Mario Hamuy (59) tiene una confesión. El astrónomo y profesor de la Universidad de Chile parte contando que el primer eclipse que vio fue en enero de 1973: "Fue en calle Isidora Goyenechea con Vitacura, cerca de mi casa. En Santiago fue parcial y lo observé desde la vereda". El científico recuerda que el cielo parecía estar nublado, como si sólo fuera un día con menos luz: "Un eclipse así es fascinante para un cabro chico de 12 años al que ya le gustaban los temas espaciales. Pero pasa más inadvertido porque, aunque el Sol se ve como si le faltara un pedazo, el resto igual te encandila". Entonces Hamuy hace una pausa en su relato, fija la vista y hace su gran revelación: "Nunca he presenciado un eclipse total".
En su oficina del Observatorio Cerro Calán, el ex director de Conicyt y ganador del Premio Nacional de Ciencias Exactas 2015 admite que esa deuda personal alimenta su ansiedad frente a lo que se avecina en los cielos del norte y sur de Chile. Cerca de las cinco de la tarde del martes 2 de julio, la Luna se posicionará con tal exactitud entre el Sol y la Tierra, que su presencia bloqueará por completo la luz del astro en una franja de casi 150 kilómetros de ancho, aproximadamente desde Guanaqueros (Región de Coquimbo) hasta Domeyko (Región de Atacama). Durante poco más de dos minutos, las tinieblas reemplazarán al día, la temperatura caerá entre cinco y diez grados y las estrellas se volverán visibles ante los ojos de miles de espectadores como el propio Hamuy. Eso no es todo: el 14 de diciembre de 2020 el fenómeno se repetirá en La Araucanía, donde los mapuches han presenciado durante siglos lo que ellos llaman lai antü o la "muerte del Sol".
"El de julio va a ser mi primer eclipse total. Hay que ser muy afortunado para que un eclipse total pase por arriba de tu casa. El último que hubo en Santiago ocurrió en 1958, dos años antes de que yo naciera, y el próximo será en el 2064, cuando tenga 104. Cuando doy charlas en los colegios, les pregunto a los niños '¿creen que voy a estar vivo cuando llegue a los 104 años?'. Si no lo estoy, voy a gozar de una posición horizontal muy apropiada para ver el eclipse", cuenta el investigador entre risas. El afán por saber más de los eclipses y difundir estos fenómenos cósmicos que Hamuy califica de "únicos" lo llevó a escribir su nuevo libro El Sol negro, el tercero que lanza tras Supernovas, publicado en 2008 junto a su popular colega José Maza, y El universo en expansión (2018).
-Al final de su libro anterior ya les dedica varias páginas a los eclipses que se verán en Chile. ¿Por qué expandió su estudio?
-Empecé a leer más para prepararme yo mismo y fui descubriendo una riqueza muy grande en la historia del fenómeno. Por ejemplo, la teoría de la relatividad general de Einstein se comprobó gracias a un eclipse que ocurrió en 1919, y en otro evento se halló el helio, el elemento químico más abundante del universo. También estudié los eclipses en Chile desde 1810, y es muy interesante revisar cómo se conectan con la cronología del país. Eso me impulsó a explicar en mayor detalle los eclipses.
-Estos eventos han intrigado a la humanidad por miles de años. Con todo lo que se ha avanzado en su estudio, ¿qué queda por aprender de ellos?
- Hoy lo más importante es darse cuenta qué implica la naturaleza para nosotros. Somos hijos del universo y las estrellas. Somos hijos de la biodiversidad y de todo un ecosistema hipercomplejo, donde el Sol evidentemente es la estrella que nos da la vida. Ver repentinamente que por algunos minutos esa fuente de energía nos abandona en pleno día, es una emoción inigualable que nos debería hacer pensar sobre la importancia que tiene no sólo el Sol sino todo el entorno. Esa es hoy la principal lección de un eclipse, pero también es una experiencia sin igual en cuanto a las emociones que se van a vivir.
A poco menos de un mes para el evento en el norte, esas emociones ya iluminan el rostro de Hamuy cuando se le pregunta qué van a experimentar quienes estén en La Higuera y otros poblados ubicados en la franja donde la penumbra será completa. "Yo me voy a instalar en Incahuasi. Ahí el eclipse va a durar dos minutos y 10 segundos y, según mis análisis, hay un 88 por ciento de probabilidades de que esté despejado un día de julio a las cinco de la tarde", explica. Ese lugar y otros cercanos son los que aparecen en su libro como los ideales para disfrutar de un eclipse total de Sol que se ha producido 14 veces en Chile desde los albores de su Independencia.
"El Sol se vestirá de negro y, parafraseando la ranchera, dirá 'aunque esté eclipsado sigo siendo el rey', porque nos va a mostrar su corona. Van a verse estrellas durante el día. El color crepuscular cambiará de coloración y vas a tener toda la gama posible de tonalidades. Vas a ver que los pájaros se van a ir a anidar en esa pequeña noche y, por primera vez en tu vida, tu sombra va a tener bordes totalmente nítidos", cuenta Hamuy. Los vecinos de la Tierra montarán su propio espectáculo: "Mercurio va a estar cerca del Sol, Marte estará en las proximidades en una conjunción muy linda y al otro extremo del horizonte se va a ubicar Júpiter".
El mensaje de los dioses
El término eclipse viene del griego "ékleipsis", que quiere decir desaparición o abandono. Pero los registros del fenómeno no partieron en Atenas o Esparta. Tal como describe El Sol negro, los inicios de la ciencia astronómica -el registro y análisis sistemático de las observaciones- se remontan a la Mesopotamia del 3.700 a.C. Fueron los babilonios los que tomaron notas de los eclipses en tablillas que sobrevivieron por siglos: para ellos, la desaparición del sol era el ominoso momento en que alguna deidad devoraba el astro y presagiaba sequías o hambrunas.
"Los eclipses estuvieron desde el comienzo en la curiosidad humana por saber qué ocurría en los cielos. Claro que en aquella época no existía el entendimiento actual, por lo que se asociaban al enojo de los dioses. Hay que ponerse en los zapatos de los antiguos babilonios e imaginarse qué sentían cuando la fuente vital de luz desaparecía. No sabían si era algo momentáneo o permanente, por lo que los eclipses fueron ligados a malos presagios", comenta Hamuy.
En su libro, el astrónomo relata que en la cultura babilonia los reyes podían negociar el destino de sus súbditos ante sus dioses y por eso tenían estar muy informados del estado de ánimo que revelaba la bóveda celeste: "Los sacerdotes eran los encargados de registrar todos los fenómenos y se construyeron numerosos observatorios. Es interesante reflexionar que el polo astronómico más avanzado de la época se haya trasladado a Chile 5.700 años después. La capital mundial de las observaciones migró de la antigua Mesopotamia a nuestra casa".
Hoy se sabe que cada 18 meses se produce un eclipse total de Sol en algún lugar de la Tierra, pero aún hay gente que les teme tal como hicieron los babilonios. Para el científico la explicación de la persistencia de esa reacción es simple: "La imaginación del ser humano es muy prolífera".
A la caza de Einstein
-De todos los eclipses que analizó, ¿cuál es su favorito?
-El gran eclipse con mayúsculas es el del 29 de mayo de 1919, porque ahí se resuelve un debate de años que enfrentaba a quienes creían en la ley de la gravedad propuesta por Isaac Newton en el siglo XVII, versus los que apoyaban la nueva teoría de la gravedad de Einstein. Esa disyuntiva se resolvió a favor del alemán, con observaciones que cambiaron radicalmente nuestro entendimiento del tema. Hace poco se fotografió un agujero negro, cuya existencia conceptual emana de la teoría de Einstein. El GPS que hoy usamos en el celular para movernos por las calles también es consecuencia de ese postulado que toma en cuenta la curvatura del espacio. Nada de eso podría haber sido descubierto o desarrollado con la ley de Newton.
El investigador inglés proponía que la gravedad es una fuerza que hace que los objetos se atraigan entre sí, pero la idea de Einstein era mucho más compleja: se trataba de una distorsión del tiempo, el espacio y la estructura misma del universo. Según las matemáticas de la relatividad, la luz que viaja por el cosmos varía su ruta a medida que va pasando por sus múltiples deformaciones. Eso hizo que Einstein propusiera que durante un eclipse la posición de las estrellas parecería cambiar, debido a la desviación de la luz provocada por la acción gravitatoria del Sol. "Él estableció que la gravedad es sinónimo de la curvatura del espacio-tiempo y eso fue un cambio filosófico total. Era una idea descabellada", afirma Hamuy.
Uno de los primeros que intentó comprobarla fue el joven astrónomo alemán Erwin Finlay-Freundlich. En 1914, partió a Ucrania a ver un eclipse, pero llegó justo cuando estalló la I Guerra Mundial, por lo que los rusos lo arrestaron. Tras el fin del conflicto, los astrónomos ingleses Sir Arthur Eddington y Sir Frank Watson Dyson organizaron dos expediciones: una liderada por Eddington fue a Príncipe, isla en la costa oeste de África, y la segunda -encabezada por el inglés Andrew Crommelin- partió a la localidad brasileña de Sobral.
"Ese eclipse comenzó en Chile poco antes que saliera el Sol. Los ariqueños fueron unos de los privilegiados en observarlo y luego la sombra se dirigió a Brasil", explica Hamuy. En ese país se logró la mejor precisión de las observaciones y a fines de 1919 se reveló que Einstein estaba en lo correcto: "El anuncio se hizo en una reunión donde colgaba el retrato con mirada fruncida de Newton, antiguo presidente de la Royal Society. El héroe de la Física inglesa vio cómo su teoría era derribada por dos expediciones británicas que hicieron famoso a un alemán. Un eclipse en el cual unos débiles rayos de luz fueron desplazados por la curvatura del espacio alrededor del Sol hermanó a ingleses y germanos que se habían enfrentado por años en una guerra fratricida", señala el astrónomo.
El espectáculo solar
La revelación de 1919 es, para Hamuy, una muestra más del poder que tienen los eclipses para cautivar la atención humana, incluso miles de años después de que los babilonios miraran al cielo. Por eso cree que el evento de julio podría ser un gran motor de desarrollo para una zona que espera a miles de turistas: "Es una gran posibilidad para visibilizar a Chile como un país que aporta a la astronomía mundial y para lograr que los astroturistas sigan viniendo después a disfrutar del alucinante cielo nocturno del desierto de Atacama. Espero que esa región abrace la astronomía y la ponga como una estrategia de desarrollo, porque ahí casi no existen telescopios. Entre Las Campanas y ALMA hay mucho territorio con cielos magníficos, pero no hay observatorios".
Aprovechar el eclipse para mostrarle esos cielos a la gente es, precisamente, el objetivo de una iniciativa paralela de Hamuy: la Fundación Chilena de Astronomía que él mismo preside va a costear el viaje de 25 estudiantes del Colegio Cristóbal Colón de Conchalí a Incahuasi. En ese poblado, sus alumnos de la universidad que también lo acompañarán realizarán talleres y charlas. "Se calcula que el 10 por ciento de los chilenos ha mirado a través del lente de un telescopio y esperamos que el 100 por ciento tenga la experiencia de observar Saturno o las estrellas. La astronomía es parte de nuestro orgullo e identidad, tal como los vinos. Ojalá todo esto sirva como puerta de entrada para que los niños se interesen en la ciencia y aprendan a respetar el mundo natural al que hemos tratado muy mal", señala el científico.
La inspiración de los cielos, dice Hamuy, fue precisamente la que lo alentó a seguir la carrera astronómica. En 1973, además del eclipse parcial que vio, también se subió al techo de su casa a observar el cometa Kohoutek, que "prometía ser el 'cometa del siglo', pero fue un fiasco". Además, en febrero de ese año su familia partió de vacaciones al norte y en el viaje vio por primera vez el Observatorio Cerro Tololo: "También paramos en San Pedro. Imagínate lo que era ver en esa época el cielo de ese lugar, donde apagaban la luz de noche porque no había suficiente suministro. Todos esos estímulos me hicieron decidirme por la astronomía".
Hamuy reconoce que hoy está cruzando los dedos para que la meteorología no le juegue una mala pasada el 2 de julio, pero también reflexiona sobre la caducidad de este espectáculo celestial. "El Sol es 400 veces más grande que la Luna, pero está 400 veces más lejos de la Tierra, de manera que ambos aparecen del mismo tamaño en el cielo y por eso tenemos eclipses solares precisos. Es como un traje hecho a la medida", explica Hamuy. Sin embargo, cada año la Luna se separa entre tres y cuatro centímetros de la Tierra, por lo que en unos 600 millones de años estará demasiado lejos como para ocultar por completo al astro rey y el Sol negro será sólo un recuerdo del pasado.
Autor: Mario Hamuy
Páginas: 130
Editorial: Debate
Precio: $ 10 mil.