Santiago Mitre: "Quería poner en la pantalla lo monstruoso que tiene el poder"
En compañía de la actriz Dolores Fonzi, quien además es su pareja, el cineasta argentino se refirió al éxito de La cordillera, la cinta protagonizada por Ricardo Darín que anoche abrió SANFIC y que en su primer fin de semana en cartelera en el país vecino ya suma más de 230 mil espectadores. Este jueves, en tanto, llegará a salas locales.
"No me lo esperaba", reconoce, pero las noticias que le llegan desde su Buenos Aires natal lo contradicen todo. Hace pocas horas que su filme La cordillera abrió la 13° edición de SANFIC, y ayer la misma cerró su primer fin de semana en cartelera en Argentina, con más de 230 mil espectadores. Pero Santiago Mitre (1980) cree que aún no es tiempo de cantar victoria. Esta mañana, de visita en Chile y mientras concedía una ronda de entrevistas ni más ni menos que desde la suite presidencial del Hotel Hyatt, el también director de las aplaudidas La patota y El estudiante cuenta que cada vez ha sentido menos el peso sobre sus hombros tras el riesgo que decidió correr hace ya dos años, cuando la historia de la cinta se le vino a la cabeza.
Rotulada como un drama y hasta un thriller político, según reseñistas y críticos, la película protagonizada por Ricardo Darín y que tuvo su presentación en sociedad en la última edición de Cannes, nos cita a una ficticia cumbre de presidentes latinoamericanos en Chile. Hasta allí llegan, entre otros, el novato Hernán Blanco (Darín), quien tras ser elegido primer mandatario argentino hace algunos meses, se apresta a debutar en su primer encuentro bilateral. Y aunque el también ex gobernador provincial no se siente amedrentado por la cofradía de poderosos que lo rodea, un antiguo lío familiar y que podría ensuciar su imagen política ha logrado colarse entre sus nuevas labores y a hacerlo tambalear ante el resto de sus pares.
"Mi padre trabajaba en política exterior hace muchos años", cuenta Mitre. "Primero fue funcionario en el Mercosur, y luego en otras instituciones internacionales, así que las cumbres y sus entretelones me acompañaron durante mucho tiempo en sobremesas familiares. Las reuniones de poderosos siempre son buen material para un cineasta, sobre todo para mí, que he decidido mantenerme en esta clase de historias. Y bueno, cuando decidí trabajar sobre la imagen de un presidente de ficción, casi que el entorno y la cumbre aparecieron de forma natural, pues siempre estuve convencido de que era una situación muy afín a lo que quería contar en la película. No solo quería retratar a un presidente recientemente electo sino que además quería verlo construir su propia imagen política a la par de sus encuentros con otros mandatarios. Fue como ponerlo de inmediato a prueba", agrega.
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Ricardo Darín en La Cordillera (K&S FILMS).[/caption]
Bajo la piel de Darín, advierte Mitre, "Hernán Blanco podía provocar esa cercanía y aparente simpatía con el público de mi país, pues Ricardo es una suerte de ícono allá, lo más parecido a una estrella del cine para los americanos, y la gente constantemente quiere verlo superándose a sí mismo, en roles que cada vez les hagan olvidar más quién es realmente. Verlo de presidente generaba además, a mi parecer, un morbo doble, pues Ricardo nunca puede ahorrarse mucho las opiniones políticas", bromea.
Aún en plena cumbre y acorralado por los rumores de corrupción que giran en torno suyo, Hernán Blanco manda a llamar a su hija Marina (Dolores Fonzi), quien en lugar de tranquilizar sus ansiedades, trae consigo una verdad oculta incluso para sí misma y que podría tumbar la espumosa carrera política de su padre. "Marina representa todo lo privado y oscuro en la vida del presidente", acota la actriz: "El problema se revela cuando su vida pública se ve amenazada por la presencia de esta hija medio problemática y que esconde, sin saberlo, un gran misterio. De alguna forma son también fuerzas que se contraponen; por un lado está todo este intento de los asesores políticos por levantar la imagen más pura del presidente, y del otro la urgencia de una hija demandante que Blanco no puede obviar así como así. Marina viene a quebrar incluso el género de la película que veíamos, y pasa del thriller político a algo más esotérico y existencialista".
Para Mitre, en tanto, La cordillera –que este jueves llegará a salas nacionales– "sintoniza mucho con cierto sentimiento de la época política de hoy, con la crisis de los partidos tradicionales y las ideologías, y en la que aparecen estos líderes un poco cáscaras, como les digo yo, con un eslogan que apela más a un discurso populista y que por cierto carece de profundo sentido".
—¿Se inspiró en algún político real para construir al protagonista?
Son varios los políticos del siglo XXI que de alguna forma conviven en Hernán Blanco, desde Donald Trump y Emmanuel Macron, hasta Mauricio Macri y Sebastián Piñera. Fue algo que discutimos con Mariano (Llinás, coguionista de la película), que había que mirar casos cercanos y reales para perfilarlo bien. Por lo general son esa clase de políticos con discursos opacos, pero tremendamente reaccionarios. Este personaje es de esta línea de políticos, se jacta de haber sido un hombre común, "uno como usted", pero a medida que la película avanza nos convencemos de que nadie llega a ser presidente sin haberle el visto el mal a la cara. Cuando se lidia con esa dosis de poder, a veces hay que negociar con fuerzas peligrosas, oscuras y hacer concesiones que el personaje está dispuesto a hacer. Para mí todo se resume en la idea de que los políticos suelen tener una visión del bien y el mal muy distinta a la del resto, y esa es quizás la gran tragedia política latinoamericana, y no solo hoy, pues siempre ha sido así.
—Al comienzo de esta entrevista le pregunté por las reacciones positivas que ha tenido la película. Usted, sin embargo, dijo que no se las esperaba, ¿por qué?
Ocurre que La Cordillera fue una jugada riesgosa en muchos sentidos para mí, además de para los productores y distribuidores. La idea original tenía un grado de complejidad alto, y aunque me alegra que el público esté yendo harto a verla y que acepten el filme, creo que su verdadera misión, además abrir caminos a directores independientes como yo, es que mueva al público en el sentido de que algo se derrumbe dentro de ellos. Me gustaría que la gente aprendiera a desconfiar de algunos líderes y a oír mucho más a otros como hasta ahora no lo han hecho. Esta película en cierta forma abre la puerta chica del poder y nos deja verlo desde adentro, en su intimidad, y es trabajo del espectador traducirlo todo para sus propias vidas.
—¿Cómo fue dirigir a dos actores chilenos, como Paulina García y Alfredo Castro? (quienes interpretan a la presidenta de Chile y a un curioso terapeuta, respectivamente).
A Paly la admiro desde que Sebastián Lelio la hizo lucirse en Gloria. Debe ser una de las mejores actrices del mundo, y su personaje lo escribí pensando en que ella lo interpretara. Afortunadamente todo calzó para que fuera así. Al principio, sin embargo, nos chocaba un poco esto de que el personaje pudiera asociarse con Michelle Bachelet, pero eran tantas las ganas que tenía de trabajar con ella que le insistí en que se enfocara más en alguien como Cristina Fernández, una presidenta quizás más elegante pero sumamente pretensiosa. Paly la ablandó un poco, a mi parecer, y lo que quedó en el filme es una versión mejorada de Cristina. Alfredo también me encanta. Es un actor tremendo, y no hace falta que se los diga a ustedes los chilenos, pero sin duda va a ser el descubrimiento para el espectador argentino. Tiene una cuota de ambigüedad y presencia escénica deslumbrante.
—Tanto por El estudiante como por La patota, además de La cordillera, a usted se le ha descrito como un director de filmes políticos. ¿Qué piensa al respecto?
Me gusta trabajar películas que rocen el ámbito político, es cierto. En La patota era sobre la política en el territorio, en la que el poder tiene que hacerse cargo de los problemas más delicados de una sociedad, como lo son la pobreza y violencia. En El estudiante era más bien acerca de cómo se construye un político, pero aquí metí ambas manos y hasta la cabeza, pues quería poner en la pantalla lo monstruoso que tiene el poder, en cierto punto. Al ser lo más importante para una sociedad, la política se entromete en la vida de las personas desde lo más doméstico y hasta lo más específico, casi que no podemos huir de ella. Lo que me interesó aquí es cómo esa dimensión podía, al mismo tiempo, contaminarse de la vida privada de un hombre al punto de ser expuesta ante el país que él mismo pretender dirigir.
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