Electric dreams: la pesadilla de Philip K. Dick

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En un mundo en el que la mayoría de quienes escriben quisieran controlar el mercado o alcanzar los millones a través de las adaptaciones de sus obras, Dick imagina esta situación como infernal.


Si luego de ver el tráiler de Electric dreams ―la nueva serie antológica que representará visualmente diez cuentos de Philip Kindred Dick― no sentimos en igual magnitud el estremecimiento y la inquietud por saber cómo diez directores, de la mano de Bryan Cranston como productor, lograrán dar cuenta de las obsesivas y repetitivas arquitecturas de uno de los grandes maestros de la ciencia ficción y de la narrativa de la última mitad del siglo pasado, ciertamente deberíamos volver a leer a Dick, porque tanto en sus cuentos como en sus novelas, entrevistas o ensayos está el germen de lo que ocurriría en la estructura dramática y visual de algunas de las series y películas más importantes del último tiempo. Mr. Robot, Black Mirror y Utopia son algunos de los ejemplos más logrados. Y aunque ya hace unos años Amazon intentó con el clásico El hombre en el castillo con un éxito relativo (en calidad artística y logros comerciales), prefiero concentrarme en las posibilidades de esta serie, que aún no clarifica su estreno.

Personalmente, hubiese preferido que adaptasen Valis (o Sivainvi), primera parte de una genial y lisérgica tetralogía que no alcanzó a ver publicada en vida. En su última entrevista, la describe así:

"Diría que Valis es una novela picaresca y experimental de ciencia ficción. La invasión divina tiene una estructura más convencional de ciencia ficción, llegando casi a la fantasía científica, sin dispositivos experimentales de ningún tipo. Timothy Archer no es de ninguna manera ciencia ficción; parte el día que le dispararon a John Lennon y luego cae en flashbacks. Aun así las tres forman una trilogía constelada alrededor de un tema básico".

Siendo una novela tan tremenda ―al menos para mí―, debo confesar que hubiese preferido que la adaptaran solo para ver cómo solucionarían problemas que la novela plantea en términos de imagen. Ahora bien, más allá de eso, buscando esta cita en esa apasionante última entrevista, encontré un par de párrafos que sintetizan a la perfección lo que Dick hubiese pensado sobre una superproducción millonaria, si aún viviese:

"Esto es algo extremadamente importante para mí en términos del desarrollo orgánico de mis ideas y preocupaciones escriturales. Para mí, descarrilarme y hacer esa barata novelización de Blade Runner ―una cosa completamente comercial hecha para veinteañeros― habría sido desastroso en términos artísticos. Sin embargo, financieramente, como me explicó mi agente, esto me salvaría de por vida. No creo que mi agente se dé cuenta de que voy a vivir mucho más de lo que piensa.

Es como el infierno de Dante. Un escritor enviado al infierno es sentenciado a reescribir todas sus novelas ―las mejores, al menos― como baratijas para veinteañeros por toda la eternidad. ¡Un castigo terrible! El hecho de que me podría haber dado mucho dinero me ha iluminado en relación al grotesco de la situación. Cuando finalmente me ofrecieron esto, me mostré apático con los billetones. Vivo una vida bastante ascética. No tengo necesidades materiales y no tengo deudas. Mi departamento está pagado, como mi auto y mi equipo de música".

Curiosa, por decir lo menos, es la idea que Dick tenía del trabajo escritural. En un mundo en el que la mayoría de quienes escriben quisieran controlar el mercado o alcanzar los millones a través de las adaptaciones de sus obras, Dick imagina esta situación como infernal. Ojalá haber encontrado esta cita sea una buena señal, una que preludie la salida de esos diez episodios que esperamos con ansias todos los fanáticos de sus obras; quienes admiramos, no sin cierta culpa, el espantoso y cómico círculo de obsesiones, adicciones y misticismo que terminó encerrándolo en sí mismo como el precio para alcanzar ficciones que hasta el día de hoy siguen reproduciéndose.

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