Desde Itata y Biobío: vinos y sidras que hay que probar
Está todo pasando en esta zona del centro-sur del país, donde decenas de viñateros y viñateras están dando vida a interesantes proyectos que mezclan productos innovadores con prácticas de comercio justo y revalorización de los productos locales. Acá, nuestra cronista gastronómica recomienda tres imperdibles.
En el valle del Itata hay una revolución en ciernes. Un nuevo tipo de espumante, rosados que invitan a descorchar una y otra vez y sidras hechas con variedades antiguas de manzanas sorprenden a todo quien busque refrescarse con estilo este verano. Una camada nueva de viñateros y viñateras hace de las suyas para llevar la sabiduría de un territorio históricamente ligado al vino hacia un sediento mercado que exige –aparte de novedad– conciencia verde y responsabilidad social.
Más allá de las burbujas
Desde 2016 que el doñihuano Ignacio Pino reside en Guarilihue, en pleno corazón del valle del Itata. Tras tres años trabajando en distintas viñas de Nueva Zelanda, Portugal y California, este agrónomo y enólogo volvió a Chile con poderosas razones para elegir este rincón de Itata: “Cuando me enseñaron a hacer vino me explicaron que el resultado final o es similar a la calidad de la fruta o es peor; esa es la importancia de las materias primas, y en parte por eso estoy acá, porque hay una genuina calidad”, dice.
“Pero, para mí, lo realmente importante es crear valor en la zona: la idea es vincularse con el territorio. Por eso, producir y envasar en origen es muy importante: que los recursos se queden acá, que nazcan expectativas de visitas y proyectos paralelos de hotelería, de restaurantes. Así, cuando la gente tiene el interés de visitar alguna viña, conoce la zona y demanda otros servicios”, reflexiona Pino.
Tras llegar, se asoció con viñateros y viñateras –algunos de la zona y otros avecindados que llegaron de distintos lugares– para compartir la antigua bodega Tinajacura. Allí trabaja con uvas de variedades patrimoniales cultivadas por productores de la zona. Semillón, moscatel y país se cuentan entre las que prefiere, y que terminan convertidas en vinos que “manifiestan el terroir y expresan la tipicidad de la variedad”.
Como muchos otros viñateros de esta nueva generación, Ignacio Pino paga un precio justo por kilo de uva: la idea es dar al trabajo campesino el valor que merece y ojalá evitar que desaparezca. Conoce de cerca esta realidad: desde hace varios años presta sus servicios en programas de asesorías de Indap, entregando recomendaciones técnicas a pequeños productores, formulando proyectos de inversión y de mejora en equipamientos, participando en eventos y en lo que sea que se necesite de su experticia.
“Aquí hay una ética de producción que va de la mano con desarrollar vinos con sentido y técnicas locales; mi foco está en la búsqueda de nuevos sabores que no existen en otros vinos –y eso se logra con una mínima intervención–. La idea es generar alimentos únicos, que expresen el terroir, que tengan pertinencia territorial y que generen valor aquí mismo”, explica Pino.
De su producción, los favoritos de esta cronista son sus pet–nat: el término es un diminutivo de Pétillant Naturel, expresión francesa para los vinos naturales ligeramente espumosos, de fermentación espontánea terminada en botella. Recomendamos probar su pet–nat de uva país 2021: “Es un vino de verano, de playa, especial para este tiempo, tiene frescura, es bajo en alcohol, tiene buena acidez, es aromático, tiene mucha fruta: hay frutillas, cerezas y sandía; además, es a la vez ligero y estructurado”, describe el enólogo, cuyos vinos van entre los $10.000 y los $15.000 por botella.
Para comprar, se puede encargar directo vía Instagram en @pino.roman; en Santiago, a través del distribuidor Alan Grudsky, vía alan@grudskywinedealer.cl o @alangrudsky en Instagram. En Concepción, sus vinos están en el restaurante Radical y en la distribuidora Social Wine.
De Australia con amor
“Aprendí haciendo, fallando, disfrutando”, cuenta Alice L’Estrange, australiana avecindada hoy en Guariligue o ”Guaricity”, como le dice ella. En Australia lo suyo era el café, pero de a poco se fue metiendo en el mundo del vino: participó de varias vendimias y en 2015 comenzó a hacer vino junto a su socia, Lucy Kendall, quien “le enseñó todo”. Después se dedicó a importar vino natural chileno a Australia; eso fue lo que rápidamente la trajo a este costado del Pacífico, a ver con sus propios ojos de dónde venía tanta maravilla.
Ya en Chile, en modo semi nómade colaboró en varios proyectos con viñateros locales e hizo sus propios vinos aquí y allá; inmediatamente se ganó el reconocimiento de la escena local. Ya convencida de que el vino era lo suyo, hace dos años decidió sentar cabeza y se fue a vivir a Guarilihue para dedicarse 100% a su propio proyecto, que desarrolla en la misma bodega de Ignacio Pino. Alice L’Estrange trabaja con un equipo mayormente femenino, feminista e internacional, altamente comprometido con el desarrollo local: “Intentamos respetar y promover agricultores, cepas y formas de vinificación tradicionales. Compramos uva sin químicos a un buen precio, y pagamos hasta 4 a 6 veces lo que paga el mercado”, explica.
Alice L’Estrange define sus vinos como funky, “expresivos de mi mente loca, supongo”. Dice que son mezclas raras, muy de su gusto personal. Lo cierto es que al probarlos –cualquiera de ellos–, se siente una verdadera explosión de sabores y aromas, además del carácter único de los vinos antiguos de la zona. Especialmente rico está el Frutilla Aquí, un rosé bien alegre de país con moscatel en cofermentación, que viene –convenientemente– en botella de litro y con una etiqueta que homenajea a los letreros de venta de frutilla de la zona. Todas sus etiquetas son obras originales de mujeres artistas de Concepción y Melbourne, Australia.
“Soy gringa, vengo de afuera, no heredé ningún campo y tampoco me da para comprarme uno aún; hay choque cultural en muchos sentidos, pero estoy feliz: me siento parte de una comunidad de compadres y comadres, nos apoyamos en todos los aspectos” reflexiona. Como si fuera poco, junto a otros organizadores locales estuvo a la cabeza de la primera versión de la feria de vinos Harinaos, en Guarilihue, que fue “una celebración del amor a Itata y Bío Bío, donde todos los independientes trabajamos limpio y honesto, con respecto y con alma”. Harinaos tendrá su esperada segunda versión después de la vendimia que está por venir: la fecha se dará a conocer pronto en la cuenta de Instagram de L’Estrange, @strangegrapes. Imperdible.
Los precios de estos vinos van entre los $10.000 y los $13.000 por botella y se pueden comprar en brotherwoodlatienda.cl, en cholitasdelcacao.cl, con el distribuidor @alangrudsky vía Instagram o escribiendo al e-mail alan@grudskywinedealer.cl.
Dando valor a manzanos antiguos
La primera cosecha fue medio casual, cuenta Juan Lisboa: “Éramos cuatro haciendo la práctica de Agronomía con Roberto Henríquez y, en un tiempo muerto, por iniciativa de todos, decidimos aprovechar las manzanas del campo: ‘Hagamos chicha’, dijimos”.
Lisboa, Nicolás Mosso, Lucas Santis, Ítalo Toledo y el reconocido viñatero Roberto Henríquez conforman hoy Agrícola Sin Patrones, un colectivo que se dedica a hacer sidras, cervezas, vinos y destilados usando variedades de manzanas y cepas antiguas del valle del Biobío y alrededores. En su corta vida –llevan dos años– no solo han ganado adeptos locales que buscan botellas con personalidad, sino que están haciendo los trámites para comenzar a exportar.
“Ítalo Toledo es tercera generación de una familia donde siempre han hecho chicha; él sabía mucho, y yo por otra parte investigué la parte científica, porque estaba haciendo mi tesis sobre lo que se sabía de la chicha de manzana en Chile”, cuenta Juan Lisboa. La sidra, explica, no es más que una versión depurada de la chicha, hecha bajo mejores condiciones de higiene y con equipamiento más sofisticado. “Tanto nosotros como otros sidreros evitan el término chicha, porque tiene mala fama que es de no creer; siempre se da esa confusión; pero hay que reivindicarla”.
Primero hicieron una prueba con dos barriles, siempre trabajando “sin preservantes, aditivos, sulfuroso, ni nada”. Una vez que probaron el producto, coincidieron en que tenía muchísimo potencial. “Ahí fue cuando nació la idea de asociarnos en serio y juntar esfuerzos, porque nadie tenía plata para empezar por sí mismo”.
“La ciencia está al debe en cuanto al reconocimiento de las variedades de manzanas, y eso hay que ponerlo en valor antes de que corten los árboles; de 20 variedades con suerte conocemos dos, y si bien en Valdivia hay un equipo que se está poniendo al día, la investigación es todavía insuficiente”, recalca Lisboa. Tal es el valor de la sidra de Agrícola Sin Patrones que en cada una de sus variedades se muestra el potencial de una variedad de manzanas o de un origen específico.
Por estos días ofrece tres versiones: la 42 Manzanos –hecha con la producción del mismo número de árboles centenarios de un mismo campo en Santa Juana–, astringente y compleja, más cercana a un vino; la De Temprano, hecha con manzana Candelaria, que es la primera en madurar –para la fiesta de la Candelaria–, ligera y ácida, como para beber en la playa; y la Carrizal, hecha con manzanas de la Cordillera de la Costa, más delgada y liviana, que muestra lo diferente que puede llegar a ser una sidra hecha con fruta de altura. ¿Sed?
Venta directa en el Instagram @agricolasinpatrones. Durante febrero estarán en Santiago con venta al detalle y despacho gratis, también vía Instagram. Los precios van desde los $6.000 a los $8.000 por botella.
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