Hace más de una década que Simón Engel (38, casado, dos hijos más uno en camino) trabaja en su casa de La Reina. Una vieja reja verde recibe a sus clientes. Luego hay que atravesar un camino entre árboles frutales y un perro que ladra a la distancia, hasta llegar a la puerta de entrada. Está flanqueada por budas de distintos tamaños.
La casa era la de sus abuelos, Trudy Bratter y Benjamín Engel, quienes llegaron en 1938 desde Checoslovaquia a Chile, escapando de la Segunda Guerra Mundial. Ellos de alguna manera siguen aquí, sobre un mueble antiguo entre fotografías, recortes, estatuillas, amuletos budistas y un sinfín de objetos referentes a los seres queridos que ya no están. "Es el altar a mis muertos", explica Engel. Cerca hay una fotografía grande de su madre, Alicia Izak, quien murió en 1973.
Los que llegan hasta aquí buscan comprar ánforas, los recipientes donde se guardan las cenizas de los muertos, sean personas o mascotas. Simón entró al negocio hace 12 años. Acababa de dejar sus estudios de Veterinaria, la segunda carrera que había abandonado después de Química Ambiental, cuando una tía se le acercó después de un almuerzo familiar. Le hizo una pregunta extraña: ¿Te gustaría vender ánforas?
"En ese momento creo que había tres crematorios en Chile y el tema estaba muy en pañales. Era todo oculto y oscuro. Era tan malo lo que se ofrecía que vi una oportunidad", recuerda. Empezó a investigar sobre cremación y las ánforas de artesanos indios que comenzó a importar, levantó una página de internet informativa y creó su empresa.
-¿No es un rubro muy frecuente el tuyo?
-Es que yo estoy metido en el rubro funerario, pero desde otro lado. La gente llega a mi casa, entra y me dice que el lugar tiene una onda muy especial, algo que siempre he creído. Trato de que no pase lo que pasa en una funeraria o un cementerio, donde te piden la carpeta con los datos o que rellenes la ficha, pagas y te vas. Aquí, en mi casa, es un intercambio para los dos lados y nos contamos nuestras experiencias: llega alguien a quien se le murió su mamá, lo que a mí también me pasó. Le muestro fotos y le digo: "Esto es algo que no se quita nunca, pero uno aprende a vivir así". Viene la gente con sus heridas, las recibo yo, que también tengo las mías, y los dos vamos sanándonos.
-¿Dónde ellos dejan las ánforas que les vendes?
-Cuando partí se dejaban en el cementerio. Esto ha sido gradual: antes la cremación estaba prohibida por un tema religioso, entonces la mayoría no lo hacía. Recién en los 60 el catolicismo la aprobó, y las cenizas tienen que estar en un lugar sagrado.
-Pero la idea es que la gente se las lleve a sus casas, para tener cerca a sus muertos.
-Sí, al final lo que he logrado con este tipo de ánforas es que la gente tenga más ganas de llevárselas a la casa. Que no les dé miedo o pena ver el ánfora ahí. Eso pasa cuando ven que tengo la casa llena de altares y les hablo de honrar a los ancestros, de tener fotos, colores, velitas, flores, todas cosas que puedes tener en la casa sin que sea algo tenebroso.
-Asumo que a pocos les gusta hablar de la muerte
-Ahí está nuestro error. Es un tema que tienes que empezar a trabajar desde antes de morirte o que se te muera alguien, es un tema que tienes que trabajar en vida. La gente cree que si uno asume o habla de la muerte, la va a atraer. Tenemos esa superstición; no entendemos que cuando tenemos el tema asumido y podemos hablarlo con naturalidad, en la mesa con la familia y decir "si un día me enfermo, quiero que me conecten o me desconecten", es mejor. Porque cuando eso pase la persona ya no podrá tomar decisiones.
-¿Cómo llegan las personas acá?
-Todos llegan mal, sea por la muerte de un familiar o una mascota. Algunos enojados, otros idos, pero todos muy vulnerables. Lo más bonito es que en ese momento es cuando más auténtica es la persona. Llegan desde los poderosos hasta gente humilde, al final en ese momento estamos todos igual. No importa cuánta plata tienes ni con cuántas mujeres ni hombres saliste, ni tu auto. Vienen todos en el mismo estado: te hablan, te cuentan historias, lloran o te muestran fotos.
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Engel cuenta que desde un inicio ha tenido la misma rutina: atiende de domingo a lunes a cualquier hora, la única condición es que los clientes agenden con anticipación. Ahí eligen entre ánforas de resina, de cerámica y de metal. Ánforas plateadas y de colores. Ánforas biodegradables y ecológicas; ánforas de bambú; colgantes-ánforas para llevar las cenizas del ser querido a todos los lados; pulseras-ánforas para lo mismo y cápsulas-ánforas para llevarla en el bolsillo. Ánforas para niños, ánforas pequeñas para dividirse las cenizas entre familiares, ánforas que no parecen ánforas, con forma de lámpara, escultura o libro.
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El altar de sus seres queridos que ya no están. En la foto de atrás, su madre. (Crédito: Roberto Candia)[/caption]
Dice que en este living compró su ánfora Agustín Edwards Eastman, eligieron una para Felipe Camiroaga o estuvieron sentados los familiares de Katherine Winter, la adolescente que se suicidó en mayo en un café de Providencia. "Esto te sirve para agradecer lo que tienes. De repente estás estresado por cualquier cosa y llega una pareja con una hija que nació muerta o una mujer a quien se le murió un hermano de 30 años de cáncer. Te sirve para salirte de esos estados en que entras por puras tonteras y entender que en la vida pasan cosas terribles todo el rato", reflexiona.
-Tú prefieres esa perspectiva. Otros te podrían preguntar cómo lo haces para no absorber toda esa tristeza con que llegan.
-Es que vivo en un lugar privilegiado y tengo a toda mi familia con salud. Este trabajo te muestra que la vida está hecha de cosas más profundas. Si viene alguien a comprar un ánfora para un niño, se la regalo. Cuando me preguntan cuánto me deben y les respondo que nada, la iluminación que les veo en un momento tan terrible, ver ese agradecimiento auténtico, genera un nexo de por vida. Me siguen escribiendo, me cuentan cuando tienen otros hijos o me llaman para saber cómo estoy.
- ¿A través de esas conversaciones se va naturalizando la muerte?
-Sí, porque no hay nada más natural que nacer o morir. A la muerte nosotros la hemos medio industrializado. Ya no te entierran; te meten en una cuestión de cemento. Toda esa plastificación de la muerte también está en nuestra cabeza, pero la muerte no es ni va a ser así, da lo mismo lo que hagas.
-No debe ser sencillo alcanzar ese punto de vista.
-Eso es lo que le pasa a la gente cuando está a punto de morirse. Yo puedo ser un imbécil que estoy todo el día en el celular, manejando mi Porsche y preocupado de puras estupideces, pero si me dicen que tengo cáncer terminal y me quedan 6 meses de vida, me transformo en otra persona. Me reconcilio con mi familia, viajo y disfruto sentarme afuera a ver los pajaritos. Eso es lo que te genera saber que te vas a morir. Desde el día en que naces debería haber alguien que te diga que te vas a morir.
-¿Algo como un curso sobre la muerte, preparándote para ese destino inexorable?
-Sí, debería haber programas de radio para conversar de la muerte y de la espiritualidad que tiene asociada. Entrevistas en la tele o un late show que una vez a la semana te haga hablar de la muerte con recomendaciones de libros y películas. Hablar de la muerte es hablar de un montón de temas. Es algo súper profundo que puedes hablar siempre, pero desde ese lado luminoso, no tiene por qué ser algo trágico o feo.
-¿Eso te ha enseñado tu trabajo?
-Sí, aunque recordarte eso es un trabajo en sí mismo, porque un día se muere tu mamá y vas a estar un año en duelo, tu corazón nunca va a sanar completamente, pero en unos cinco años más te vas a olvidar y vas a volver a tus dinámicas superficiales. Esta es una práctica que tienes que hacer todos los días.
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La referencia -y, claro, el aprendizaje- no es azarosa. Simón Engel dice que su vida siempre ha estado de una u otra forma ligada a la muerte. Al abuelo con el que creció, los nazis le mataron a ocho hermanas, a su mamá, tíos y primos en la guerra. Además, la madre de Simón se suicidó cuando él tenía tres meses, dejando a su padre viudo con 29 años y cuatro hijos. Durante su infancia esto se materializó en uno de los más mundanos y democráticos de los miedos: el que tenía hacia su propia muerte. "Le tenía mucho miedo. De repente me estaba quedando dormido y me venía una sensación de que me iba a morir", recuerda.
-¿Todavía la tienes?
-No, se me quitó hace muy poco cuando hice una regresión en que viví mi propia muerte y fue tan bonita la experiencia de morirse que me quitó todos los miedos. Fue una bellísima experiencia de lo que al parecer era una vida pasada. Yo era un anciano y estaba muriendo. A nivel de sensación es lo más maravilloso que he sentido nunca. Una sensación de paz, de conexión, de plenitud. Todas las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte describen lo mismo: algo bonito, pacífico, luminoso. Gracias a esa experiencia, hoy veo mi propia muerte desde otra perspectiva; la entiendo, la acepto y hasta la quiero. Si le tenemos miedo es porque no sabemos cómo es, nomás.
-¿Sientes que tu vida te ha llevado a ver la muerte de esta manera?
-En mi vida he tenido muchas muertes cercanas, pero no me enseñaron en la casa a ver la muerte desde este lado luminoso; he tenido una cercanía que hace que la acepte nomás. Cuando tenía tres meses se murió mi mamá y eso, aunque no lo verbalizas tanto, te marca en el día a día. Tienes un vínculo que se rompió. Cuando chico mi abuelo era mi vida, yo dormía con él y siempre me despertaba en la noche para ver si estaba respirando porque todo el tiempo tenía miedo de que en algún minuto se iba a morir.
-Tu papá ha contado que cuando tu mamá murió, él trató de mantenerla presente para ustedes. ¿Ese proceso también ayudó a modelar tu mirada de la muerte?
-Absolutamente. En ese momento no me daba cuenta, pero esa fue la primera mirada más luminosa que tuve de la muerte. Al mismo tiempo, tenía a mi abuelo con el que convivía todo el día, al que le habían matado a toda su familia en la guerra y acá en Chile perdió a un hijo de 18 años. Él nunca pudo cerrar ese duelo y hasta el día en que se murió lloró por ellos. Entonces, tenía estas dos visiones: ésta que no era oscura, pero donde veías el dolor y la tristeza que producía la muerte en mi abuelo; y también la versión de mi papá, que siempre mantuvo a mi mamá viva y que nos hacía verla en todos lados.
-¿Dónde?
-Nos enseñó que cada vez que iba pasando una semilla del diente de león era ella. Decía: "Mira, ésa es tu mamá". Además, en esa época tenía su consulta de tarot y nos enseñó que una carta que se llama "la fuerza", que es una mujer con un león bien power, era ella. Probablemente en mi inconsciente estaba sufriendo ese duelo, pero tenía esa imagen de honrar su vida más que recordar su muerte con tristeza. Eso es un poco lo que le digo a la gente que haga y en lo que creo que se deberían transformar los funerales, más que en esa cosa triste y de negro. En algo donde celebremos la vida de esa persona, todo lo que nos dio y lo linda que fue.
-Para tu papá no debe haber sido un proceso sencillo.
-Él lo estaba pasando muy mal. En un momento en que estaba con cuatro niños que habían perdido a su mamá y él estaba viudo sin saber qué hacer con su vida, tuvo la fortaleza para sonreír y mostrarnos la parte linda del tema a pesar de estar viviendo su duelo. Fue súper sabio.
-¿Cuándo te diste cuenta de eso?
-De grande. Todo lo que hizo en ese momento se coronó con lo que hace ahora. Por años estuvo en una búsqueda hacia la ancestrología, que es sanar las heridas de tu árbol familiar. Cuando todavía no se llamaba ancestrología, con los primeros que hizo la prueba fue con nosotros y sanamos juntos el tema de nuestra mamá, de los abuelos y las heridas que cada uno tenía.
La primera persona con la que el tarotista probó la ancestrología fue con Simón. Tenía 27 años, y unos meses antes había dejado la universidad y ya había partido con las ánforas. "Fui como el conejillo de Indias de la ancestrología. Desde ahí mi papá se disparó, a él siempre le había ido bien, pero con esto como que encontró su misión en la vida".
-¿Y cuál es tu misión?, ¿tiene que ver con la muerte?
-Sí, justo ahora estoy preguntándome eso. No sé si mi misión tiene que ver con educar sobre la muerte, pero tiene que ver con la sanación espiritual que partí con la muerte y que no sé adónde me va a llevar.
La entrevista termina y Engel, atento, acompaña hasta la salida siguiendo el camino inverso al que atraviesan los deudos que hace 12 años forman parte de su cotidianidad. Se ve el altar de sus muertos, los budas de la entrada, el perro ladrando, los árboles frutales y la vieja reja verde.