Todas las historias de muertos son historias de amor

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Sobre Todas las historias de amor son historias de fantasmas, una biografía escrita por D. T. Max que sirve también como introducción a la compleja y fascinante lectura de la obra de David Foster Wallace.


Arranca con la vida familiar y apacible de la familia Wallace en Urbana, en el centro de Illinois. Su padre hacía clases de filosofía en la universidad y su madre estudió filología inglesa, rama de la cual también hace clases. Los libros y la disciplina marcaron esos primeros años. David Foster Wallace dirá en futuras entrevistas que recuerda a sus padres tendidos sobre la cama, leyéndose el Ulises mutuamente mientras permanecían cogidos de la mano. Es una imagen irrisoria y exagerada, por supuesto, pero perfecta para graficar el espíritu del hogar. Es lo primero que establece D. T. Max en su libro Todas las historias de amor son historias de fantasmas, la robusta biografía que escribió sobre David Foster Wallace, publicada en 2012, a cuatro años del fallecimiento del escritor estadounidense. Esa imagen de familia de clase media de suburbio, educada y rigurosa, sirve para prefigurar lo que vendrá después: un hombre en constante búsqueda de la perfección, de una erudición borgeana en cuanto a alcance y profundidad de conocimientos, obsesionado con la lengua inglesa y en particular con su gramática (herencia de la madre), a ratos forzadamente iconoclasta, siempre deseoso de arrancar de cualquier clasificación, en furibunda tensión con el canon y las modas literarias dominantes, atormentado por una mente inquieta y que lo empujó siempre hacia la depresión, y como fondo de todo aquello, el sujeto que busca un lugar de placidez y tranquilidad, un espacio simbólico pero también físico, el regreso a esa casa de la infancia, ordenada, donde podía coexistir el afán intelectual con una vida pequeñoburguesa.

Un proyecto humano que termina colapsando irremediablemente, el 12 de septiembre de 2008.

A través de un exhaustivo proceso de investigación, D. T. Max consigue entrecruzar los episodios más significativos de la vida de Foster Wallace, con un análisis profundo y acabado de su obra. Cada periodo expuesto parece estar al servicio de comprender cómo fue gestándose y madurando la obra del escritor, que tiene su punto cúlmine en La broma infinita, esa novela de más de 1000 páginas que Foster Wallace comienza a esbozar en 1992, y que terminará publicando finalmente en 1996. Atraviesa así los primeros años universitarios, donde el joven proyecto de escritor pasa largas temporadas de encierro académico, para después entregarse a fumar marihuana por días completos, escuchando a Pink Floyd y amenizando las jornadas con alcohol. La sombra de la depresión comienza a invadirlo y atormentarlo. Visita médicos y se vuelca por completo al uso de medicamentos. Sabe que la perfección intelectual y la literatura, en su caso, no serán compatibles con el desenfreno y el consumo de drogas y alcohol. Prefiere sacrificar los vicios para enfocarse en escribir. Se obsesiona con empujar los límites del lenguaje y la estructura hasta lo imposible. Es riguroso con sus remedios y fiel a la abstinencia. Lo obsesiona el trabajo y el sustento. Quiere tener un buen pasar, y por eso cursa postgrados para asegurar su posición como académico. Le gustaría encontrar una forma de privilegiar su escritura por sobre sus compromisos como profesor, pero sabe que la academia es imprescindible para generar el dinero que le permite vivir con comodidad. Comienza a utilizar tempranamente el pañuelo en la cabeza (bandana, en la traducción española), que lo va a caracterizar hasta el final de sus días. Publica La escoba del sistema, su primera novela, en 1987. Consigue críticas elogiosas. Se encierra a trabajar en el que será su primer libro de relatos, y el cual le va a traer reconocimiento y un lugar entre los jóvenes narradores norteamericanos: La niña del pelo raro (1989). A partir de aquí empieza a prefigurar ese monstruo que terminará llamando La broma infinita. Trabaja incansablemente en la estructura de la novela. Lo acechan crisis depresivas que lo tumban por varios días. Logra reponerse. Cambia de siquiatra y de remedios. Las fases de adaptación son duras, pero consigue reponerse y volver a sanarse. Tiene parejas no demasiados estables. Intercambia correcciones con el corrector de estilo de La broma infinita. Foster Wallace, obsesivo y experto en la lengua, le rebate al corrector todas las observaciones al manuscrito. Pelea esos cambios una y otra vez; sabe que los argumentos y los conocimientos de la gramática están de su parte. Realiza largas notas para la Rolling Stone. Publica volúmenes con crónicas y ensayos. Publica La broma infinita a los 34 años. En cartas, le escribe a su amigo Jonathan Franzen que, cuando un escritor publica un nuevo libro, "el Ojo de Sauron" está encima, observándolo y siguiéndolo para todas partes. Vive con dos perros que se transforman en el centro de su vida. Es aclamado. Obtiene fama. Obtiene prestigio. Continúa escribiendo y haciendo clases. Es generoso con sus alumnos. Ya posee la tan ansiada estabilidad económica. Lo que no posee es la calma de la cabeza y del espíritu. Comienza a explorar todo tipo de cosas para complementar sus medicamentos para la depresión. Busca la fe. Lee manuales de autoayuda. En sus últimos días, devora libros de Tom Clancy frente a una piscina y al cuidado de su esposa. El desastre acaece cuando su médico le recomienda cambiar de fármacos. Tendrá que pasar un periodo sin consumir nada, para que su organismo se limpie y le permita actuar al nuevo remedio. David Foster Wallace no aguanta. Un sufrimiento espantoso lo agobia. No es capaz de enfrentarlo.

Su cabeza no soporta ese periodo de vacío.

Todo esto lo documenta D. T. Max, en una biografía que sirve también como introducción a la compleja y fascinante lectura de la obra de Foster Wallace.

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