Era enero de 2014 y estaba descansando en el patio de mi casa. Sonó el timbre y sin polera ni zapatos salí a ver quién me visitaba. "Samuel López queda detenido. Una vecina lo indica como el autor del disparo de la noche de Año Nuevo que impactó en la cabeza de una niña", me dijeron tres oficiales de la PDI. "Están equivocados" les respondí, pero igual me llevaron detenido, acusado de homicidio. Al día siguiente en la audiencia me otorgaron prisión preventiva.
Esa noche la pasé en Santiago 1, donde supuestamente iba a estar ochenta días mientras duraba la investigación. Me acuerdo de que cuando me dijeron que iba a la cárcel, pensé: "Adiós a mi vida, de acá no salgo". Yo sabía el peligro que corría, porque como supuestamente había matado a una niña de siete años, eso se castiga entre los mismos presos.
Llegué a una celda que no medía más de cuatro metros cuadrados. Tenía una litera sin colchones, un velador, un baño y una ducha. Ahí estuve casi dos años, sin condena, y acusado por un balazo que no había disparado. Lo que más me llamó la atención era el hacinamiento y la cantidad de basura; éramos como diez y la mayoría dormía en el suelo. La golpiza que más me dolió fue a las dos semanas de haber ingresado. Esa tarde había salido en la televisión un reportaje que se titulaba "La primera bala loca de 2014" y que mostraba mi cara. En la noche llegaron varios reos a pegarme con palos. Traté de arrancarme, pero estaba todo cerrado. Me tiraron al suelo y entre diez me golpearon hasta quebrarme los dientes.
Yo sabía que estaban equivocados; nunca he tenido un arma y la PDI no encontró nada en mi casa. Jamás he tenido antecedentes, pero aun así fueron tiempos muy difíciles. Dentro de la cárcel tenía que pagar para tener más seguridad, y afuera tenía que seguir manteniendo a mi mamá y mi abuela. Así gasté todos los ahorros que había reunido para comprarme una casa. Ahora que ya soy libre, estoy muy endeudado.
Cuando llevaba un año preso, una abogada de la Defensoría Penal Pública tomó mi caso. Ella fue quien me sacó de la cárcel. Se dio cuenta que era inocente y que las pruebas no eran suficientes. La vecina que decía que me había visto disparar se retractó y sin ese testimonio quedaba más que claro que yo no era culpable. Ahí me dejaron libre. Me acuerdo cuando salí de Santiago 1; fue el 17 de junio de 2016, era de noche y afuera me esperaba mi familia. Crucé las rejas corriendo con una bandera de Chile y los brazos hacia el cielo. Nos abrazamos y lloramos, porque al fin se había hecho justicia.
Cuando salí tenía miedo. Estuve tres meses encerrado en una pieza de la casa donde vivía mi abuela. Veía a alguien de la PDI y me metía para adentro. No salía a la calle; ni siquiera me atrevía a ir a la esquina.
En el momento en que decidí rehacer mi vida y levantarme a buscar trabajo me encontré con una nueva barrera. Yo creía que se había acabado el sufrimiento, pero no. El mayor desafío de volver a la calle fue decirles a todos quién soy, empezar de cero y que la gente supiera que no hice nada, porque todavía hay gente que puede creer que yo disparé esa bala. Ahí está lo difícil, que me crean. No tengo ningún antecedente, no lo tenía antes de la acusación y como está comprobado que no hice nada, sigue todo en blanco. Pero cuando postulo a un trabajo lo primero que hacen es buscarme en Google y leen que fui acusado de homicidio. Al tiro me miran como si fuera un criminal y por eso no me dan trabajo.
En uno de los lugares en que estuve no tenían idea y por eso me contrataron. Pero mi jefe eventualmente se enteró de lo que me había pasado y me despidió. Les da susto, creen que soy malo, que soy delincuente y no es así.
Yo antes vivía tranquilo, era conocido por mis logros y ahora donde voy me conocen por esto. Todo lo que hice años antes murió; todo mi esfuerzo no sirvió de nada. Ahora empecé desde cero y mientras sigan las acusaciones en internet no tengo nada. Cuando busco mi nombre me veo ahí, en primera plana y hasta con foto. Me da rabia porque lo que más quiero es salir adelante. Quiero que se borre de internet, de Google, de todo. Que no exista Samuel López.
Mi vida antes era feliz, me iba a casar y tenía plata ahorrada para comprarme una casa. Trabajaba de maestro de cocina y era reconocido entre mis colegas. Ahora vivo en una población peligrosa en La Pintana, arriendo una pieza y desde ahí escucho los balazos en la noche. Soy más fuerte, no confío en nadie y ya no tengo miedo. El sufrimiento de la cárcel es imborrable, porque lo vivido fue una tortura y eso no se va. Mucho menos la condena social.
Desde que salí busco reinventarme, pero no he podido. Trabajo en lo que me ofrezcan, a cualquier hora y en cualquier lugar. Ahora quiero hacer un carrito de completos, tratar de emprender. Estoy juntando la plata, pero necesito permiso de la Municipalidad. A mí nadie me ha indemnizado, nadie me ha ayudado y todos saben que lo que pasó no fue mi culpa. Entonces tengo que arreglármelas solo.