Nunca estuvo en mis planes dedicarme a un deporte tan fuerte y rudo como el boxeo. Sin embargo, lamento mucho no haberlo conocido cuando era pequeña. Sabía que existía, obviamente, pero nunca tuve una cercanía como para enamorarme de la preparación física y de todo lo que, hasta el día de hoy, me fascina de esta disciplina.
Con mi expareja y papá de mi hija pasé por un lapsus de violencia intrafamiliar severa. Duró bastante tiempo y me costó mucho salir de ahí. Ahora puedo hablarlo tranquilamente, porque estoy más adulta y es un tema supersuperado.
Mantuve una relación de ocho o nueve años aproximadamente. Siete de estos estuvieron marcados por la violencia. Todo partió porque a él le gustaba salir, pasaba durmiendo el fin de semana y yo le exigía que estuviéramos con la niña. El embarazo fue superfome porque, sí, al principio estaba enamorado, pero después lo único que quería era salir y me faltaba el respeto, además de que era celoso. Yo tengo mi carácter también; cuando no quería hacer algo que él decía, me golpeaba y yo reaccionaba. Después, de forma inconsciente, me fui callando y sintiendo víctima. Cuando me pegaba ya no hacía nada, solamente me cubría. Eso me empezó a generar una enorme pena.
Llegó al punto de tirarme botellas en la cara y otras agresiones fuertes, por lo que finalmente se fue preso. Estuvo en Santiago 1 y en la ex Penitenciaría por muchos años. Se juntaron tantas demandas y causas que tuvo que pagar cada uno de sus delitos cometidos conmigo. Mi hija y yo salimos adelante, porque nunca estuvo en mis planes darme por vencida, ni ser una víctima eterna.
Gracias a que se fue a prisión logré separarme completamente, pero aun así seguían las amenazas. Me decía que me iba a matar, que obtendría un permiso y podría salir los domingos.
Uno de los amigos en común que teníamos, que siempre ha estado conmigo, me dijo "¿sabes qué? empieza a aprender a defenderte, porque este va a salir y te va a matar". Me sentía superinsegura. Sobre todo cuando iba a poner las demandas al Tribunal de Familia, porque aun teniendo los mensajes de texto que me enviaba no se podía hacer nada mientras no hubiera amenazas presenciales. Por eso, en vez de recurrir a Carabineros, que a veces te daban el número del cuadrante, pero se demoraban veinte minutos en llegar, preferí buscar mis métodos para protegerme.
Primero me inscribí en kickboxing, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que se me bajaban mucho los brazos. Además, me faltaba defensa de puño y me llegaban los golpes porque me preocupaba de cómo ocupar las piernas. Luego entré a Club México a entrenar. Ahí parte mi historia como boxeadora. Me enamoré de la preparación física, de quedar realmente cansada, del trabajo de defensa, de la concentración, de todo. Me tomó tan fuerte que, desde ese momento, nunca más lo dejé.
Siendo sincera, jamás pensé tener aptitudes para esto, hasta que me ofrecieron la posibilidad de pelear y mi mentalidad cambió. Ahora ya estaba entrenando con gente fuerte, que competía, que practica para combatir sin hacer daño a otro. No es por venganza ni defensa, es por un tema netamente competitivo.
Tuve excelentes profesores, como Rubén Ojeda, que fue el primero. Fui pasando por otros también que me fueron guiando en este camino. Empecé a competir y yo creo que la garra, más toda mi experiencia anterior y toda esa fortaleza que me destaca, me han dado la convicción de no rendirme y siempre querer dar más. Cuando comencé a pelear con mujeres entrenaba con varones, de modo que tenía que soportar manos pesadas y tolerar ritmos distintos. Hubo días en que me iba con el corazón roto porque me habían pegado mucho, pero pensaba toda la noche y planeaba lo que tenía que hacer al día siguiente para no terminar tan aporreada.
Aún recuerdo la primera vez que peleé, tenía miedo y estaba supernerviosa. Aparte, mi entrenador me decía "ella tiene más peleas que tú, ¿estás segura o vas a abandonar'". Esos comentarios más me motivaban. Pensaba en todo el tiempo invertido en los entrenamientos -ocho meses- y en que si no lo hacía todo ese tiempo no serviría de nada. Finalmente competí y gané por nocaut técnico. Ella se retiró porque le pegué un combo en la nariz.
Hay que ser muy constante, porque no es un deporte que se entrene tres veces a la semana. Aquí, para poder competir, tienes que trabajar distintos reflejos. Por ejemplo, cuando a alguien le llega algo en el ojo, lo cierra. Nosotros cultivamos nuestro reflejo para evitar esa reacción, porque si me llega un golpe y los cierro, no sé lo que va a seguir pasando. Por ende, ahora si me tiran un combo en la cara ni parpadeo, porque tengo que seguir peleando.
Mucha gente dice que es un deporte bruto, que no es femenino. Mi boxeo no lo encuentro para nada grotesco y siento que me veo bonita boxeando. Tengo la técnica, además de un contraataque bien preparado y entrenado. Me encanta.
Nunca esperé que iba a ganar tanto. Hoy soy tricampeona Amateur de Chile. Después de haber vencido estas tres veces, me dieron la oportunidad de debutar como profesional, así que ahora empiezo a medirme de manera internacional. Estoy enfocada totalmente en eso y contenta con mi desempeño, con todo lo que he cumplido, porque sé todo el esfuerzo que le he puesto. Aun así siento que todavía no he ganado nada importante; quiero un título sudamericano o, hasta, mundial.
Actualmente, además de competir, trabajo en esto y hago clases de Kick Boxing y Box training en Club México, Club Contender y Nuevo Capital, quienes también me auspician. Tengo a mis alumnos y, a algunos, los he hecho debutar. Me gusta traspasar mis conocimientos y ver resultados en otras personas.
Si te pones a pensar, es superirónico porque, al día de hoy, yo le he pegado a muchos varones entrenando, después de que a mí me pegaban mucho. En uno está la posibilidad de avanzar o quedarse ahí. Soy víctima y me quedo para siempre así o fui víctima y vuelco la situación. Me considero una luchadora.