Fue el 27 de noviembre del 2015. Con mi marido íbamos a un operativo de salud al sur. El Ejército nos contactó para hacer consultas odontológicas en pueblos que no tenían acceso a dentistas, y nosotros aceptamos. El lugar quedaba desde la ciudad de Los Ángeles hacia la cordillera; y para llegar teníamos que tomar una avioneta.
Me acuerdo que ese día mi mamá nos llevó al aeródromo y le dijo al piloto que nos cuidara, que a ella esto le daba mucho susto. El hombre le dijo que no se preocupara. "Ya perdí un hijo, entonces me dan susto estas cosas", le respondió mi mamá, refiriéndose al vuelo. Salimos un viernes: la idea era estar allá el fin de semana y el domingo volver a Santiago. Mi papá también participaba en el operativo, él iba como fotógrafo y me estaba esperando en el pueblo al que nos dirigíamos. Ese viernes, además, era su cumpleaños.
Nos explicaron que la avioneta era de última generación. Adelante se subió el piloto con su señora; detrás de él iba sentada yo, y al lado, José María, mi marido. Recuerdo cuando estábamos llegando al lugar. Un hombre nos había ido a buscar para llevarnos a la casa donde alojaríamos y le avisamos que íbamos a aterrizar. Comenzamos a sobrevolar la pista. Esa es la última imagen clara que tengo, después son recuerdos borrosos, que con el tiempo he ido reconstruyendo.
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FOTO: Patricio Fuentes[/caption]
No sé bien cuál fue la causa del accidente, creo que hubo un viento de cola que nos desestabilizó. La avioneta trató de volver a elevarse y no lo logró, entonces caímos muy fuerte. Con ese golpe se rompió una de las ruedas del lado en el que iba sentada yo. Ahí rebotamos, la nave volvió a caer desde el aire, y como no teníamos rueda, chocó directo y rompió una de las alas. Luego dimos vueltas como un trompo. Me acuerdo de mirar por mi ventana y ver el suelo. Nos dimos muchas vueltas, salimos de la pista, cruzamos un camino de tierra y quedamos arriba de los árboles, al borde de un precipicio. Los árboles nos atraparon y por eso no caímos por el barranco. Y ahí, ya entre los árboles, caímos al suelo.
Me puse a gritar "¿qué pasó, qué pasó?", sin entender nada. José María me preguntó si estaba bien, me revisó y ahí miramos para adelante. El piloto estaba echado para atrás, ensangrentado, inconsciente, con la boca abierta. La señora le gritaba al lado, y él no reaccionaba. De repente empezó a quejarse; ahí nos dimos cuenta que estaba vivo. No recuerdo cómo, pero salimos todos por la ventana de adelante.
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Los cuatro tripulantes del vuelo. El piloto junto a su esposa, Trinidad y su marido, José María.
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José María me pasó su celular y me dijo que llamara para pedir ayuda. Agarré el teléfono y no podía apretar los botones, estaba bloqueada. El hombre que vio el accidente avisó a la casa donde nos estaban esperando. Mi papá casi se murió de impresión. Él y mi padrino llegaron rápidamente en auto y encontraron el avión en el suelo, hecho pebre. Mi padrino le dijo a mi papá que se quedara en el auto, porque no sabían cómo nos iban a encontrar. Ahí nos vieron a los cuatro vivos. "Es el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en la vida", me decía mi papá y me abrazaba. Al piloto se lo llevaron al hospital de Los Ángeles.
Después nos subimos a un auto. Mi marido me preguntaba "¿cómo te llamas?", y yo le respondía "Trini". "¿Te acuerdas que nos casamos?", me dijo, porque nos habíamos casado hace exactamente un mes. Yo miré el anillo y me puse a llorar. "Me case y no me acuerdo de nada", le decía. Llegamos a la casa y me puse a vomitar una y otra vez. Fuimos al hospital, pero no tenía nada, era el estrés que no podía controlar. Tuvimos suerte; el piloto tenía una fisura en la columna pero no fue grave; a mí, no sé cómo, me dio un desgarro en la pierna. Mi marido y la señora del piloto no tuvieron ni un rasguño.
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FOTO: Patricio Fuentes[/caption]
Mi mente bloqueó gran parte del accidente, así que no me generó un trauma muy importante. En enero del año siguiente me fui al sur en bus y durante la noche, con las luces apagadas y los ojos cerrados, sentí esa sensación de descontrol del avión. Me dio susto, recordé ese apretón de guata de cuando íbamos cayendo, pero no llegó a mayores. En febrero viajé por primera vez en avión después del incidente. Se me había olvidado el tema. Hasta que mi mamá, que me fue a dejar al aeropuerto, en el camino preguntó: "¿Te da susto viajar en avión?". Ahí me puse a llorar. Igual me embarqué. Lloré en el despegue y al aterrizar, pero no hice más escándalo. Viajar en avión no me agrada, no puedo evitar acordarme del día en que caímos desde el aire.
Mucha gente me dijo que tenía que hacer una terapia sicológica, pero a mí esto no me generó un trauma. A veces las personas que viven accidentes como éste cambian su estilo de vida, o trabajan menos para pasarlo bien. Nuestra vida sigue igual, solo que ahora tenemos dos hijos. Estamos infinitamente agradecidos de sobrevivir y de que no nos haya pasado nada. "Sigamos viviendo la vida, porque nos gusta como la vivimos", nos dijimos en ese momento con José María. Y agradecimos el milagro.