Las canas nunca la perturbaron y jamás se ha tomado la molestia de camuflarlas. Tampoco recuerda haberle dedicado un segundo a lamentar la aparición de sus arrugas. Y su relato es creíble. Con un metro setenta de estatura y un cuerpo tan erguido como si un hilo la elevara desde la cabeza, Ximena Abogabir anda por la vida con su pelo blanco largo tomado en una cola, aritos de perla, beatle negro, pantalón ancho, zapatos bajos y mochila. Su estampa recuerda a Jane Godall, la primatóloga. O a esas ex bailarinas que devienen en coreógrafas. Su mirada fresca, como de niña inquieta, no conoce el bótox ni las cirugías. A los 71 años, la vejez no la acompleja ni la asusta; sí la moviliza. Tal como hace décadas lo hicieron otras causas: la conciencia ecológica, la amenaza de la bomba atómica, conseguir plata para las ollas comunes en dictadura, el autoconocimiento y el despertar medioambiental de la mano de Lola Hoffmann, fundar la agencia Porta y luego la ONG Casa de La Paz.
Le vejez, sin embargo, es mucho más que una palabra en una lista de intereses. La vejez la tiene hace año y medio estudiando, trabajando, conversando y liderando Travesía 100, empresa que hace frente a uno de los fenómenos demográficos más determinantes a nivel mundial y local: el envejecimiento de la población y el aumento de la expectativa de vida que, en Chile, es de 85 años para las mujeres y 80 para los hombres. En esta primera etapa, junto a sus socios Javier Irarrázaval y Jimena Vera, han buscado convertirse en lugar de encuentro, generación de redes y educación para personas mayores de segmentos medios, a quienes les urge -ya sea por necesidad económica, intelectual o emocional- reformularse, diseñar un nuevo propósito. Objetivos que ella aplica también a su propia vejez. Como un experimento que la tiene curiosa y entusiasmada.
Los hechos parecen darle la razón de que es un tema candente. Sólo en los últimos 15 días, la prensa nacional dio cuenta de la fiebre por la app que proyecta la apariencia en la ancianidad; de la rebelión de la tercera edad en la Cancillería; de las cifras que informan que siete de cada 10 nuevos empleos son ocupados por seniors; de las paupérrimas jubilaciones; del lanzamiento de la campaña "Buen trato a las personas mayores" por parte del gobierno; de los feroces índices de suicidios en adultos mayores, con la tasa más alta del país: 15 casos por cien mil habitantes en personas de 70 a 79 años… Información que ya fue clasificada por el radar de Ximena Abogabir.
-¿Cómo te reconoces y qué te mueve a los 71 años?
-Sigo siendo una persona que quiere incidir. He tenido una vida fructífera, he formado cosas, tengo una familia de 10 hijos -entre los míos y los de mi marido-, 28 nietos, todos viviendo en paz. Si miro mi cosecha, no me queda más que agradecerle a la vida. Pero eso no me calma. La invitación a descansar me parece terrible.
-¿Tuviste conciencia en algún momento de que entrabas en la vejez?
-Nunca. A los 30 años me comenzaron a salir canas y nunca me teñí, como tampoco se me ocurrió estirarme las arrugas. Efectivamente lo que ha cambiado en mí es esto (dice tocándose la cara y las manos), pero me siento igual que siempre. He aprendido que el envejecimiento es un umbral que se va corriendo: para el niño de 15, el viejo es de 30; y para el de 40, es el de 55. He descubierto que el umbral es de 15 años, entonces yo, que tengo 71, considero que el de 86 empieza a parecer medio viejo. Hay, además, un asunto con las expectativas, que a esta edad se sueltan y es muy rico eso. Los dados ya están echados. Ya no fui Premio Nobel, mis hijos no son perfectos, mi marido tiene sus detalles y yo también; pero es lo que hay, disfrutémoslo.
-¿Cuándo la vejez comienza a ser un tema para ti?
-Me pasó en la Casa de la Paz (donde ha estado 35 años). Empecé a sentir que me estaban cuidando, que no me querían molestar y eso no me gustó. Sentí que ahí había una derivada muy peligrosa y que, a menos que yo reaccionara, me iba a convertir en un florero.
-¿Cuidando?
-Cuidando como "no molestemos a la Ximena", cuando yo estaba allí justamente para que me molestaran. Eso me encendió una luz de alarma. Y ahí entendí, caché, que a mis 70 años estaba transmitiendo vulnerabilidad y yo no tenía esa necesidad ni me sentía vulnerable. Pensé: "¿Qué está pasando conmigo?".
-Te vieron vulnerable, ¿qué movilizó eso en ti?
-Me di cuenta de que ya no era buena idea quedarse para siempre en la Casa de la Paz. Estoy en el directorio, sigo trabajando, pero empecé a explorar lo que había a mi alrededor. Me di cuenta de que nosotros, los de mi edad, éramos un segmento distinto del que había antes y que no teníamos nombre. Mi abuelo fue niño-adulto-viejo. Mi papá fue niño-joven-adulto-viejo. Yo niña-joven-adulto-algo sin nombre-vieja. Hay un espacio en el que no soy joven, pero tampoco anciana. Concluí que eso es lo que quería entender y estudiar para servir, porque hay ahí un dramón que pocos están viendo. No sabes la cantidad de gente que me llama para contarme que no encuentra pega y que la necesita. Que pasan procesos de selección hasta llegar a la entrevista y se encuentran con un potencial jefe que estaba en el colegio cuando estas personas hacían carrera. Y hablo de personas que pueden tener 48 años. Jóvenes. Imagina lo que pasa con personas mayores. Eso me tiene perturbada, como años atrás me perturbaba la guerra nuclear.
-Tremendo. De un día para otro ya no sirves.
-¿Cómo vas a mantener activa tu mente, tus relaciones, cómo no vas a llevar esa tensión en tu cuerpo hasta enfermarte, si necesitas y quieres seguir siendo útil y te pegan un portazo? Lo encuentro tremendo, sobre todo si piensas que hoy la gente mayor de 20 somos 1 de cada 5 de la población en Chile. En 2035 vamos a ser 1 de 4. Y al 2050 seremos 1 de 3. Viene un problema del que no nos estamos haciendo cargo.
El check list
"Entonces, me convertí yo y mis relaciones en objetos de estudio", cuenta Ximena Abogabir, refiriéndose a su nuevo salto laboral. "Por decirte, mi marido, abogado, 81 años, entró hace poco a estudiar medicina china, de puro entender que lo mejor que podía hacer para sí mismo era estudiar algo que le interesara realmente. Le pregunté: "¿Qué es lo que te apasiona?". Y me respondió: "La medicina; yo siempre quise ser médico". Y está estudiando y tiene compañeritos y happy hour, y hace tareas, pruebas y está chocho. Su cabeza, al igual que la mía, explotó".
No es su primer punto de quiebre. La primera crisis de sentido, que la impulsó a tomar el timón, vino después de 12 años en Porta, en la etapa dorada de la publicidad en Chile. "Era un trabajo con mucha adrenalina, adictiva, muchas lucas, muchos premios, mucho glamour, pero siempre sonaba un Pepe Grillo que me decía: '¿Qué estás haciendo acá?'. Luego conocí a Lola Hoffmann; y mis hijos, ya más grandecitos, me increpaban preguntándome por qué si yo había hecho una campaña de Caricia, no los dejaba comer esa jalea", recuerda. La contradicción era evidente.
Lola Hoffmann, siquiatra y guía espiritual de una generación, impartía su famoso taller de interpretación de los sueños cuando su paciente y alumna Ximena Abogabir tuvo uno, determinante. "Soñé que estaba en el último día de mi vida, rodeada de la gente que me quería, y que mi hijo Gonzalo me decía 'mamá, me hubiese gustado que me hubieses ido a ver a mi rugby', y yo le explicaba que no había tenido tiempo. Y mi hija Ximena me decía que le hubiese gustado que la acompañara a ballet, y yo le decía 'sí, negrita, es que no tuve tiempo'".
Al día siguiente se reunió con sus socios en la agencia, Raúl Menjíbar y Eugenio García, y empezó a preparar su salida. Luego, en 1983, fundó la Casa de la Paz, para educar, establecer vínculos y articular acuerdos entre la comunidad, las empresas y el gobierno y promover una convivencia sustentable con el medio ambiente. Es ahí, en un edificio antiguo de calle Orrego Luco, donde se produce esta conversación. Ximena habla y pela una mandarina. "Siempre he sido más de mandarinas que de chocolates", explica.
-¿Siempre has sido de alimentarte bien?
-Sí, y ahora estoy cosechando la intuición que tuve desde muy chica. He tenido la suerte de hacer todo el check list que dicen es bueno para un buen envejecimiento. Primero, el cuerpo: además de la comida sana, hago una mezcolanza de ejercicios. Camino, camino y camino. No uso auto. Y me encanta subir cerros. Con mi papá siempre subía cerros, y después con mis hijos. En segundo lugar, la mente: me gusta aprender y soy matea. Antes en la Casa de la Paz teníamos un computín y mi marido, Sergio (Vergara), también lo es. Entonces descubrí que tengo que aprender a aprender. Una nueva app no me la puede ganar.
-¿Qué otra cosa es fundamental en el check list para una buena vejez?
-Las relaciones. Se habla de las zonas azules, donde las personas tienen mejor envejecimiento. Son lugares donde se tiene una buena cantidad y calidad de relaciones. En esta etapa lo peor que te puede pasar es la soledad. El mundo, inevitablemente, se te va achicando. El sistema laboral te expulsa. La gente de tu edad comienza a morir, personas que querías, parientes, amigos. Relacionarse hace bien para la cabeza. Está también la dimensión financiera. ¿Qué pasa cuando haces el cálculo de cuántos cafecitos Starbucks te has tomado y cuánto equivaldrían para tu jubilación?
-¿Cómo lo has hecho tú?
-Soy terriblemente austera. Nunca me interesó la ropa ni la super cartera. Desde muy joven me pareció importante no gastar más de lo que se tiene, incluso por sanidad mental. No podría disfrutar de un par de botas por las que tuve que endeudarme.
Ximena Abogabir habla de este check list para una buena vejez y uno no puede dejar de pensar que hay que partirlo con tiempo. Que envejecer es un asunto que debe comenzar cuando aún se es joven. Ella misma remata: "Tienes entonces el cuerpo, la mente, las relaciones y las finanzas… Si llegas tarde con eso, ya no tienes tiempo de recomponerlo".
-Es un buen propósito. Pero ¿cómo funciona para toda esa población de gente mayor en estados precarios, que ni siquiera puede sustentarse?
-En Travesía 100 estamos partiendo por los sectores medios, porque como empresa con vocación B tenemos que autofinanciarnos. Una vez que generemos recursos, atenderemos a gente que requiera algún nivel de subsidio. El segmento más vulnerable, esas 164 mil personas mayores que lo componen, deben ser un compromiso país. Todos somos responsables de ellos.
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Fotografía: Mario Tellez[/caption]
Ni ingenua ni cándida
-La televisión es buena para tratar a la gente mayor de "abuelitos". ¿Cómo debemos referirnos a una persona de tu edad o mayor, sin caer en descalificaciones o el cuidado impostado?
-En Travesía 100 hablamos de personas mayores. Este segmento no es joven, pero en muchos casos son personas que han renacido. Personas que viven un momento complicado y que al mismo tiempo están exigiendo innovación cultural y del mercado. Está todo por hacer. Es un segmento al que hay que inventarle todo, productos nuevos, servicios nuevos, comunicaciones nuevas.
-¿Qué cabe dentro de esa innovación cultural?
-Entender en qué época estamos viviendo, tener cuidado con el lenguaje. El otro día en televisión dijeron: "Un anciano de 58 años cruzó la calle y fue atropellado". ¡Anciano de 58 años! Ésa es la mitad de la vida hoy. Cuando hablas de una persona en esos términos, cuando al señor que está manejando despacito le dices "apúrate, viejo pelotudo", estás construyendo tu propio futuro. Necesitamos construir un futuro en que todos quepamos.
-¿No es violento que la vejez se relate como una etapa asexuada?
-Eso es otro asunto cultural, porque tradicionalmente se ha asociado la sexualidad a la apariencia física y un ideal de belleza. El cuerpo no será tan bonito como a los 18, pero créeme que sigues sintiendo igual. La pareja cambia, se profundiza, hay otro tipo de conexión de alma y hay otro ritmo, porque tienes más tiempo.
-La moda y la publicidad están trabajando con modelos de tu edad. ¿Te reconoces en esas mujeres?
-Me encantan las cremas, porque me gusta sentir la piel suavecita y porque la tengo seca. Pero no creo nada de lo "anti-age". Decidí andar con cola de caballo, porque me acomoda y también es un statement de que me peino así ya que se me da la gana. ¿Quién dijo que yo no me puedo peinar como quiera?, ¿quién dijo que no puedo estudiar una nueva carrera?, ¿quién dijo que no puedo pololear?, ¿quién dijo que no puedo armar una nueva empresa? Libertad. Si yo no decido como se me da la gana ahora, dime cuándo.
-¿Es más dura la vejez con las mujeres?
-Sin duda. Recibimos un tercio de las jubilaciones que los hombres y un 30 por ciento menos de ingresos por nuestros trabajos. Es especialmente duro para las que dieron su vida al servicio del hogar y un día los hijos partieron y se encontraron con un nido vacío y con un caballero que casi ni conocían. Mal negocio para las mujeres ese. También está la apariencia física. Desde chicas nos enseñaron la importancia de estar bien peinaditas. Llegas a esta etapa y nos pega.
-¿Qué les pasa a los hombres que te toca conocer?
-Ni te explico... Llegan y durante los primeros 45 minutos me tiran su currículo, me explican lo fantástico que eran; y se entiende, porque fuera de sus trabajos se quedaron sin identidad. Es muy duro, especialmente para quienes tuvieron posiciones de cierto poder.
-¿Es linda la vejez o es una pesadilla?
-No se puede hablar de "la vejez", sino de "las vejeces". Cada uno envejece según sus opciones anteriores. Si soy una persona que siento que cuando jubile se acabó mi vida, o que cuando se fueron los hijos me puse a vivir de los recuerdos, no va a pasar más que eso y habrá que esperar la muerte. O hay gente que ha tenido una mala vida laboral, con jefe difícil, trabajo tedioso, sin flexibilidad horaria, y que al jubilar tiene una vida sencilla, pero feliz. Envejecer es intrínseco al ser humano, sea cual sea la experiencia vital: depende de cada persona resistir o fluir con el proceso.
-¿Te asusta la muerte?
-No especialmente. De verdad creo que esta etapa es como el tercer tiempo. El tercer acto. El capítulo final.
-¿Qué te provoca esperanzas hoy?
-La esperanza yo la simbolizo en Greta Thunberg y todo lo que ha generado.
-Se te escucha optimista.
-Tomo una frase de Francisco Varela, a quien tuve el privilegio de conocer: "Soy optimista lunes, miércoles y viernes, y pesimista martes, jueves y sábado". Depende de dónde ponga la mirada. Tengo la fortuna de siempre estar viendo el lado luminoso de la vida. Le huyo a la gente escéptica o que se queja todo el día. No soy ingenua o cándidamente optimista: yo veo lo negativo, pero eso no me sirve y opto por lo positivo.
Crecer sin madre
-¿De quién aprendiste tu mirada optimista?
-Creo que de la Lola Hoffmann. La Delia Vergara (junto a Roberto Edwards, fundadores de revista Paula) me insistió en que fuera a hablar con ella cuando me separé de mi primer marido. Al principio me costó. Nunca antes había ido a un sicólogo o a un siquiatra para que me apachurrara, para que acogiera mis dolores de haberme separado y de que mi mamá se hubiera ido cuando yo era chiquitita. Tenía harta cebolla que picar. Y no me pescó en nada de eso, simplemente me puso en marcha. Yo tenía 33 años.
-¿Cómo abordaste con ella la ausencia de tu mamá?
-Cuando mi mamá se fue de la casa y se casó con Sergio Livingstone, yo tenía 12 años. Edad complicada. Me costó abordarlo con la Lola, porque pensé que me iba a decir "pobrecita" y lo que escuché fue: "Qué afortunada, no fuiste contaminada por madre". Después me di cuenta de que soy bien "reglúa", exigente, me gustan las cosas bien hechas. Probablemente me contuve a mí misma con reglas.
-¿De qué manera has digerido ese abandono?
-Por supuesto que me dolió, por supuesto que una madre es insustituible, pero tuve un maravilloso papá que dejó muchas huellas en mí. Con mis hijos creo que he sido más papá que mamá. He sido de excursiones, de partir de vacaciones a Algarrobo con cartulinas y plumones para mover a toda la playa porque había que recolectar plata para terminar una escuela. Para mí, el hacer está unido con la diversión. Soy poco de acurruque. De mi papá, que trabajaba en el campo, heredé también mi pasión por el trabajo.
-Sin estar "contaminada de madre", ¿cómo hiciste para construirte en lo femenino?
-Con hartas referencias y con hartos errores. Soy mala acogiendo. De las cosas que me han gustado de ser mayor es que me he conectado con mi vulnerabilidad. La otra vez me caí y me hicieron 16 puntos en la pera. Una chiquilla me ayudó a levantarme y tuve que ser cuidada. Fue bonito. Por otro lado, tengo un matrimonio que es muy ambivalente en lo masculino y lo femenino. Con Sergio nos intercambiamos roles. Y no me refiero a quién lava los platos, sino roles-roles. Creo que la mayor dificultad para él es saber cuándo estoy en masculino y cuándo en femenino. En femenino quiero ser contenida. En masculino quiero mi espacio. Entro y salgo.