La mañana del domingo 2 de julio del 2000 quedará grabada a fuego en la memoria de Louise Phillips.
La veinteañera británica se había instalado hace meses en Tokio junto a su mejor amiga, Lucie Blackman, para impregnarse de una cultura distinta a la de Kent, su ciudad natal.
Cuando sonó el teléfono en la residencia donde vivían ambas amigas en la capital japonesa, Phillips contestó la llamada y dos detalles llamaron poderosamente su atención.
El hombre, que hablaba un inglés fluido, le dijo que Lucie se había unido a una secta religiosa y que no quería ser contactada por nadie.
Sin esperar respuesta, la llamada simplemente se cortó.
Hebra prima
Incrédula, por lo bien que conocía a Lucie, Louise recordó un dato relevante. La noche anterior su amiga había salido con un hombre mayor que había conocido en la discoteca Casablanca en donde trabajaba como anfitriona.
Aquel personaje le había regalado un teléfono celular y una costosa botella de champagne.
Sin pensarlo demasiado supo que su amiga estaba en peligro y puso el grito en el cielo.
Pero las autoridades japonesas desestimaron cualquier investigación porque “las jóvenes como Lucie se iban frecuentemente de vacaciones a Tailandia o Bali”.
Solo la intervención a través de la prensa de la familia Blackman y la gestión personal de Tony Blair, de visita en Japón, lograron iniciar una investigación.
Pasadas las semanas y sin avances notorios, el sargento Junichiro Kuku —a cargo del caso— volvió sobre la declaración de Louise y recordó una pista.
Una anfitriona de un club nocturno de Roppongi, el mismo barrio en el que trabajaba Lucie, contó a la policía de una vez en que había aceptado la invitación a salir de un cliente.
En su declaración, la mujer confesó que despertó al día siguiente con dolor de cuerpo, sin ningún recuerdo de lo que pasó en la noche anterior y con la sensación de haber sido drogada y abusada.
La policía abrió una línea confidencial para denuncias y tres extranjeras declararon situaciones similares, lo que comenzó a dar forma a un modus operandi.
Primero, todas las víctimas eran mujeres jóvenes y tenían rasgos occidentales. Luego, todas habían sido invitadas a salir fuera del club donde trabajaban por un hombre. Y lo preocupante: todas habían sido drogadas y, cuando despertaban, no recordaban nada y sentían intensos dolores corporales.
La policía pensaba por primera vez que estaba ante la presencia de un violador en serie de alto poder adquisitivo y que llevaba años operando en Tokio.
Pista clave de un crimen
El rompecabezas pronto sumaría nuevas piezas.
La pista más relevante vino de una chica australiana.
La mujer contó que en 1997 alcanzó a anotar en su agenda el nombre y número telefónico del sujeto que había drogado la noche anterior.
La policía mandó a traer la libreta desde Australia y dio con los datos que estaban tachados con firmeza.
Allí, en el papel, se leía “Yuji Honda” y efectivamente había un número de celular.
Cuando revisaron la línea, los policías notaron que seguía activa. Rápidamente buscaron en su historial y encontraron que el mismo celular había marcado el número de Lucie.
Con la tecnología disponible para el año 2000, la empresa operadora solo pudo dar con las antenas que más ocupaba el sujeto al llamar, lo que dio el perímetro de una zona desde donde se habían hecho las llamadas.
Era Akasaka, un acomodado barrio de Tokio conocido por su vida nocturna.
Nuevas pistas
Sin conocer la identidad del sujeto, ya que Yuji Honda era claramente un nombre falso, las víctimas recordaron que mantenía autos de lujo importados, de marcas como Mercedes Benz y Porsche, y propiedades en distintos y acomodados barrios de Tokio.
Una de las anfitrionas abusadas recordó que una de las propiedades era un lujoso departamento con vista al mar en un exclusivo complejo de edificios en Miura.
Con fotos de Lucie Blackman, los oficiales buscaron datos en la gerencia del edificio y en sitios cercanos. Fue en un acomodado restaurante donde una mesera recordó a la joven británica y contó a la policía que la vio cenando con un hombre mayor.
Con todos esos antecedentes, la policía dio con un residente del complejo de edificios que calzaba con el perfil del sospechoso. Su nombre real: Joji Obara.
Heredero de una fortuna, Joji estudió Derecho y Ciencias Políticas en una de las mejores universidades de Tokio, luego perfeccionó su inglés y completó su educación viviendo en Estados Unidos y Suecia.
El único antecedente que figuraba de Obara ocurrió en el año 1998: fue detenido mientras intentaba filmar a las usuarias de un baño público vestido de mujer. Todo quedó en una leve amonestación.
Pero el empresario siguió captando a nuevas víctimas a las que drogaba y agredía sexualmente lejos de la mirada de la policía japonesa.
Nadie sospechaba que, debajo de su fachada de hombre de negocios educado y millonario, en realidad se escondía un peligroso criminal.
La policía organizó una ronda de reconocimiento con las anfitrionas que habían prestado declaración, y mezclaron su fotografía con la de otros hombres. Todas ellas confirmaron que Obara era el agresor.
La captura de Joji Obara
Con la identidad del abusador de las anfitrionas de Roppongi, la policía japonesa elaboró un plan para su detención.
Sabían por datos del edificio que todas las mañanas Obara salía a buscar el diario, así que se instalaron a las 6:00 AM, cubrieron las rutas de escape incluidas las ventanas (en caso de que saltara) y esperaron a que abriera la puerta.
Cuando el empresario bajó en busca del periódico, un detective salió a su encuentro y le preguntó si era Joji Obara. Sorprendido, respondió que sí y aparecieron los demás oficiales para detenerlo y revisar el interior de su departamento.
Lo que encontraron acabaría por sellar el destino de Obara, aunque a más de 100 días de la desaparición de Lucie Blackman, todavía nadie sabía del paradero de la joven británica.
Oculto en su departamento, el hombre llevaba un diario donde relataba sus pensamientos más íntimos y el detalle de los abusos en contra de decenas de mujeres.
Joji siempre seguía el mismo ritual: buscaba mujeres occidentales jóvenes y más altas que él, las seducía con regalos y las invitaba a cenar y a tomar una copa en su departamento. Ese trago iba con un potente sedante y, cuando las dejaba inconscientes, se ponía un antifaz negro e iniciaba sus perversiones que grababa con una cámara de video.
El empresario abusaba sexualmente de las mujeres durante horas y si alguna despertaba desorientada, volvía a drogarla con cloroformo hasta concluir su horrible ritual.
Al día siguiente, cuando las mujeres volvían en sí, Obara les decía que se habían desmayado a causa del alcohol y les aconsejaba que se fueran a casa para descansar.
Antes de cruzar el umbral de la puerta del departamento, el millonario japonés les ponía un fajo de billetes en la mano.
Era su forma de acallar cualquier indicio de recuerdo de lo ocurrido.
Según pudo encontrar la policía en su detención, el enmascarado japonés tenía más de 400 abusos sexuales a mujeres documentados en video.
Algo que llamó la atención de los investigadores fueron unos ganchos metálicos ubicados en el techo de una habitación. Tras pesquisar los más de 400 videos vieron que los utilizaba para colgar a las mujeres con un sistema de poleas y cuerdas.
La evidencia contra Obara era demoledora, pero Lucie Blackman no salía en ninguno de esos videos.
“Demasiado cloroformo”
El millonario negó conocer a Lucie Blackman y declaró que las mujeres de los videos habían actuado, de manera consentida, a cambio de dinero.
Aunque su versión no se sostuvo, ya que las mujeres filmadas no recordaban nada en absoluto.
En las semanas que duró la revisión del material, un video llamó la atención de los investigadores. Allí se ve que una de las jóvenes está atada al techo y sus extremidades tiemblan mientras está inconsciente.
Con ese antecedente, los peritos lograron confirmar el poderoso sedante utilizado por Obara pero también algo más.
Esa joven era una ex modelo australiana de 21 años —la misma edad de Lucie— llamada Carita Ridgway, quien había muerto en 1992 en la urgencia de un hospital.
Allí fue llevada por un sujeto que se presentó como Nishida y que pagó los gastos de la internación.
La policía vio que las transacciones estaban a nombre de Joji Obara. También notaron que la ficha clínica reportaba como causa de muerte un envenenamiento por mariscos.
En esa oportunidad, Obara se presentó a la familia de Ridgway y les ofreció un collar de diamantes y un anillo que supuestamente había comprado para darle en su cumpleaños, y se ofreció a pagar el funeral, pero ellos se negaron.
Les pareció extraño y ocho años después esa duda se transformó en certeza. Joji Obara había abusado sexualmente de Carita Ridgway y posteriormente la intoxicó con una sobredosis.
“Las mujeres son solo buenas para el sexo… buscaré venganza, venganza contra el mundo… Las anfitrionas extranjeras son todas feas. No por su apariencia, sino por su mentalidad”, decía una de las entradas del diario de Obara. Según el empresario, “mi objetivo es haber tenido sexo con 500 personas para cuando tenga 50 años”. Sin embargo, “no puedo hacerlo cuando ellas están conscientes”, de ahí el uso de fuertes sedantes.
Los investigadores encontraron una pista relevante al lado del nombre de Carita en el diario del millonario. La frase “demasiado cloroformo”.
El caso de Lucie Blackman
Casi una década después del incidente, el millonario salió con Lucie Blackman, una británica que llegó hasta Japón con visa de turista en el año 2000 y que trabajaba en la discoteca Casablanca, un local en Roppongi frecuentado por hombres y cuyo atributo principal eran sus bellas anfitrionas occidentales.
El 1 de julio, Obara siguió la pauta de su modus operandi y se llevó a su departamento a Lucie.
Allí la drogó y violó durante horas. Sin embargo, la joven británica jamás despertó, así que el empresario debió improvisar y deshacerse del cadáver.
Joji Obara fue detenido en octubre del 2000 acusado de los asesinatos de Lucie y Carita, y por la violación de al menos otras ocho mujeres.
Finalmente, el 9 de febrero de 2001 la policía logró armar definitivamente el puzle al encontrar el cadáver descuartizado de Lucie. Estaba separado en varias bolsas de basura en una cueva cercana al departamento de Miura.