"No le creas más que a tu gusto": la carta en donde Sergio Larraín ensaya cómo empezar a ser fotógrafo

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En 1982, el prestigioso fotógrafo chileno que alguna vez recorrió el mundo con su cámara Leica para inmortalizar personas e instantes únicos, escribió una carta buscando inspirar a su sobrino. Autor de libros como El rectángulos en la mano y Valparaíso, en 1959, y gracias a Henri Cartier-Bresson, Larraín entró como miembro asociado de la notable agencia Magnum, donde publicó buena parte de su obra visual.


Miércoles.

Lo primero de todo es tener una máquina que a uno le guste, la que más le guste a uno, porque se trata de estar contento con el cuerpo, con lo que uno tiene en las manos. El instrumento es clave para el que hace un oficio, y que sea el mínimo, lo indispensable y nada más. Segundo, tener una ampliadora a su gusto, la más rica y simple posible (en 35mm. la más chica que fabrica Leitz es la mejor, te dura para toda la vida).

El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaíso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque y mirar, dibujar también y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, dejarse llevar por el gusto, mucho ir de una parte a otra, por donde te vaya tincando. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones las tomas.

Luego que has vuelto a la casa, revelas, copias y empiezas a mirar lo que has pescado –todos los peces– y los pones con su scotch al muro, los copias en hojitas tamaño postal y los miras. Después empiezas a jugar con las L, a buscar cortes, a encuadrar, y vas aprendiendo composición, geometría. Van encuadrando perfecto con las L y amplías lo que has encuadrado y lo dejas en la pared. Así vas mirando, para ir viendo. Cuando se te hace seguro que una foto es mala, al canasto al tiro. La mejor las subes un poco más alto en la pared, al final guardas las buenas y nada más (guardar lo mediocre te estanca en lo mediocre). En el tope nada más lo que se guarda, todo lo demás se bota, porque uno carga en la psiquis todo lo que retiene.

Luego haces gimnasia, te entretienes en otras cosas y no te preocupas más. Empiezas a mirar el trabajo de otros fotógrafos y a buscar lo bueno en todo lo que encuentres: libros, revistas, etc. Y sacas lo mejor y, si puedes recortar, sacas lo bueno y lo vas pegando en la pared al lado de lo tuyo y si no puedes recortar, abres el libro o las revistas en las páginas de las cosas buenas y lo dejas abierto en exposición. Luego lo dejas semanas, meses, mientras te dé. Uno se demora mucho en ver, pero poco a poco se te va entregando el secreto y vas viendo lo que es bueno y la profundidad de cada cosa.

Sigues viviendo tranquilo, dibujas un poco, sales a pasear y nunca fuerzas la salida a tomar fotos, porque se pierde la poesía, la vida que ello tiene se enferma: es como forzar el amor o la amistad, no se puede. Cuando te vuelva a nacer, puedes partir en otro viaje, otro vagabundeo: a Puerto Aguirre, puedes bajar el Baker a caballo hasta los ventisqueros desde Aysén; Valparaíso siempre es una maravilla: es perderse en la magia, perderse unos días dándose vueltas por los cerros y calles y durmiendo en saco de dormir en algún lado en la noche. Y muy metido en la realidad, como nadando bajo el agua, donde nada te distrae, nada convencional. Te dejas llevar por las alpargatas lentito, como si estuvieras curado por el gusto de mirar, canturreando. Y lo que vaya apareciendo lo vas fotografiando ya con más cuidado, algo has aprendido a componer y recortar, ya lo haces con la máquina, y así se sigue, se llena de peces la carreta y vuelves a casa. Aprendes foco, diafragma, primer plano, saturación, velocidad, etc. aprendes a jugar con la máquina y sus posibilidades, y vas juntando poesía (lo tuyo y lo de otros), toma todo lo bueno que encuentres, todo lo bueno de otros. Hazte una colección de cosas óptimas, un museíto en una carpeta.

Sigue lo que es tu gusto y nada más. No le creas más que a tu gusto, tú eres la vida y la vida es la que se escoge. Lo que no te guste a ti, no lo veas, no sirve. Tú eres el único criterio, pero ve de todos los demás. Vas aprendiendo, cuando tengas una foto realmente buena, las amplias, haces una pequeña exposición o un librito, lo mandas a empastar y con eso vas estableciendo un piso. Al mostrarla te ubicas de lo que son, según lo veas frente a los demás, ahí lo sientes. Hacer una exposición es dar algo, como dar de comer, es bueno para los demás que se les muestre algo hecho con trabajo y gusto. No es lucirse uno, hace bien, es sano para todos y a ti te hace bien porque te va chequeando.

Bueno, con esto tienes para comenzar. Es mucho vagabundeo, estar sentado debajo de un árbol en cualquier parte. Es un andar solo por el universo. Uno nuevamente empieza a mirar, el mundo convencional te pone un biombo, hay que salir de él durante el período de la fotografía.

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