Lady Bird: Madre mía

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La primera película de Greta Gerwig es una propuesta fracturada. Uno quisiera quererla, pero hay algo en este lazo tóxico entre Lady Bird y Marion que baila a un ritmo diferente del de los otros personajes.


Sacramento, la capital del estado de California, probablemente no sea ni tan execrable ni tan provinciana como lo cree Christine McPherson (Saoirse Ronan), una muchacha que a veces es rebelde sin causa y en otras oportunidades una revoltosa con razones. Tampoco es la luz del Oeste, a lo San Francisco o Los Angeles, pero de alguna manera conserva un estilo de vida barrial que en el orden de prioridades de Lady Bird (así es como Christine prefiere que la llamen) es tan excitante como la misa del colegio.

Porque para más desgracia, Lady Bird va a un colegio católico y en la adolescencia Dios es tan lejano y abstracto como la muerte. Su madre, la sufriente y trabajólica Marion (Laurie Metcalf) la puso ahí para huir del peligro de las escuelas públicas (comenta haber visto como acuchillaban a un muchacho en una de ellas) y dice querer lo mejor para su hija.

El conflicto central de Lady Bird (nominada a cinco Oscar, entre ellos Mejor Película) se establece entonces entre las fricciones, choques, palabrotas y ocasionales treguas entre estas dos fuerzas de la naturaleza: la hija Christine "Lady Bird" y la madre Marion. La chica quiere arrancar de ahí. Busca respirar el oxígeno intelectual de la Costa Este y estudiar en una universidad prestigiosa cerca de Boston o Nueva York. Su progenitora, opuestamente, estima que sus anhelos son pataletas sin destino.

La primera película de Greta Gerwig (actriz en varios filmes de Noah Baumbach y también en Jackie, de Pablo Larraín) es una propuesta fracturada. Uno quisiera quererla, pero hay algo en este lazo tóxico entre Lady Bird y Marion que baila a un ritmo diferente del de los otros personajes. Hay una o dos notas falsas que lastran el sonido general de una película, donde por lo demás se observa una magnífica recreación de secundarios, a veces más entrañables que la guerra de nervios entre Marion y su hija de 17 años.

Ahí está el señor McPherson (Tracy Letts), un padre sin trabajo, que sin embargo le va doblando la mano a la urgencia cotidiana a través de una grandeza de ánimo envidiable. O Julie (Beanie Feldstein), la fiel compañera de curso de Lady Bird, chica leal y cálida, algo ingenua, y recurso moral de último minuto para la orgullosa protagonista. Ambos son creíbles y encajan en la dinámica de Lady Bird. Su madre, en cambio, no pertenece a este cosmos: es intolerante casi por deporte (difícil creer que alguien no quiera que sus hijos vayan a una buena universidad) y dan ganas de bajarle el volumen.

¿Qué hacer cuando un personaje en particular así desbalancea un largometraje donde todos tocan más o menos la misma melodía? ¿Echarla de la orquesta? ¿Pedirle que recapacite? Probablemente todo eso, pero además entender que Lady Bird no es infalible y tiene los defectos de una buena, pero imperfecta primera película.

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