La aventura chilena de Mala Rodríguez

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Apuntes de la presentación de la española Mala Rodríguez en el Club Chocolate de Bellavista.


Alguna vez le preguntaron por algo zonzo, del tipo: qué le dirías a las mujeres que quieren rapear. La MC de 38 años respondió que hagan lo que sientan. Entonces un silencio incómodo, estirado, nervioso: es lo que le diría a cualquier hombre también. Antes de la medianoche del viernes, en el barrio Bellavista, detrás de una nube de humo, el DJ Swet pone los beats que fijan la mirada en el centro del Club Chocolate. El show comienza puntual, con Mala Rodríguez disparando rimas a sus anchas sobre el escenario. La rapera lleva el pelo suelto, una polera de malla manga larga y un vestido ceñido que despierta la imaginación. Pum-ts pum-ts. Los fotógrafos iluminan sus movimientos estudiados y la gente baila sin mover los pies. Antes, Ernesto Pinto Lagarrigue da cuenta del lleno absoluto del local. Otra vez adentro, desde el océano de celulares grabando, Mala Rodríguez es la misma chica de sus videos, micrófono en mano, haciendo lo que siempre pensó hacer, que era transformarse en la cantante de Digable Planets, Ladybug Mecca. A mí no me saques tu genio/ que te lo mato, dispara en otro momento, cuando hace "Tengo un trato", con ese rap cantado con un deje flamenco que la hizo tan conocida en hispanoamérica. Entre canción y canción, sobre los retornos, Mala Rodríguez firma papeles y posa de rodillas frente a los teléfonos, mientras siguen "Nanai" y "La niña", dos temas que mostró en su visita de 2011, cuando abrió la edición chilena del festival Lollapalooza. Entonces el concierto se interrumpe. La música se detiene y Swet y Rodríguez se hacen cómplices e invitan a subir a dos chicas con ganas de bailar. Lo que pudo ser un momento memorable de la presentación, acabó siendo lo contrario, algo único solo para quienes nos hicieron bostezar. Un riesgo inverosímil convertido en una pérdida de tiempo lamentable.

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