Cómo sobrevivir a la crisis de la industria editorial y no morir en el intento
En Argentina las editoriales tienen pocas posibilidades de que el Estado les eche una mano, los subsidios son pocos y el gobierno está en un ajuste fiscal tutelado por el FMI, lo que vuelve más importante la autogestión, característica de toda la industria cultural argentina con excepción del cine.
La industria editorial argentina viene cayendo desde fines de 2014, con una leve disminución en las ventas en 2015 para luego, con la asunción de Mauricio Macri, intensificar esa caída. El presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, dijo hace unos meses que entre 2016 y 2017 las ventas habían caído en un 30%, siendo el sector más afectado el de ficción, mientras que la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la entidad que agrupa a las grandes editoriales, señaló que había sido sólo de un 20%. La ventaja de la cifra entregada por Gremmelspacher es que la Fundación El Libro reúne a todas las cámaras del libro y es la que organiza la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Sin embargo, esas cifras no tuvieron en cuenta la devaluación del peso argentino a mediados de la Feria del Libro, que desde esa fecha hasta agosto alcanza ya al 50%, y si bien no todo se ha trasladado a precios, los salarios no han crecido en esa proporción. De hecho, es el primer año en mucho tiempo donde los trabajadores perderán parte importante de su poder adquisitivo. Los editores de los sellos independientes y de las trasnacionales no culpan, en todo caso, a que algo en particular esté pasando en la industria del libro, sino más bien a la caída del consumo que se registra en toda la economía. Si el transporte, los servicios de luz y gas y los alquileres suben, los consumidores de libros ya no cuentan con dinero para adquirir libros. Ignacio Iraola, director editorial de Planeta Cono Sur, dijo hace poco que "el libro es la última cosa que se le pasa por la cabeza a la gente cuando tiene que consumir".
A este escenario se suman el cierre de librerías y de centros culturales, lo que ha obligado a las editoriales a pensar estrategias. Random House y Planeta disminuyeron las novedades para el 2018 y seguramente las volverán a bajar para el 2019, mientras que las pequeñas y medianas editoriales han disminuido el tiraje o han implementado un sistema de distribución propia, cosa que en un país como Argentina con 1200 librerías no resulta fácil; aun así Blatt & Ríos, Bajo La Luna y Godot lo han hecho, aunque no en todas esas librerías, pero sí al menos en un 10% de ellas. Eludir un costo y tener más utilidades compensa en parte la caída en el consumo. Pero además hay una serie de iniciativas que se observan, como ferias de libros independientes: La Sensación que cada dos meses reúne a veinte sellos afuera de la librería La Internacional Argentina y la sorprendente Feria de Editores, son una muestra de ello.
No porque haya una crisis en el sector editorial se dejan de hacer actividades vinculadas a la literatura, al contrario, cada vez vienen más escritores extranjeros a Buenos Aires: el mexicano Mario Bellatin estuvo esta semana en un coloquio internacional dedicado a él y organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero y el italiano Achille Mauri estará la próxima semana en la presentación de su libro Sorpresa, editado por Adriana Hidalgo. Y en un mes arranca el Festival Internacional de Poesía de Rosario, ciudad que este año lanzó su primera feria del libro y donde el municipio tiene una editorial muy activa, y el esperado Festival Internacional de Buenos Aires (FILBA), que este año cumple su décima versión con la presencia de, entre otros destacadísimos escritores, Anne Carson, Horacio Castellanos Moya, Eduard Limónov, Edmundo Paz Soldán, Carolina Sanín, Irvine Welsh y Raúl Zurita.
Las cosas no están bien, eso se sabe, pero continuar trabajando con normalidad quizá esa sea la única alternativa cuando tienes una industria importante: y es que detenerse, a menos que tengas un catálogo grande que te permita funcionar en librerías con el fondo editorial (Beatriz Viterbo es un ejemplo de esto, pero tiene más de 150 títulos), es morir. Además existen libros amarrados desde el año pasado o antepasado, muchos de ellos traducciones que ya fueran pagadas. Y, como todos saben, el modo más efectivo en que se mueve la demanda es a través de las novedades. De ahí que no sorprende tanto que sellos como Blatt & Ríos haya publicado este mes un nuevo libro póstumo de Fogwill, Memoria romana.
Por suerte hay sectores que siguen funcionando más o menos bien, como la literatura infantil y juvenil, que no se ha contagiado de la crisis y sigue en expansión, aunque no con el mismo entusiasmo que antes. Los sellos que se dedican a este sector respiran aliviados. Además hay editoriales medianas, como Interzona o Adriana Hidalgo, que están imprimiendo hace unos años en Hong Kong o la India, muchas de ellas ofrecen verdaderos tesoros, como la colección que lleva ese nombre en Interzona y en la que este año ya se han publicado, entre otros, los Sonetos, de Shakespeare, en una nueva traducción de Edgardo Scott, y Magia, de William Butler Yeats, en otra nueva traducción de Matías Battistón. Como están impresos en la India, se encuentran en librerías a un precio irrisorio: cinco mil pesos chilenos. Y las ediciones son preciosas.
En Argentina las editoriales tienen pocas posibilidades de que el Estado les eche una mano, los subsidios son pocos y el gobierno está en un ajuste fiscal tutelado por el Fondo Monetario Internacional, lo que vuelve más importante la autogestión, característica de toda la industria cultural argentina con excepción del cine. Entonces ningún sector espera que los gobiernos, sea cual sea su signo, les solucionen los problemas, aunque sí, como dijo un importante editor, que los dejen trabajar tranquilos. En ese sentido sólo piden un marco económico que no sea tan volátil.
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