En los bordes del mar, sobre la arena de distintas playas, Teresa Aninat (44) comenzó a escribir con un palito la frase This is not my land (Esta no es mi tierra), como quien repite un mantra que le dicta la intuición. "Era un ejercicio de pequeños equívocos sin importancia, de hacer cosas por hacerlas, de experimentar", dice ahora. Entonces no imaginaba hasta dónde la llevarían sus equívocos.
Esta acción intuitiva fue creciendo, asumiendo nuevos riesgos, ampliándose geográficamente, sumando capítulos y seduciendo a colaboradores. Su serie de perfomances en el paisaje chileno -que sigue en pleno desarrollo- abarca recorridos en desiertos, montañas y mares de Chile, así como investigaciones de los lugares y sus prácticas culturales. Parte del proceso ya lo ha mostrado en algunas exhibiciones.
Pero, sobre todo, su obra se sustenta en una investigación profunda sobre el sentido de viajar como mecanismo de autodescubrimiento. Hija del ex ministro de Hacienda, Eduardo Aninat, y la mayor de 6 hermanos, Teresa nació en Boston y vivió allí hasta los 5 años. "Cuando volví siempre tuve una sensación de incomodidad. Llegué con el inglés y tenía que traducir mi manera de pensar al español. Miguel Laborde escribió un texto donde decía que yo tenía un desface con los hemisferios, con las estaciones del año. Que quizás mi cuerpo se había amoldado a un ciclo distinto al de acá", cuenta. Fue esa incomodidad arrastrada, dice, la que disparó la pregunta sobre su propia identidad en relación al territorio y la necesidad de explorarla en el cruce entre vida y arte.
Más allá de las piezas visuales que derivan de sus viajes, su obra se juega en la travesía. Se trata de un proceso que involucra al cuerpo, a la mirada y al pensamiento y que se despliega en la temporalidad del recorrido, como una novela. Pero a la hora de mostrarse, este proceso se materializa como una crónica visual que habla a través de fotografías, videos, objetos, postales, dibujos, mapas, esculturas, documentos, piedras y líquenes, que operan como registros de la experiencia. "Mi desafío es siempre poder traducir el proceso, el viaje, la investigación a un forma material. Buscar un formato y un lenguaje", dice. "Los resultados son siempre distintos".
Ahí está el riesgo
Entre 2011 y 2014, Teresa recorrió lugares inhóspitos y despoblados de Chile, en condiciones precarias. En estas caminatas, que abarcaron desde Antofagasta hasta la Región de los Lagos, llevaba una colección de palos que iba recogiendo como prolongaciones del cuerpo para recorrer el lugar. Cada una de estas caminatas quedó registrada en fotografías tomadas por distintos colaboradores, principalmente por su marido, Juan Walker.
Tras estas exploraciones, realizó varios viajes aéreos, así como por mar en colaboración con la Armada. Llegó hasta el Cabo de Hornos, al faro más austral del continente, en el buque Aquiles. "Trabajé muy en contacto con los marineros. La navegación es pura cooperación, los cuerpos deben estar todos coordinados, el contexto es precario, hay humedad, hay inestabilidad y se requiere que todos colaboren en las maniobras", dice. En la isla Hornos hizo una performance sonora en colaboración con cuatro mil radioaficionados de 70 países. Ese día de enero de 2016, todos transmitieron simultáneamente lo mismo: un audio de pitos usados en navegación que construyen mensajes en código morse. La pieza sonora reprodujo un fragmento del diario de viaje de Jacob Le Maire y Willem Schouten, los exploradores holandeses que en el siglo XVII descubrieron el Cabo de Hornos.
También en 2016, junto al curador Rodolfo Andaur, realizó una acción en el desierto de Atacama. Consistió en una oratoria que reproduce un fragmento de la novela sobre el salitre Norte Grande, escrita en los años 40. Para ello, Teresa construyó un megáfono de hierro de grandes dimensiones, que le permitió extender su voz por la inmensidad y aridez del paisaje.
En 2017, con Andaur también, recorrió distintos lugares de la Región de Aysén. Finalizó en una navegación por los fiordos australes hacia la isla Humos. En estos paisajes utilizó un gran abanico de hierro para producir señales de humo. "Lo que me interesó fue evidenciar la presencia humana en un lugar despoblado y con un marcado aislamiento". La obra está inspirada en un poema histórico llamado "Trapananda", una de las denominaciones que antiguamente nombraban a la Patagonia. En ese texto se señala que cuando se avista humo, es señal de que allí hay gente conversando o cocinando. También este trabajo tiene como referente la leyenda sobre la Ciudad de los Césares. Un paraíso terrenal que se suponía estaba ubicado en esa zona. "Me interesa esa mezcla de ficción y realidad", dice.
Ahora, Teresa está realizando un proyecto en colaboración con personas que se dedican a avistar aves. El centro de este trabajo es el estudio de un ejemplar llamado B95. El nombre refiere al año 1995, cuando lo anillaron: le pusieron una pulsera en una de sus patas para reconocerlo si volvía a aparecer. Cada tanto, la comunidad científica mundial que se dedica al estudio de las aves, alerta con una posible aparición del longevo ejemplar. Un pájaro único, que durante mucho tiempo ha migrado desde el Río Grande, en Tierra del Fuego, hasta el ártico canadiense. Se alimenta en tierra para juntar proteínas y luego está tres semanas volando. Le llaman "El ave de la Luna", porque la cantidad de kilómetros que ha recorrido en toda su vida equivale a la distancia entre la Tierra y la Luna. Teresa irá en noviembre a la zona, cuando dicen que podría volver a avistarse.
-Vas a viajar al extremo sur otra vez y ni siquiera sabes si lograrás ver a este pájaro, ni si harás alguna obra.
-Ese enigma es lo que me genera curiosidad. Es posible que no aparezca y que todo esto sea una pérdida de tiempo. Ahí está el riesgo.
La lejanía
-Antes de comenzar estas obras, tú venías de una performance más elaborada, teatral. Ahora hay un despojo…
-Antes armaba una puesta en escena que se instalaba en el mundo del arte, ya fuera una galería, un museo, un centro cultural. No utilizaba el paisaje abierto como lugar de performance. Acá el propio paisaje invita a hacer la acción. Este cambio responde a una crisis con el arte y con mi propia vida. Y creo que ahí surge lo de "Esta no es mi tierra", esta necesidad de volver al origen, desprogramarme, para poder empezar de nuevo desde una honestidad mayor.
-Y luego están esos palos que arrastras, como extensiones de tu cuerpo sobre el paisaje.
-Creo que eso tiene que ver con mi infancia. De chicas con mis hermanas y mi padre salíamos a caminar por los bosques del sur. Antes de partir, mi papá hacía un llamado a que cada una llevara un palo, como bastón, para caminar. Ahí todas competíamos por el mejor palo, que era también una competencia por la aprobación del padre.
-Muy patriarcal.
-Ja, ja. Sí, absolutamente. Uno trabaja con su propio cuerpo, con su historia y sus contradicciones. Intentando integrarlas. Encuentro bonito y misterioso ese vínculo con la naturaleza asociado al padre.
-Esta obra te ha permitido conocer lugares increíbles.
-Pero más allá de los lugares, para mí lo fundamental es viajar. No es necesario ir tan lejos. Los viajes que me gustan son los que tienen una intención de armar vínculos con el paisaje y con otros. No eso de ir, mirar, sacar fotos y volver. No, lo que yo busco es ponerme a prueba. Podría haber un deseo de muerte en ir a navegar al Cabo de Hornos, donde se siente la precariedad, el vacío de lo remoto y la vida se experimenta como frágil. Pero ahí es cuando uno se siente más vivo.
-Muchos hablan hoy de una hipermercantilización del arte, de transar productos. Tu proyecto es lo opuesto: el viaje como obra, en sí mismo, en intangible...
-Claro, la obra ocurre como proceso, aunque igual se producen objetos a partir de la obra, pero no los concibo tanto como piezas de arte, sino como documentos de viaje.
-En ese sentido, es un pésimo negocio. Porque el viaje, en sí mismo, no se puede materializar ni vender, siempre se pierde. Es pura pérdida.
-Cuando está esa posibilidad de pérdida la obra se vuelve más vital. Tiene una fuerza y una profundidad que no se encuentra en un objeto perfectamente acabado y seguro. Me parece que la pérdida es una ganancia, al final. Yo creo que mi trabajo está motivado por esta idea de que si pierdo, si abandono, si me voy, puedo encontrar algo.
-¿Cómo financias este proyecto?
-En general los costos son muy bajos. No tengo que invertir en materiales, por ejemplo. Es básicamente mi traslado. El paisaje está ahí, es gratuito para todos. También consigo muchas cosas a través de los intercambios con los colaboradores que se involucran por pasión. Es una economía basada en el amor.
-¿Tienes diálogo con otros artistas chilenos que trabajan en tu línea?
-Con el tiempo he ido conociendo obras de otras personas con las que me siento afín, como Denise Lira, Enrique Ramírez y Fernando Prat. Pero mi diálogo más directo ha sido con pensadores que reflexionan sobre el tema del viaje como un género en sí mismo, donde se cruzan múltiples disciplinas y saberes. Por ejemplo, me junto mucho con Miguel Laborde, que es cronista, y con él hablo sobre cómo mira un ave versus cómo miramos nosotros. Por otra parte, me ha acompañado mucho la literatura. Cuando hago obras de navegación comienzo a leer sobre el mar, sobre la ruta del Cabo de Hornos, leo Robinson Crusoe, qué se yo. También me nutro de los testimonios de los colaboradores.
-Se están generando espacios de residencias para que artistas vayan a experimentar en lugares remotos, en Tierra del Fuego, en Patagonia, en Chiloé, en el norte.
-Sí, hay artistas y curadores que están abriendo estos espacios. Tiene que ver con aprovechar la territorialidad que tenemos. Si bien estamos aislados del mundo, podemos aprovechar esta condición remota para crear.
-Vives en un país que ya es remoto y andas buscando lo remoto de lo remoto.
-Es la búsqueda de la lejanía. La lejanía permite el aprendizaje.