía tantas cosas por hacer. Además, desde un principio pensé "ya, me sacaron el tumor, me hicieron la operación, todo salió". Imaginé que todo había terminado y que sólo fue un mal rato superado. Pasó un tiempo desde que me enteré que esto había empeorado hasta que los doctores lo confirmaron. Mi sobrina vio el cintigrama que me habían realizado en febrero del año pasado y me dijo que yo tenía cáncer óseo, pero los médicos me lo dijeron recién en agosto. Para entonces ya tenía una de mis costillas totalmente afectada y tuve que empezar las quimio y radioterapias.
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-Le detectaron el cáncer mientras estaba en el Consejo Ciudadano de Observadores. ¿Cómo reaccionaron las autoridades respecto a su enfermedad?
-Superbien. Me impresionó que desde el gobierno tuve mucho apoyo, incluso de la Presidenta que me escribía cartas cuando estaba hospitalizada para enviarme saludos, fuerza, que me mejorara. Estaban pendientes de mí, me cuidaban. Lo mismo hacía el ex ministro Nicolás Eyzaguirre, que estaba pendiente de mi estado de salud. También recibí apoyo financiero de parte de quienes entonces eran las ministras y subsecretarios. Fe superlindo porque ese apoyo se complementó con actividades que hacía mi familia y que han hecho las chiquillas del sindicato para recaudar fondos. Es bueno estar tan rodeada de todos ellos. Son mi soporte.
-¿Ha reflexionado sobre el no haber querido tener hijos?
-No, porque eso fue una decisión propia.
-Hay quienes creen que para estas circunstancias tenerlos se vuelve útil.
-No ha sido un tema, simplemente porque no los tuve; entonces no sé cómo habría sido tenerlos. Me daba más miedo tenerlos soltera. Desde chica vi que todas las niñas dejaban a sus hijos con sus mamás y con sus hermanas para salir a trabajar, y eso no es lo que yo hubiese querido. Tener un hijo para dejarlo con la familia no tiene gracia. Ahí dije que no, que no iba a tener hijos ni me iba a casar, porque nunca vi un matrimonio feliz. Lo que menos quería en mi vida era sufrir. Mejor sufro solita y tengo un núcleo familiar que se preocupe de mí. Soy la tercera de mis hermanos.
-¿Tiene algo pendiente en la dirigencia?
-Ponernos a trabajar con este gobierno. Ya se le envió una carta al ministro del Trabajo para que podamos seguir trabajando. Nuestra meta ahora es trabajar en una fiscalización efectiva, un seguimiento en los contratos, un seguro de cesantía que aún no tenemos.
-En noviembre son las elecciones del Sintracap y usted quiere dejar la dirigencia. ¿Le preocupa que su salida signifique un retroceso?
-Sí, me da temor. Ahora estamos buscando una compañera que continúe la pega que se ha hecho en todo este tiempo, pero no hemos encontrado a alguien todavía.
-¿Cómo se sostiene económicamente?
-Me apoyan mi familia y mis compañeras. Mis hermanas son felices con todas las cosas que yo hago. La Viviana, con quien vivo en el sindicato, también se preocupa y le manda WhatsApp a las compañeras que me acompañan en viajes o que andan conmigo para que me cuiden.
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-¿Cómo se ha visto afectado su día a día?
-Me canso mucho. Me cuesta caminar desde una puerta hacia otra en el sindicato. Cuando ando en lugares exteriores, tengo que andar pidiendo silla. Hoy mis rutinas son ir a las reuniones, donde hago todo lo que puedo, y cuando terminan, me voy a descansar. Mis amigas y familia me retan, me dicen que me quede quieta, pero yo no puedo. Este primero de mayo, por ejemplo, iré a marchar igual.
-¿Y cómo, si no puede caminar?
-Mis compañeras me consiguieron una silla de ruedas.
-¿Qué hará al dejar la dirigencia?
-Me iré a la casa de una de mis hermanas a Santa Juana (VIII Región), de donde soy realmente. Además, todavía me quedan dos años en la Conlactraho y por eso voy a tener que seguir viajando, pero ahora desde el sur.
-¿Por qué sigue trabajando?
-Porque así me olvido de mi enfermedad.
-¿Le tiene miedo a la muerte?
-No le tengo miedo a la muerte, porque creo que es un traspaso. Cuando muera voy a pasar a otro estado, me voy a convertir en otra cosa. Lo que pienso siempre es que Dios debiese acordarse de mí. Me aferro a eso, porque he dejado de creer en muchas cosas.
-¿A qué se refiere con que Dios debiese acordarse de usted?
-Yo no creo que me vaya a mejorar del cáncer. Eso no es algo que pueda ocurrir. Cuando la gente cree que se está mejorando, recae. Por eso cuando me dicen que me haga una terapia de tal o cual tipo, me niego. Sólo pido no enfermarme más o empeorar en el corto plazo.
-¿Ha sacado algo en limpio sobre su vida?
-Estoy agradecida de todos los que me han ayudado. No lo imaginaba. Tampoco que iba a llegar a la dirigencia de algo tan importante. Algo que me gustaría dejar como legado es la voluntad que he tenido. En este tiempo he aprendido que no porque esté enferma tengo que dejar de hacer las cosas que me gusta hacer. En la vida una se limita mucho, y no debería ser así. Día a día tengo mucha, mucha pena, pero tengo todas las ganas de seguir trabajando y ayudando a mis compañeras. ¿Qué he sacado en limpio? Que la pena se combate realizando cosas que nos hacen felices.