Chancho en Piedra: a la hora que toque marchar
La partida de Ilabaca podrá ser sensible, pero está lejos de ser una sorpresa. Es simplemente la comprobación más clara -y dolorosa- de que en cualquier grupo hay algunos que se sienten muy cómodos de quedarse donde siempre y otros que no entienden la vida si no es armando maletas para seguir adelante.
La corrección invita a sostener una teoría peligrosa: no existen los integrantes de primera y segunda clase. Pero dejémonos de cuentos, que el que acaba de partir de Chancho en Piedra no es uno más. Al contrario, en una banda que muy temprano empezó a acusar agote creativo, Pablo Ilabaca fue el único que empujó el carro hacia otros lugares. A veces junto con su hermano Felipe y la mayoría de las veces por las suyas, trató de aportar dinámica a una fórmula que se volvió repetitiva en el segundo disco, La Dieta del Lagarto (1997).
La muy utilizada clave del funk rock, el rapeo a lo Red Hot Chili Peppers, los trajes de espermatozoides, los "Juanitos" y el "Niño Peo" (2002), quizás el punto más bajo en sus 24 años de carrera, son muestras de que en el grupo, como en la vida, algunos crecieron y otros simplemente se quedaron atrás. Como esos viejos compañeros a los que uno extraña, pero que basta con verlos de vuelta para entender por qué dejaste de juntarte con ellos.
K-V-Zón siguió incluso más allá de lo que se hubiera pensado en algún momento. Su emprendimiento personal de Jaco Sánchez y Los Jaco, y particularmente con 31 minutos, ya venían demostrando hace más de 15 años que los Chancho era algo en lo que persistía más por cariño que por otra cosa. Que la separación haya sido en términos amistosos no debe ser un montaje, al contrario, debe ser lo más real que hay. De su generación, Chancho en Piedra era el conjunto con la formación más permanente, el cariño era evidente, pero no así la sintonía musical. Para Funkybarítico, Hedónico, Fantástico (2016), su mejor álbum en muchos años, contaban que se habían ido a la playa como en los viejos tiempos. Que se habían escapado a conversar, tomar cerveza, mirarse las caras. Y se reconocieron más viejos, con cabros chicos y una vida a cuestas. Y a pesar de las diferencias, decidieron sacar otro disco por los viejos buenos tiempos.
La partida de Ilabaca podrá ser sensible, pero está lejos de ser una sorpresa. Es simplemente la comprobación más clara -y dolorosa- de que en cualquier grupo hay algunos que se sienten muy cómodos de quedarse donde siempre y otros que no entienden la vida si no es armando maletas para seguir adelante.
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