Roger Waters deslumbra con el mejor show de 2018
En un espectacular concierto plagado de consignas anti Trump con el Estadio Nacional repleto, el ex líder de Pink Floyd trajo canciones nuevas y clásicos de su antigua banda en un montaje inolvidable.
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Parecen torres de vigilancia en un campo de detenidos pero sostienen en distintos puntos del Estadio Nacional la contundente amplificación de Roger Waters, una de sus rúbricas históricas, la perfección del sonido que acuñó junto a Pink Floyd, característica de sus visitas, y también de su ex compañero David Gilmour hace tres años en el mismo lugar igualmente abarrotado. Según la producción, 52 mil asistentes en la tibia noche del miércoles en Ñuñoa. La monumental pantalla abarca prácticamente de lado a lado de la cancha. La efervescencia es como la espera del año nuevo cuando a las 20:59 se apagan las luces. El sonido distribuido en todo el recinto se activa y la pantalla se enciende lentamente con un paisaje playero invernal, mar de fondo, ruido de gaviotas y una figura contemplando esa inmensidad. Pasan 13 minutos de imagen invariable hasta que se escucha un cántico, una voz con resabio del oriente medio. 15 minutos, más voces, 20 minutos. Esto es un desafío a la paciencia. De pronto la pantalla se torna roja y el sonido se intensifica. Ruidos se entremezclan y decantan en el inicio con "Speak to me/ Breathe". De pronto da la sensación de que el Nacional completo guarda silencio contemplando la interpretación de la decena de músicos acompañantes de Roger Waters.
Es el turno de "One of these days" y el bajista se desplaza desde el centro hasta el costado izquierdo sosteniendo la clásicas notas con eco. El sonido es sencillamente magnífico, no se puede exigir más, poderoso y definido. Tambores retumban desde las torres en medio de las graderías. El solo de guitarra es preciso y feroz pero sin la delicadeza magistral de Gilmour cuando las cuerdas aúllan en sus dedos. Luego un reloj gira y presagia "Time". Decenas de relojes se multiplican en la pantalla desfilando en psicodélicas combinaciones. Waters canta y el Nacional responde. La canción continúa y retoman "Breathe" con dos coristas librando una batalla de agudos y escalas.
"Welcome to the machine" se acompaña de animaciones y sonidos monumentales que por algunos segundos superan el volumen de la banda dominada por el space rock y los sintetizadores con la resonancia de los viejos Moog. El escenario se torna rojizo y desde las torres de mitad de cancha más luces en esa tonalidad tiñen el estadio mientras Waters se acerca nuevamente al costado izquierdo, y el público levanta los brazos siguiendo sus movimientos como si se tratara de una feligresía militarizada.
Sigue "Déjà vu", una de las nuevas del más que convincente álbum Is this the life we really want? (2017), el primero en 25 años producido por Nigel Godrich, colaborador de cabecera en Radiohead. Roger Waters canta con guitarra acústica mientras una épica arquitectura de violines se reproduce fenomenal. Otra nueva: "The last refugee", que se escucha como una de esas canciones de Radiohead parecidas a Pink Floyd.
Las novedades continúan con "Picture that", una proclama con imágenes de Donald Trump rodeado de mujeres y alusiones bélicas, otro tema que perfectamente pudo figurar en la discografía de su antigua banda combinando prog rock, lisergia y blues. Se acerca el fin del primer bloque con "Wish you were here" y los acordes prístinos colman cada rincón para la interpretación de una canción inmortal.
Ruido de helicópteros anteceden "The happiest days of our lives" para conectar con "Another brick in the wall". "Hey teacher, leave the kids alone!", corea el estadio hasta que aparecen niños con buzos rojos cantando en el escenario. Los chicos se quitan el buzo dejando ver el mensaje en sus poleras que proclama "resist" con mayúsculas en tanto nombres corporativos aparecen furtivamente en la pantalla. Roger anuncia una pausa y en el fondo del escenario quedan proyectadas la preguntas "¿resistir qué?", "¿resistir a quién?", "por ejemplo, resistir a Mark Zuckerberg", "resistir el antisemitismo", "resistir el neofascismo".
Intermedio de 20 minutos. Se lee "dogs" al fondo, sirenas anticipan guerra. Surgen cuatro chimeneas humeantes por sobre la pantalla gigante, réplica de la central eléctrica Battersea de Londres, recreando la portada de Animals (1977). Continúa "Pigs" con toda la banda usando máscaras porcinas. Waters se acerca al borde del escenario y recoge pancartas con mensajes sobre cómo los cerdos dominan el mundo y que se jodan. Canta "Pigs", Trump de nuevo en pantalla con una fina selección de sus declaraciones más disparatadas mientras la banda se extiende arrolladora. Un gigantesco cerdo inflable con el mensaje "sean humanos" sobrevuela la cancha. Todo termina con la frase "Trump es un cerdo" encajada a la perfección con "Money". Desfilan imágenes de más presidentes hasta que la canción se corta abruptamente para conectar con la secuencia del estallido de una bomba atómica.
La banda retoma el clásico de The Dark side of the moon (1973) en un giro magistral en una noche plagada de maestría escénica en un espectáculo de rock insuperable donde, al cierre de este despacho, Roger Waters homenajeó a Víctor Jara y aún restan joyas como "Mother" y "Comfortably numb" para un show que se queda tranquilo con el título de lo mejor del año.
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