La tierra donde el Rey lucha contra el presente
A 83 años de su nacimiento, el legado de Elvis Presley no logra fascinar a las nuevas generaciones: un viaje por la ciudad que lo vio crecer refleja los intentos para que el monarca del rock no vea tambalear su corona.
Una decena de turistas estadounidenses de la tercera edad se ordena en una larga fila en las afueras del hotel The Guest House, la última joya de Memphis, el recinto levantado a escasos metros de la mansión Graceland, decorado por la propia viuda de Elvis, Priscilla Presley, y que ofrece 450 habitaciones de lujo, con el propósito de dormir, comer y habitar por unos días en el epicentro mismo del culto al Rey del rock. Todos exhiben pómulos rojizos, barbas blancas, poleras abotonadas hasta arriba, y algunas bolsas y pulseras de otro tour que oferta la ciudad, aquel por las iglesias y los atractivos religiosos, parte de un estado (Tennessee) insigne en ese amplia región bautizada como el Cinturón Bíblico que, entre otros hitos, sostuvo el triunfo de Donald Trump.
De alguna manera, el grupo de viajeros locales, listos para partir a la caza del fantasma de uno de los hombres que transformó la historia reciente, es un síntoma de Elvis sobreviviendo al siglo XXI. A 83 años de su nacimiento, aniversario que se cumple este lunes, la figura del cantante batalla por un rejuvenecimiento que ha avanzado a un tranco más lento, como si la conquista de nuevas generaciones semejara el ingreso a un campo minado. Y con estadísticas que han terminado acechando su corona.
Por ejemplo, la celebración Elvis Week, que cada temporada se celebra en Memphis, ha bajado de manera sostenida su concurrencia. En Las Vegas, el espectáculo Viva Elvis, del Cirque du Soleil, debió bajar su cortina tras apenas dos años, cuando el hotel que lo cobijaba le pidió a la compañía teatral que llevara otro montaje, debido a la baja venta de entradas. En contraparte, los shows de la firma consagrados a The Beatles y Michael Jackson siguen en cartelera. Y una encuesta de YouGov, empresa de investigación por internet, reportó que un 29% de los jóvenes británicos entre 18 y 24 años nunca había escuchado al hombre de Hound dog.
Una crisis puntual amplificada por un contexto más global: Memphis también atraviesa su propio via crucis. Entre edificios descascarados, amplios terrenos baldíos y una cesantía que no logra disminuir, la localidad ha acentuado esa aura de sitio pretérito, casi paralizado en el corazón del siglo XX, sinónimo de conceptos que hoy retumban como un eco lejano, como segregacionismo, rock and roll, discos de acetato o fábricas de guitarra. Un glosario que, por lo demás, palidece ante la ciudad hermana de Nashville, ejemplo desde hace años de grandes edificios, auge gastronómico y boom inmobiliario. El futuro de Tennessee claramente está en esos rincones.
"Por acá es sólo lo que usted ve", suelta un hombre que se hace llamar Sterling y que pide dinero en plena Plaza de Elvis, en Memphis, donde se erige una estatua de bronce del Rey en su mejor pose, con guitarra cruzada, pelvis torcida y semblante de quien está a punto de devorarse el planeta. El monumento está cercado, pero no sólo para contener a los turistas, sino que también a los indigentes que lo merodean, con bolsas de papas fritas o hamburguesas rescatadas desde la basura, y sobre todo en la noche, cuando buscan un refugio para dormir.
En Graceland, la mansión que el artista compró en las afueras de la ciudad en 1957, la secuencia es otra. Desde las grandes avenidas que circundan el lugar -y a través de un bus gratuito que hace paradas en todos los sitios de interés- se pueden observar carteles anunciando los dominios del fallecido astro, muchos de ellos con rostros jóvenes venerando al ídolo (misma imagen que se replica en la web del recinto).
Alto: no es que hoy Graceland despierte poco interés. Sigue siendo un imán para visitantes de todo el mundo, con una afluencia de 20 millones de personas desde su apertura en 1982. Sólo que el brochazo de modernidad todavía es incierto. En parte, su esencia hace casi imposible que se ajuste a los paradigmas actuales. La residencia no posee dimensiones colosales -comparada con los lujos de nuestros días-, pero sí asoma como una oda a lo kitsch y a la desmesura.
Al entrar, el living luce un sofá blanco de siete cuerpos, un piano de cola y un par de ventanales con las coloridas siluetas de un pavo real. La cocina posee dos refigeradores -el apetito de Elvis era legendario- y está muy cerca de las salas de juerga y esparcimiento, entre las que destaca la legendaria habitación de la jungla, con réplicas de palmeras, monos, tigres y calaveras de anim ales; y el rincón del relajo, donde tres televisores transmitían todo el día canales distintos.
En el exterior está el establo del cantante y, casi como segunda parte del recorrido, los excesivos salones entregados a sus triunfos artísticos, tapizados de discos de oro, premios, galardones y los trajes que uso en sus distintas etapas. Sobre el final, llegar hasta la tumba del artista resulta extenuante y todavía hay más: una exposición con todos sus autos y otra con sus dos aviones privados, los que hace cuatro años fueron puestos a la venta, para paliar los problemas financieros de la firma que maneja el patrimonio.
El estudio Sun Records, situado más al centro de la ciudad y donde el músico despegó para el mundo, también es una travesía a otra era: estrecho, con fachada antigua y con guías de jopo y patillas frondosas, casi listos para activar una rockola. Entre esas paredes, Presley grabó el 5 de julio de 1954 lo que se considera el primer rock and roll de la historia, That's all right mama, el que suena por los parlantes durante la visita, regalando la sensación de estar sobre el Big Bang del movimiento cultural más determinante del siglo pasado. Pero quizás el espacio más significativo sea otro: la recepción donde atendía la secretaria del estudio, ahí donde Elvis fue al menos cuatro veces para solicitar, bajo sus modales tímidos, que alguien le diera una oportunidad.
Los guías cuentan que el público se mantiene en buen número, aunque los minutos de mayor arrastre ya son parte del pasado. Quizás, para estimular el arribo de nuevas y viejas generaciones, los herederos del Rey aún esperan revelar el único sitio que no se puede visitar: la habitación y el baño donde murió el astro en 1977. Sus fans no pueden llegar hasta el espacio mismo donde despegó el mito. Aunque los especialistas han apostado que es cuestión de tiempo.
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