Frédéric Chambert, Director del Municipal de Santiago: "Lo último que va a primar en el teatro son mis gustos personales"
Don Giovanni inaugura hoy la temporada lírica del 2018, la primera armada por Chambert. Dice que busca cuidar la voz de los cantantes chilenos y que la situación financiera del teatro es frágil.
Frédéric Chambert (1960) tuvo un año 2017 complejo. Enfrentó su primera huelga, debió contratar profesionales extras en noviembre para crear más de 600 trajes de ópera y ballet y lanzó, en la misma época, una temporada 2018 que era la primera diseñada íntegramente por él desde que asumió a principios del 2016. Hoy, tras el paréntesis estival, el Municipal de Santiago vuelve a la carga con la ópera, el corazón de su programación anual.
Hace un mes hubo un primer gran apronte con la presentación de la Filarmónica de Viena dirigida por Gustavo Dudamel, y ahora Don Giovanni renueva la posta. "Fue una muy buena experiencia, todo vendido. Es uno de los frutos de nuestra alianza con la empresa privada, en este caso AES Gener, auspiciador del concierto", dice el ejecutivo francés.
Don Giovanni (1787) es la segunda de las óperas de Wolfgang Amadeus Mozart de la llamada "trilogía da Ponte", y sucede a Las bodas de Fígaro (1786), presentada el año pasado. En 2019 será el turno de Così fan tutte (1790), última del ciclo y también con dirección musical del italiano Attilio Cremonesi y puesta en escena del francés Pierre Constant. Su historia se inspira en las correrías míticas del Don Juan español, el libertino por excelencia.
-¿En qué se diferencia Don Giovanni de Las bodas de Fígaro?
-Don Giovanni es una composición más dramática, con más acción quizás. No olvidemos que empieza con un duelo, cuando Don Giovanni mata al Comendador. En esta versión en particular creo que además estamos asistiendo al nacimiento de una auténtica prima donna, de esas que ya no existen: la soprano estadounidene Michelle Bradley, que interpreta a Doña Anna. Pocas veces me he emocionado tanto al escuchar a una intérprete, es impresionante. Pero junto a ella, en el elenco internacional tenemos a dos cantantes chilenas: Paulina González es Doña Elvira y Marcela González hace de Zerlina. Entre los hombres está, por ejemplo, el barítono chileno Matías Moncada
-A propósito, ¿qué opinión le merecen los cantantes chilenos?
-Quiero decir antes que nada que les tengo mucho respeto y no por nada hay bastantes de ellos en el elenco internacional de Don Giovanni. Pero creo que deben cuidar la voz. No hay nada peor para un intérprete que cantar en desorden. Cada rol a su tiempo, pues si cantas uno antes de tiempo puedes estropear la voz. Las cuerdas vocales son músculos. Haciendo una comparación deportiva, si te preparas para correr un sprinter de 100 metros no significa que estés listo para además ir a una maratón. En los últimos 25 años, que es en los que me ha tocado participar en la escena de la ópera mundial, he visto como grandes cantantes chilenos de perfil internacional han concluido su carrera antes de tiempo. Eso no es normal. Eso pasa porque cantaron todo y destruyeron su instrumento.
-Este año estrenan Lulú (1937), de Alban Berg, que se dará en agosto. Es totalmente dodecafónica, atonal…
-No la creo tan difícil. Tuvo una importancia máxima en la historia de la música, pues cambió la forma de enfrentarse a las óperas. Inventó un lenguaje musical y además tiene una violencia intrínseca muy importante. No olvidemos que Lulú muere literalmente asesinada en las calles de Londres por Jack, el destripador. Además es muy erótica y ese es tal vez su tema principal. Es a mi juicio la primera ópera feminista de la historia.
-También hay una ópera de Rossini (El barbero de Sevilla), otra de Bellini (Norma) y está Puccini (Tosca), ¿Su estilo siempre será la diversidad?
-Sí. Somos un teatro de servicio público y no podemos confiscar una estética. En nuestras temporadas siempre estará el bel canto (Rossini, Bellini y Donizetti), Verdi, Mozart o Puccini. Se trata de pilares de la música. Lo último que primará en una temporada nuestra serán mis gustos personales. Es como si el director del Museo de Bellas Artes sólo llevara exposiciones de pintores que a él le gustan.
-¿Cómo ha andado financieramente el teatro?
-Siempre ha estado en una situación frágil. Es una economía de equilibrios. Tenemos gastos en UF que están indexados sobre el IPC, pero los dos tercios de las subvenciones públicas que recibimos no están indexadas sobre el IPC. Es decir, hay un problema de financiamiento público, aunque tengo claro que esos aportes son un gran esfuerzo. Es una situación delicada, pero lo peor que podemos hacer es retraernos. Mi experiencia me dice que en estas situaciones hay que actuar y entrar en la dinámica. De lo contrario viene la muerte.
-¿Cómo está la relación con el Ballet de Santiago?
-Excelente. Fue la primera negociación colectiva que cerramos el año pasado. A fines del 2017, con el último ballet (Raymonda), hubo problemas y tensiones, pero fue algo circunstancial.
-¿Existe efectivamente un taller de vestuario paralelo?
-No. Lo que sucede es que en un taller hay mesas, máquinas y muchas personas. Y cuando estamos con la necesidad de sacar casi al mismo tiempo 350 vestuarios para la ópera Aida y 270 para el ballet Raymonda, como sucedió en noviembre del año pasado, lo que se hace es contratar personal externo a plazo fijo y suplir las carencias. Eso se hace en todos los teatros del mundo. Como había que utilizar más mesas y máquinas, necesitaba metros cuadrados adicionales y lo que hicimos fue ocupar las dependencias de un edificio anexo de calle Tenderini, que está al lado del teatro y que le pertenece. Debimos reforzar el personal. No hay que deformar la realidad de las cosas. Entiendo que en el juego de roles de las negociaciones y las discusiones se puede hacer fuego con cualquier leña, pero hay que ser claros con lo que pasó. No fue la primera vez ni creo que vaya a ser la última que se contrata a personal externo para reforzar los equipos.
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