Vivir en un barrio repleto de construcciones de lujo podría convertirse un sueño o derechamente una pesadilla. Es el caso de Orlando Capote, quien desde hace más de tres décadas cumplió un anhelado deseo al poder tener su propia casa, pero luego ese ideal se fue esfumando.
En un artículo de BBC que abordó su historia, Orlando contó que su familia migró a Estados Unidos para buscar una vida mejor. “Mis padres dejaron todo en Cuba para traerme aquí. Y trabajaron mucho”, dice con pesar.
En el año 1989, el hombre decidió comprar una humilde propiedad junto a sus padres. El inmueble estaba emplazado en la ciudad de Coral Gables, en el condado de Miami-Dade, Florida.
“La renta era como de US$150 o US$200 al mes, pero subía y subía. Y mi papá siempre quiso tener una casa. Es el sueño americano y uno trabaja para alcanzar ese sueño”, contó Orlando al citado medio.
Las esperanzas de vivir en tranquilidad comenzaron a derrumbarse de a poco.
Repentinamente se vio invadido por el conjunto de edificios lujosos de The Plaza Coral Gables, entre los que se encuentra un hotel de más de 200 habitaciones, que inluye oficinas, departamentos y restaurantes.
Al hogar del ciudadano cubano casi no llega la luz del sol o alguna brisa, debido a que la propiedad está contigua a los edificios que se extienden hasta 10 pisos de altura.
En la parte frontal de su casa, en vez de mirar hacia otros hogares o alguna calle, hay unos maceteros gigantes que le dificultan la vista a cualquiera.
Sin vecinos y con casas demolidas
A principios de los 2000, la familia de Capote aún tenía vecinos de las casas aledañas con los que conversar o compartir preocupaciones.
Eso comenzó a cambiar lentamente cuando apareció en escena Rafael Sánchez, un reconocido inversionista que quería construir edificios y condominios en la zona de Coral Gables, debido a un boom inmobiliario que se vivía en ese entonces.
Así, los vecinos comenzaron a desaparecer por el proyecto de Sánchez. “En 2004, la mitad de las personas que vivían aquí rentaban. Los dueños eran inversionistas. Cuando vieron la burbuja de 2006, era la oportunidad de venderlas”, dice Orlando.
En 2005 se iniciaron las demoliciones de casi todas las casas, hasta que quedó solo la de la familia de Orlando y otros dos edificios solitarios.
Por su lado, los Capote no quisieron aceptar las ofertas que llegaron para que vendieran la vivienda. Y no ha sido un ofrecimiento, sino que varios a lo largo de los años. Estaban seguros de que no querían deshacerse de lo que tanto les costó.
“Prefiero hacer un trato con el diablo que con un desarrollador inmobiliario, porque el diablo va a honrar su contrato, y del desarrollador nunca se va a saber”, afirma Orlando.
Su desconfianza aumentó aún más cuando pasó por algunas experiencias complejas con sus padres y aún así los actores involucrados en este problema no supieron empatizar. En el tiempo en que aún no se concretaba la construcción de los edificios, su padre estaba enfermo y quedó hospitalizado.
Una noche llegó a la casa un agente inmobiliario y comentó que deseaba comprársela. “Mi mamá le explica que su esposo estaba en el hospital, pero a él parecía que nada le importaba. Esa experiencia es parte de que no creemos en nadie”, cuenta Orlando.
Le advirtieron que la oferta alcanzaba la cifra de US$900.000. Pero se negaron. Poco después su padre murió. Y no alcanzó a ver todas las casas derrumbadas.
Una casa atrapada entre construcciones lujosas
Por un par de años la casa de los Capote estuvo en un terreno completamente despoblado, hasta que en el año 2013 la empresa Agave Holdings adquirió los terrenos para retomar el proyecto inmobiliario de Sánchez. Y nuevamente llegaron funcionarios inmobiliarios para exigirle que accediera a la venta.
“Yo les dije que no. Era más joven, tenía más testosterona, más adrenalina y exploté. Pero mi mamá dijo ‘No, no tires la puerta, habla con ellas’”, expresa.
Un par de años después, específicamente en 2019, mientras Orlando seguía enfrentándose a las autoridades del gobierno de Coral Gables, se dio inicio a lo que quizás sea la peor parte de su pesadilla: el proceso de construcción de los edificios The Plaza Coral Gables y otros más.
Eso provocó la llegada de ruidosas e invasivas máquinas, polvo, además de la obstaculización del paso al hogar de los Capote.
Durante ese periodo, el ingeniero experimentó otro hecho doloroso: Lucía, su madre, se cayó dentro de la casa. Cuando el equipo de ambulancias llegó, no pudieron estacionarse afuera porque el grupo de construcción y sus equipamientos estaban emplazados en los alrededores.
La solución fue llevar a la mujer en una camilla y transportarla de esa manera por la calle. Ella nunca volvió al hogar.
Todo lo anterior ha provocado que Orlando esté seguro que no dejará su casa pese a las presiones. “Me han preguntado si me he vuelto cínico. No tienen idea de cuán cínico me he vuelto. Pero de cierta forma nunca he perdido la fe”, comenta.
Por estos días, el hombre debe lidiar con dificultades que no son usuales. Su casa no tiene un acceso fácil, el sol le llega tan solo al mediodía y la gigante sombra que dejan los edificios se ha vuelto su compañera más fiel.
También ha tenido inconvenientes para que le recojan la basura de su vivienda y es casi seguro que pronto tendrá que lidiar con un bar que abrirá muy cerca de su hogar.
“Nos quitaron el derecho en un proceso que no era legal. Nuestros derechos de luz, de aire, de visibilidad, nos los han quitado”, reflexiona el hombre.
Aún con todo en contra, no dará su brazo a torcer: “Déjame a mí en mi casa, con mis recuerdos y con la mata de mango que ya no da mangos”.