A mi maestro: por el poder de la música
Gustavo Dudamel congregó en un solo escenario a figuras de algunas de las orquestas internacionales más relevantes y a jóvenes músicos para homenajear juntos a José Antonio Abreu y empapar la noche de música.
Más allá de los pormenores de un concierto ofrecido por una orquesta variopinta, lo que sucedió el jueves en la sala CorpArtes fue un verdadero encuentro socio-cultural y un tributo a todo dar al artífice del "Sistema", José Antonio Abreu.
A tres meses del fallecimiento de quien fuera el creador del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles en Venezuela -replicado luego en varios países-, y que busca un desarrollo integral de aquellos con menos oportunidades, el director Gustavo Dudamel, uno de los reconocidos discípulos de este método, congregó en un solo escenario a figuras de algunas de las orquestas internacionales más relevantes y a jóvenes músicos para homenajear juntos a Abreu y empapar la noche de música.
Pero antes de comenzar el concierto titulado A mi maestro, que ayer se repitió gratuitamente, el propio Dudamel, que ya en el programa le dedicó emotivas palabras a quien "nos enseñó a tocar y nos enseñó a luchar", se dirigió a Abreu y al público: "Acá estamos unidos porque tú nos uniste". Y sí, pues jóvenes chilenos de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI) tuvieron la gran oportunidad, además de un espacio de aprendizaje, de convivir con músicos ya consagrados, provenientes de la Filarmónica de Viena, Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Los Angeles y Juvenil Simón Bolívar de Venezuela. Y el logro se vio reflejado en el entusiasmo y la emoción que irradiaron desde el escenario y que traspasaron a un público que no sólo les brindó sendos aplausos al finalizar la primera parte, sino que también estalló en vítores al término de la función.
Bajo la irreprochable y vigorosa batuta del popular director venezolano, la conformación tan diversa, pero cohesionada en torno al poder de la música sin fronteras, se sumió en la grandiosidad de Wagner, Beeethoven y Tchaikovsky. Con el primero se sumergió en la serenidad y espiritualidad del Preludio al acto I de Lohengrin, recreando el verdadero halo etéreo que rodea al Santo Grial; a la beethoveniana Sinfonía Nº 7 en La Mayor Op. 22 le imprimió brío, rítmico frenesí y culminación sonora, y en la Sinfonía Nº 4 en Fa menor Op. 36 del compositor ruso afloró la pasión, la majestuosidad melódica, la energía y, también, una divertida complicidad en el segundo movimiento con su pizzicato en las cuerdas.
Si el espíritu de Abreu fue vincular la instrucción y la práctica musical para convertirlos en un motor de unión y una vía de integración de jóvenes y niños con escasas oportunidades, el ver reunidos a los músicos enfatizó esta labor y reclamó su continuidad y apoyo. Porque no sólo demostraron su valor como instrumentistas, sino también su digno enfoque social.
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