La evolución de las sopaipillas
Frío y lluvia son sinónimo de una cosa: sopaipillas, solas, con pebre o pasadas. Un sabroso delivery en Las Condes, un línea de premezcla para celíacos y una artista que ha convertido este tradicional alimento en una joya son parte de la selección que esta semana gira en torno a la masa estrella del invierno.
La sopaipilla es más que una masa frita con zapallo: es el símbolo del invierno chileno; es una memoria cálida de tardes de infancia; es un ícono pop nacional. Pasadas, con pebre o con mostaza, son un infaltable tanto de nuestra comida callejera como del menú invernal.
Una empresaria que trabajó desde su propio dolor para generar inclusión alimentaria; una emprendedora que desde Las Condes reparte sopaipillas gorditas y con sabor casero a precios democráticos, y una artista que permite que chefs y foodies lleven aretes de sopaipillas con pebre -o con mostaza-. Aquí, los emocionantes caminos de estas grandes transformadoras.
Las sopaipillas de la inclusión alimentaria
“Yo era un cadáver”, revela Camila Tobar, fundadora de la compañía de premezclas sin gluten My Foods e influencer de alimentación sana. “Tenía que cambiar mi estilo de vida o si no me iba a morir, pero en ese tiempo no había productos”, rememora. Diagnosticada a los veinte años con enfermedad celíaca -y múltiples alergias alimentarias-, en 2010 se enfrentó no solo a la ignorancia médica sobre la enfermedad y a una oferta pequeñísima de productos, sino que a una grave depresión, gatillada por la mala absorción de nutrientes. “El único tratamiento era una dieta sin gluten, y en ese tiempo no había nada ni siquiera en Google”, cuenta.
Porfiada, y aprovechando el tiempo que tenía tras congelar su carrera de enfermería, comenzó a experimentar con distintas harinas y recetas, con el fin de poder comer pan o torta como el resto de las personas y no quedar fuera de la mesa. “Esta es una enfermedad social: te juntas al picoteo, a comer, y si no puedes comer, te quedas fuera. Yo me había empezado a aislar; quería al menos un pancito para poder sentirme normal, para incluirme”, recuerda Camila Tobar. Tras arduos meses de ensayo y error, en 2011 pudo comer su propio pan: “Fue como que te sacaran a tu hijo y te lo pusieran en el pecho; por fin podía ir a un cumpleaños y compartir”.
Al año siguiente entró a estudiar Ingeniería Civil Industrial; ya con producción propia, vendía queques y panes de pascua a sus compañeros de universidad. “Están harto buenos para ser de tus comidas raras”, le decían. Siguió con empanadas, panes e incluso tortas decoradas. El negocio fue creciendo, hasta que en 2016 dejó su carrera para dedicarse 100% a su llamado. “Había que tomar una decisión: siempre he sido muy loca, pero con una visión muy amplia; mi objetivo no era tener plata, sino crear algo que fuera de ayuda para esta comunidad que nadie entiende, que fueran incluidos en la comida”. De paso, Camila revela que ella misma se fue sanando después de haberlo pasado pésimo.
En 2016 y 2017 ganó dos fondos de Corfo y transformó su variedad de productos preparados en premezclas de harinas listas para usar en casa, bajo la marca My Foods. Las cuatro primeras mezclas fueron de pan, de masa para empanadas, masa de pizza y masa de repostería -que se puede usar tanto para pies y tartas como para queques y muffins-. Al mismo tiempo, y sin planearlo, se fue convirtiendo en una influencer de la alimentación sin gluten, lo que la ayudó enormemente a conectar con el público de su emprendimiento.
Durante los años siguientes continuó creciendo, agregando más productos y potenciando My Foods gracias a otros fondos públicos. Eso, hasta que llegó la pandemia. “Pero justo antes habíamos lanzado un canal de videos en Youtube, donde mostrábamos recetas y distintas opciones para cocinar con los productos”, dice. La gente, encerrada en la casa, de inmediato comenzó a ver los videos y a hacer pedidos “Fue una locura, empezamos a crecer de manera brutal”, comenta Camila Tobar. Al negocio se integró su papá, que “no cachaba nada de lo que yo hacía y ahora es experto”, se cambiaron a una fábrica más grande y contrataron más personal. Hoy venden sus mezclas a 46 locales de Jumbo y, prontamente, distribuirán algunas de ellas vía Amazon -incluyendo una nueva e innovadora premezcla para hacer helado-.
¿Y las sopaipillas? Fueron uno más de los desarrollos de esta inquieta emprendedora. “Me encanta el zapallo desde chica porque me decían que engordaba las piernas”, dice Camila. La gente le comentaba en redes sociales que hacía sopaipillas mezclando la premezcla de pan con zapallo cocido. “Ahí pensé: tiene que haber un zapallo deshidratado”. Encontró un proveedor chileno y desarrolló la mezcla, que “viene con los nutrientes del zapallo real, y que mezclas con agua y con aceite, y listo”. Lo cierto es que la mezcla es casi mágica: rinde, es fácil de usar y da como resultado sopaipillas esponjosas y sabrosas, que no tienen nada que envidiarle a su versión casera tradicional. Súper recomendada tanto para celíacos como para cualquier persona que no quiera hervir zapallo ni amasar.
Disponible en Jumbo y en tiendas de alimentación saludable, a $5.990 el kg de premezcla. También hay venta directa en www.myfoods.cl, a precios más amigables. Camila Tobar está en @cami_glutenfree en Instagram
Sopaipillas democráticas en Las Condes
“O te pones a llorar o vendes pañuelos; nosotros aquí vendemos pañuelos“ le dijo a María Celeste Cortés la joven venezolana Amanda Bracovich, quien en los comienzos de la pandemia atendía el kiosco familiar que María Celeste tenía junto a su madre. En esos momentos, en que parecía que todo se estaba viniendo abajo, lo único que mantenía abierto al negocio era el servicio de Caja Vecina que allí funcionaba y que no podía cerrar. “Eso fue una bendición”, recuerda María Celeste. Las palabras de Amanda, sin embargo, resonaron fuerte.
En este contexto, decidió echar mano de su talento amasandero. Ya desde hacía años preparaba pan amasado y sopaipillas para vender desde el kiosco muy de vez en cuando, para fechas especiales. Por eso, y viendo que se venía difícil la cosa, apenas empezaron las cuarentenas -y el frío- se le ocurrió ofrecer sopaipillas vía Instagram, “a ver si vendía algo”. Tras probar con masas pre-hechas “que quedaban duras como tejo”, desarrolló su propia receta que implicaba mucho más trabajo, pero que le dio resultados tanto mejores: “Eran mucho más ricas, gorditas y se mantenían blanditas por más tiempo”, dice la emprendedora, que combinó entregas a domicilio en el sector oriente de Santiago con retiros en mismo kiosco.
La iniciativa fue un exitazo: “La pandemia partió en marzo y en abril estaba copada de ventas, no lo podía creer. Tenía el instagram pero lleno-lleno, hacía 200 sopaipillas diarias, de lunes a lunes; fue un boom”. Estuvo así todo ese invierno, hasta que llegó el calor y recibió sus últimos encargos para el 18 de septiembre. Sin embargo, los inicios no fueron nada fáciles. “Todo lo que se te ocurra que podría pasarme, me pasó; mandaba pedidos equivocados, medía mal los ingredientes; había gente a la que les gustaban las sopaipillas más delgadas, no tan gorditas como las mías”. El boom sopaipillero, además, coincidió con el nacimiento de su primogénito en 2019. “Amasaba, cortaba, freía y repartía las sopaipillas porteando a mi hijo; ahí aprendí de qué estamos hechas las mujeres, somos unas guerreras”, reflexiona.
Al principio también le pasó que se desvivía por sus clientes, rebasando, infructuosamente, sus propios límites para cumplir con todos los pedidos. ”Al final estaba perdiendo más clientes por no decir “no”, que por decir que no; intentaba ser monedita de oro y darles en el gusto a todos; me di cuenta de que así es mi marca, que así son mis sopaipillas, y si te gustan, bien; me ha costado años entender eso”, asume ahora María Celeste Cortés. Hoy tiene una clientela fiel que con los fríos de estos días reactiva sus pedidos, que ya van entre las 100 y las 150 unidades diarias, entre fritas y pasadas
Eso sí, no se dedica 100% a las sopaipillas: estas son ya la “tercera patita” del negocio familiar. Sigue, junto a su mamá, Isabel Valencia -y tres trabajadores más- con el kiosco y con un servicio de colaciones que se ha reactivado tras la reapertura. “Gracias a Dios tengo mucha ayuda”, dice Cortés, quien dedica la mayor parte del día a responder y coordinar pedidos en el celular.
Las sopaipillas se amasan en la mañana y se fríen pasado el almuerzo, para repartirse aún calentitas desde las 4 de la tarde. Así las probó quien escribe: unas bien sequitas con un sabroso pebre -que se pide aparte-, y unas pasadas en golosa y casera salsa de chancaca bien cargadita a la naranja. Tal y como si una misma hubiese pasado la tarde amasando -aunque sin rastro alguno de harina o fritanga en la cocina propia-.
Afortunadamente, el trabajo duro ha dado frutos. En dos semanas más, madre e hija abrirán un punto de venta en pleno Apoquindo, al lado del Omnium. En Colaciones Belita ofrecerán colaciones “de comida de casa”, sopaipillas y roscas sureñas para llevar. Sin duda, se trata de una gran adición en un barrio con escasas opciones de preparaciones caseras a precios accesibles. De momento, solo con delivery o retiro en el kiosko, las sopaipillas -en formato normal o de cocktail- vienen de a 3 o de a 5 por $1.000 respectivamente, o por $2.500 la misma cantidad si son pasadas. Las roscas sureñas son 4 por $1.000, y las colaciones van entre los $3.500 (fondo y pan) o $4.500 (fondo, pan, ensalada y postre).
Pedidos de sopaipillas al Instagram @sopaipillas_lascondes; de colaciones a @colacionesbelita. También se pueden coordinar retiros en el kiosko Manquehue sur 1700, a un costado del Unimarc). El local nuevo estará en Apoquindo 4800, local 3.
Unos aros con pebre o mostaza
“Desde chica me gustaron las miniaturas, le hacía de todo a mis barbies, les tenía una casa completa, con todas sus cositas”, cuenta la diseñadora Evelyn Aguirre, hoy dedicada a confeccionar detalladas réplicas a pequeña escala de comidas chilenas, mascotas y, en rigor, de lo que sea. Utilizando la arcilla polimérica como materia prima, y pacientes jornadas nocturnas que parten a las 12 de la noche, la emprendedora creó la línea de joyería Hormiga Miniaturas, que durante el último año ha sido furor en Instagram. Y es que sus diseños son tentadores: entre ellos hay completos, humitas, y hasta sopaipillas -con el agregado que se prefiera-.
Todo comenzó en 2014 en un viaje a Japón, donde quedó profundamente impresionada por el arte del Sampuru, al que recurren los restaurantes para exhibir en sus vitrinas réplicas exactas de sus platos. “El restaurante contrata a un artesano, le manda una foto de su plato y él le manda de vuelta una réplica; la verdad es que son iguales, a mí me sorprendió el realismo que tienen”, cuenta Evelyn Aguirre. Entusiasmada, trató de tomar un curso en Osaka, pero no pudo dar con la dirección.
De vuelta en Chile -luego de año y medio entre Nueva Zelanda y Asia-, debió enfrentar la trágica muerte de su padre. “Ahí empecé a hacer miniaturas como una forma de distracción, para mantener mi mente ocupada y no caer en depresión; me ayudó mucho, fue mi remedio, mi medicamento”, rememora la artista. Como hobby, siguió haciendo “cositas” cuando tenía tiempo, pero cada vez más seguido, sus amigos y cercanos le preguntaban y le encargaban modelos a pedido. Así estuvo, vendiendo gracias al boca a boca, hasta que le aconsejaron que se hiciera una cuenta de Instagram -plataforma de la que tenía cero conocimiento-.
En marzo del 2021, y ya con un buen stock gracias a años de trabajo, comenzó tímidamente con su cuenta @evelinchyta. Rápidamente creció en seguidores y encargos, al punto que hoy trabaja solamente a pedido y por orden de llegada, con una estricta agenda de trabajo que le permite darse el tiempo necesario para cada miniatura. “Algunos cuestionan el precio porque no saben lo que hay detrás: es un trabajo muy lento para llegar a ese detalle”. Sus modelos más complejos llegan a tomar 5 horas de trabajo. “El completo se hace como realmente es: se hace el pan, se pinta, se parte, se hornea, y se rellena. El tomate lo hago por dentro y por fuera, lo pico, lo horneo, y la vienesa lo mismo; después se va ensamblando el completo”.
Las sopaipillas toman menos tiempo pues son más simples, “y se pueden hacer con el agregado que quiera la persona: con palta, con mostaza o con pebre”. Sopaipillas pasadas, dice Evelyn, todavía no ha hecho, pero estará atenta a quien le haga el primer encargo; ya está pensando si las pone en un platito o en un bowlcito. ¿Será usted, querida lectora, quien se tiente?
Uno que ya se tentó fue el influencer y empresario gastronómico Felipe Sánchez, de Chicken Love You, quien le mandó a hacer cincuenta pares de aros de sanguchitos de pollo frito con coleslaw y pepinillos -receta icónica del restaurante-. Y reconocidos chefs, como la pastelera Camila Fiol, lucen sus modelos en redes sociales: ella tiene unos de completo. “Me ha ido bien; de verdad nunca pensé que me fuera a ir tan bien”, reflexiona Aguirre, hoy asombrada de su -nada pequeña- historia de emprendimiento.
Los precios van de $25.000 a $40.000 el par de aros, y de $15.000 a $20.000 los colgantes, llaveros o prendedores. Hace envíos a todo Chile. @evelinchyta en Instagram.
La disrupción digital es aquella transformación radical y profunda de los modelos de negocio de una empresa. Es un proceso muy beneficioso, pero no es sencillo. En esta entrevista, Juan José de la Torre, CEO de Raven y especialista en disrupción, explica los fundamentos de este proceso y cómo abordarlo.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.