El Clan Braniff: la cocaína de Pinochet
"Matías Celedón, por su parte, vuelve a demostrar aquí que la suya es una literatura original, en movimiento y constante evolución", afirma el crítico literario Juan Manuel Vial sobre el nuevo libro del autor nacional.
Las dos primeras novelas de Matías Celedón estuvieron guiadas por una pulsión osada, atrayente y eficaz, un par de propuestas experimentales que, a diferencia de tanto material desechable que pretende pasar por tal, contaban con una dosis de originalidad sorprendente y un cuidado encomiable en la concepción y en la factura. Su tercera entrega se ajustó más a los parámetros clásicos de un relato breve, aunque no por ello dejó de agradar y destacar. Ahora, con El Clan Braniff, Celedón nos ofrece su novela más convencional en cuanto a estructura y estilo de narración, algo que por cierto no ha de entenderse como un desmerecimiento, sino, más bien, como parte de la evolución de un escritor que busca y rebusca para evitar el anquilosamiento o, de algún u otro modo, la pérdida de interés en el trabajo propio.
La historia, basada en la valiosa documentación real recopilada por el autor, tiene como punto de partida las correrías de un agente de la CNI por Europa y Estados Unidos. Bob, el protagonista, formaba parte de una operación que, en el decir de Manuel Contreras, no era otro asunto que una red de producción y distribución de cocaína (Contreras entregó la información por carta al juez Pavez en el año 2006, con la intención de disminuir su condena): "Según describe, la cocaína era procesada con autorización de Pinochet en el Complejo Químico Industrial del Ejército en Talagante. El hijo astuto (Marco Antonio Pinochet) y uno de sus socios (Yamal Bathich) se encargaban de que la droga fuera exportada, con pagos en cuentas bancarias secretas de la familia en el extranjero".
El listado de personajes conocidos envueltos en la conjura es largo, y no están ausentes algunos famosos traficantes colombianos, como Carlos Lehder y los miembros del clan Ochoa.
La narración transcurre en 1981, cinco años después del atentado que le costó la vida a Orlando Letelier en Washington. Bob, cuyo nombre real no es Bob, aunque sí participó en el asesinato del excanciller de Allende, ejerce como ayudante y guardaespaldas de Bathich. Su misión consiste en asegurarse de que cierto cargamento de droga pueda salir del Caribe pronto para llegar a Estados Unidos. Entre medio de esos quehaceres, Bob se reencuentra con un agente de la CNI que trabaja encubierto en el consulado de Chile en Los Angeles, California. Su nombre de chapa es Bill y representa, en varios sentidos, el opuesto de Bob: siente dudas, temores, quiere entablar un puente con el FBI para salvar el pellejo a través de alguna clase de delación compensada. Bob lo desprecia en silencio, pero no por ello deja de utilizarlo para que la operación llegue a buen término.
Parte importante de la propuesta de El Clan Braniff se basa en una serie de diapositivas y documentos reales que le otorgan un aura de cientificismo siniestro al relato. Varias de las imágenes las captó Bob, quien fue alumno de Leopoldo Víctor Vargas, el mítico fotógrafo de la Fuerza Aérea que tomó los primeros retratos de los generales de la Junta de Gobierno que figuraron en todas las reparticiones estatales después del golpe (Pinochet mira con seguridad a la cámara y finge escribir, aunque la pluma está al revés). La historia de Vargas, por sí misma, es uno de los ejes secundarios más atractivos de la narración. Y en conjunto, las diapositivas y los documentos incluidos crean una especie de narración paralela, que en un primer momento sorprende al lector y luego refuerza el oscuro aire de verosimilitud de las situaciones expuestas.
Bob es un personaje que evoluciona a lo largo de la historia. Al principio lo vemos como modelo de profesionalismo y astucia, pero hacia el final delata toda la bestialidad interna que es legítimo suponerle desde el comienzo. La ocultación psicológica sería otro de los méritos de esta novela escrita con frialdad y precisión, novela que debe su título al programa de viajeros frecuentes de Braniff que les permitió a los agentes de la represión viajar sin levantar las sospechas obvias de cuando lo hacían en Lan Chile. Matías Celedón, por su parte, vuelve a demostrar aquí que la suya es una literatura original, en movimiento y constante evolución.
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