Ataviadas de negro y con pañoletas moradas, centenares de integrantes de las asambleas que hasta hoy mantienen paralizada -y cerrada- buena parte de la U. de Chile, marcharon la mañana del lunes pasado por la Alameda. Se dirigieron a la Casa Central, donde le entregaron al rector Ennio Vivaldi un petitorio de 17 páginas para que se tomen medidas cuya adopción, entre otras cosas, facilitaría el fin del movimiento.
El documento toca una variedad de puntos, partiendo por la creación de una vicerrectoría de género y sexualidad, sin que el lenguaje inclusivo de género sea uno de ellos. Eso sí, el documento está escrito en una "variante inclusiva" que difiere de la morfología tradicional del castellano, al incluir la terminación "no binaria" "e" en artículos, sustantivos y adjetivos, de modo de marcar un punto: el género masculino no es neutral, aunque así se use, pues no da cuenta de las diferencias de género y privilegia lo masculino. Cabe, en esta lógica, un acto de justicia. Así, en el acápite 8.7, referido a las "condiciones de madres y padres universitarios", demanda la "elaboración de un plan de acción para cubrir las necesidades de cuidado de niñes, tanto de estudiantes, academiques y funcionaries".
No estaban inventando algo sobre la marcha. Tampoco estaban solas. Días antes, durante la toma de la Casa Central de la UC, la portavoz Raquel Ortiz declaró que una condición para levantarla era la garantía de que no habría sumarios para "compañeras, compañeros y compañeres". Semanas después, una participante en una toma escolar en Buenos Aires interpelaba a "les diputades" y, en particular, a "les que están indecises".
Episodios de esta especie han resonado en redes sociales, donde las posturas van del aplauso y el uso sistemático de "amigues", "cabres" y "todes", hasta la irritación y/o la burla de tuiteros que acusan un "habla de imbéciles" y usan "pxlxbrxs sxn vxcxlxs" (palabras sin vocales) para efectos demostrativos, si es que no están llamando a la Real Academia Española para que "zanje". Y hasta el más despistado, probablemente, esté hoy familiarizado con los rasgos "binarios" del idioma cuando Michelle Bachelet habla de "chilenas y chilenos". O cuando en la Constitución venezolana se lee "los ciudadanos y ciudadanas"
El caso es que todo está ahí, ocurriendo al mismo tiempo. Y el momento parece indicado para que los lingüistas, así como quienes se ocupan de la evolución de la lengua a través de sus textos y quienes elaboran diccionarios y estudian sus principios (filólogos y lexicógrafos, respectivamente), pongan el fenómeno en perspectiva. No para dictar "lo correcto", sino para observar un proceso y ver dónde conduce. Porque saben que el idioma no es una abstracción congelada: que está vivo gracias a sus usuarios, cada uno de los cuales define, día a día, su destino. Y que estudiosos, academias y diccionarios van "a la zaga" del idioma, como escribió en los 80 Ambrosio Rabanales. No al revés.
El factor político
Lo inclusivo en el idioma tiene cierta data. Ya en 1990, Iris Reyes publicaba en la Revista de Estudios Hispánicos "Nuevo uso del género gramatical en español". El texto llama la atención respecto del uso en Puerto Rico del morfema de género femenino "a" junto a sustantivos o adjetivos, como en un aviso que reza: "Si todos(as) cooperamos, todos(as) disfrutaremos de una mejor salud". Y concluye que la interpretación que vincula estrechamente el concepto de género gramatical al de sexo humano ha sido superada por la lingüística, al reinterpretarlo desde la semántica. También, que "por razones extralingüísticas, el movimiento feminista ha promovido un nuevo uso de la representación gráfica" del señalado morfema, "que tiende a confundir nuevamente este concepto con el de sexo".
Veintiocho años más tarde, una idea análoga expresa Natalia Castillo, docente del Departamento de Ciencias de Lenguaje de la UC: para la también lexicógrafa y doctora en filología hispánica, "la confusión nace al pensar que los morfemas de género son iguales al sexo natural, lo que puede relacionarse con la confusión entre el mundo de las ideas y el mundo de las cosas".
Entremedio, hubo candela. En 2012, el académico de la RAE Ignacio Bosque cuestionó -en su texto "Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer"- las políticas lingüísticas inclusivas de diversas entidades españolas. "No creemos que tenga sentido", escribe, "forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad". Tampoco, "impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial del real" ni "pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás".
A poco andar, Bosque (y la RAE, por esta vía) fue refutado en un texto de dos académicas de la U. de Vigo, María del Carmen Cabezas y Susana Rodríguez ("Aspectos ideológicos, gramaticales y léxicos del sexismo lingüístico"), para quienes el uso convencionalmente neutral del masculino favorece interpretaciones masculinas, acaso partiendo por el uso del vocablo "hombre", en el diccionario de la entidad española, para referirse a hombres y mujeres. Con esta línea han comulgado investigadores locales como Ricardo Martínez, del Departamento de Lingüística de la U. de Chile: "La noción de neutralidad del masculino como género 'no marcado' está en discusión en la lingüística: el abuso del género masculino no siempre es pertinente y en muchas ocasiones invisibiliza a la mujer o a otros géneros sociales".
Colega de Martínez en la "U", el filólogo y lexicógrafo Darío Rojas plantea que, dado que el lenguaje es cambiante y heterogéneo, "no hay razón para suponer que la aparición de nuevas formas, como el lenguaje inclusivo, sea algo raro". El actual estado de cosas, agrega, lo lleva a creer que "quienes están contra el lenguaje inclusivo de género, más que basarse en argumentos lingüísticos, tienen un desacuerdo valórico. Al menos hay que pedir honestidad: que quienes estén en contra del lenguaje de género se cuestionen si lo están porque les incomoda la vehemencia revolucionaria del feminismo. Que no se disfracen de tecnicismo gramatical. Porque el problema es político y valórico, no solo lingüístico".
Aclara Rojas, eso sí, que si bien "algunas características gramaticales favorecen prácticas comunicativas sexistas", decir lo anterior no es igual a afirmar que el idioma es sexista: "No es que hablar español en particular te obligue a ser sexista o pensar de determinada manera. Sería una muy mala excusa para naturalizar y justificar el sexismo. La responsabilidad no es de las lenguas, sino de los hablantes".
El factor político es un tema. También el histórico: la singularidad de los actuales fenómenos. A este respecto, Soledad Chávez (U. de Chile) observa "un contexto histórico único, que tiene que ver con las demandas de género, sobre todo por la crisis de un sistema heteropatriarcal que, constatamos, empieza a erosionarse". Algo similar no se ha dado, añade, "pero crisis de sistemas se han dado siempre". Igualmente, el que "un hecho histórico vaya de la mano con algún tipo de política lingüística, planificada o inmotivada, es usual. Por ejemplo, después de la Revolución Francesa", cuando una lengua nacional fue impuesta a las lenguas locales, o "la construcción del Estado de Israel, que supuso resucitar una lengua muerta (el hebreo)".
Lengua y cultura
Se habla de redefiniciones desde el poder, como se dieron en la España de Franco, quien impuso el uso oficial del castellano en todo el país y ordenó que se le llamara español. En este espíritu, Chávez descree de las imposiciones: "La lengua cambia sola: no se le debe imponer nada". Pretender impo- siciones, inclusivas o no, le recuerdan lo que hicieron Mustafah Kemal Atatürk en la Turquía de los 20, y Kim Il-Sung, en los 40, cuyas planificaciones lingüísticas "generaron una serie de quiebres dentro de los mismos hablantes y muchísimas prohibiciones. En este caso, me temo que tratar de imponer un uso por razones ideológicas y que se ataque a quien no quiera proceder, tildándolo de machista, va por la misma línea".
Tomando esta hebra, Natalia Castillo dice que la lengua "es espejo de la cosmovisión de los pueblos, por lo que un cambio lingüístico requiere de un cambio cultural que se produzca y se asiente. Hay niveles más permeables al cambio y otros menos permeables. La morfología ha sido históricamente y en diferentes lenguas el menos permeable, junto con la fonología; el léxico, en cambio, no solo es el más permeable, sino también el más cercano a la cosmovisión de los hablantes". De ahí que la creatividad de los usuarios se enriele principalmente por acá.
El lenguaje no es un hecho natural, sino cultural, constata Rojas (miembro de la Academia Chilena de la Lengua), por lo que no hay ciencia que pueda controlarlo ni predecirlo. Castillo observa, en tanto, que el cambio lingüístico tiende a elegir lo más simple: "todes" es simple, ciertamente, pero es una invención. Puede funcionar en un contexto acotado para quienes deseen usarlo, pero no va a generar un cambio en la lengua: "Cuando un grupo, cualquiera que sea, ha intentado posicionar una variante de laboratorio, por sobre las constatadas en el uso real, no ha obtenido los resultados deseados".
La batalla cultural está en curso y el futuro depende de qué tanto se instauren ciertos usos (algo pasaría, por ejemplo, si el "nosotres" penetra en la prensa y la literatura, o si una banda hace un cover de Los Jaivas y lo llama Todes juntes). Por lo pronto, subsiste la certeza de que la democracia opera en este ámbito como en pocos: el pueblo decide.
La RAE contra el uso de las "x" y las "e"
La RAE se ha expresado contra el desdoblamiento de los sustantivos masculinos y femeninos, como "ciudadanos y ciudadanas", porque lo considera "artificioso e innecesario". Hace unos días se refirió también a la utilización de @ y de "x" y "e". En su cuenta de Twitter la institución anotó: "El uso de la @ o de las letras «e» y «x» como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género". En los últimos meses la RAE ha modificado algunas acepciones del diccionario que resultaban discriminatorias contra las mujeres, como "sexo débil" o "fácil" en relación al sexo.