Javiera Mena: la batalla perdida
Javiera Mena sigue ajustando su propuesta como una sacerdotisa para cierta audiencia que la comprende y defiende por razones suficientes para soslayar que constantemente exista un pero a sus shows en directo. Es una increíble cuenta con saldo a favor.
Espejo, el cuarto álbum que Javiera Mena estrenó el sábado ante un Teatro Caupolicán con claros en las graderías y cancha repleta, no es un título más sino la llave de su internacionalización en compañía de Sony, dejando atrás más de una década de trabajo indie propagando el synth pop y cosechando reconocimiento. Ahora los parámetros y las exigencias son otras. Ya no es la artista que le enseña los acordes a sus músicos en vivo, acto insólito sucedido en el lanzamiento de su primer álbum Esquemas juveniles hace 12 años, sino una figura que se yergue como ícono generacional y de minorías sexuales con proyección internacional. Curiosamente, a pesar de esa condición, Javiera Mena se comunicó muy poco con su audiencia el sábado. Recién tras 50 minutos de show se dirigió al público.
Con el acento puesto en la música y un espectáculo concentrado en ella sin cuerpo de baile como en otras ocasiones, Espejo funcionó en vivo muy parecido a la experiencia estampada en el registro. Representa un avance evidente en términos de producción y sonido, canciones más contundentes y trabajadas ofreciendo algo más parecido a un vuelo en planeador, que un boleto para una montaña rusa. Es difícil evocar un momento realmente álgido, quizás cuando se cambió de vestuario y se puso los lentes de la portada de Otra era (2014), o en el dúo con Benito Cerati para "Cámara lenta", donde el argentino demostró una sorprendente voz de ligera feminidad.
El corazón, las estrellas, la luna y los planetas son conceptos barajados invariablemente en el cancionero de Mena mientras la música replica con ambientes cósmicos y bailables con predominancia de tiempos medios, nada muy acelerado, sino una cadencia con altibajos. La continuidad y la vibra fueron esquivas desde el inicio cuando la pantalla gigante se fue a rojo junto a un poderoso golpe de bajo, anticipando una fuerza e intensidad que nunca desembarcó por completo. Javiera apareció en el escenario con lograda estampa de diva enfundada en un traje rojo de dos piezas y corte ochentero con hombreras junto a un gigantesco sombrero del que se desprendió rápidamente para arrancar con "Cerca", una de las buenas canciones de este último álbum. Le acompañaban un tecladista/bajista, batería, percusión y dos coristas con impecable sonido hasta ahí, pero ya en "Alma", la segunda de la noche, la guitarra eléctrica que la cantante se colgó nunca sonó y tampoco sucedería más adelante. En "Todas aquí", otra de las piezas bien confeccionadas de Espejo, Javiera Mena repartió miradas y gestos ansiosos hacia la batería y asistentes. Repitió que se trataba de canciones que por primera vez se tocaban en vivo, por lo cual se comprendía cierto margen de error.
Lo que no es un yerro sino marca registrada de esta artista son los problemas de afinación. Javiera Mena ha trabajado ese aspecto y en vivo su voz recibe un tratamiento que timbra eco para provocar una épica constante. Cuando eleva las notas, funciona. Pero en tonos medios y graves el revés es notorio. Naufragó por completo versionando el clásico de Mecano "Mujer contra mujer". En "Sol de invierno" junto Gepe y "Al siguiente nivel", batalló y finalmente perdió varias notas.
Javiera Mena sigue ajustando su propuesta como una sacerdotisa para cierta audiencia que la comprende y defiende por razones suficientes para soslayar que constantemente exista un pero a sus shows en directo. Es una increíble cuenta con saldo a favor.
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