Crítica de libro: El mapa poético
La poesía de Rosabetty Muñoz es la herencia vocal del paisaje correspondiente al archipiélago de Chiloé, acerca del cual rara vez los lectores oímos algo. Su voz es simple y descarnada, mientras que sus versos apuntan más a la efectividad que al oropel, ello sin perder, por supuesto, la gracia de la forma elegida. Son tantas las imágenes que provee la naturaleza en una zona de dramáticas mareas, de vientos que rolan furibundos sin aviso previo, de fauna omnipresente, de suicidas anónimos, de "la fiesta más triste del mundo", allá donde "Las palabras caderean / entre velas deshilachadas", que la verdad es que se hacía necesaria una corriente airosa que capturase todo aquello, lo amalgamase con la experiencia interna y produjera algunos de los libros de poemas más llamativos de los últimos años; eso es precisamente lo que ha hecho Rosabetty Muñoz, poeta oriunda de Ancud.
Polvo de huesos es una antología que incluye poemas de nueve libros, algunos de ellos inéditos, que fueron escritos entre los años 1981 y 2002. En consecuencia, lo que aquí tenemos es la exposición de una carrera sólida, mantenida y, a la vez, consecuente a través del tiempo con su propia veta originaria. La selección de los textos estuvo a cargo de Kurt Folch, y a él también ha de deberse, imagina uno, alguna mínima parte de esa claridad arrolladora que transmite este libro insoslayable.
El credo de Rosabetty Muñoz puede llegar a convertirse en evangelio, en evangelio poético, claro está, si es que uno repara en ciertos versos que, sumados a otros, van conformando un hito tan sólido como la roca negra del fiordo Quintupeu. En el libro En lugar de morir (1986), la hablante nos dice: "¿Qué podemos hacer / si lo más bello es lo que no ha pasado?". Y más adelante: "Aprendo apagada de ojos". La constatación de por qué uno, o cualquiera, se arrancha en Chiloé es brava, pero a la vez certera: "Para estar aquí hace falta estar vencido".
Notable es el poema "Herencia", del libro Hijos (1991), pues deja en claro que a los chilotes los evangelizadores foráneos no les pasaron gato por liebres:
"Debajo del altar fue colocada una piedra. / Le hicimos un hoyo en el centro / y ahí colocamos una botella de barro / con todos los nombres de los antiguos. / También tiene moneda de oro la botella. / Quedarán intactas nuestras posesiones". Y poéticas de sólo nombrarlas resultan las islas o isletas a las que nos remite la autora en el mismo Hijos: Lacao, Quinchao, Llingua, Chequeten, Aucar, Cheniao, Caguach, Chaulinec, Meulin.
Un guiño a la conformación prehistórica del archipiélago permite extender vínculos insospechados con la actualidad candente: "La gran explosión / nos condenó a lo singular / solitos flotantes mínimos / sumergidos en el caldo absoluto / deseando otra vez / el Enlace". Otro rasgo evidente del paisaje chilote es la pobreza: "Hace tiempo mis hijos / sufrían de hambre. / Secos mis ojos / mechones arranqué de sus cabezas. / Después el amor / ya no borro cicatrices / ni sus rostros pequeños / volvieron a sonreírme".
Para cualquiera que haya navegado por los mares de Chiloé -no existe otra forma de conocer esas latitudes-, la poesía de Rosabetty Muñoz vendrá a ser un faro flotante ante la imposibilidad que siempre encuentra el forastero a la hora de interpretar con justeza ese insólito y orgulloso conjunto de islas. En sus libros están las claves; y sus derroteros, expresados en magníficos poemas, suelen ser más exactos que los de la geografía misma.
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