El cercano Oriente

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Hoy se realizó en el Estadio Nacional la primera de las dos jornadas de la cumbre de pop coreano más masiva que se ha organizado en Latinoamérica. Llegaron 20 mil personas a un show cuya dinámica resulta atípica y que quiebra todo parámetro visto antes en los megaeventos locales.


Más allá de la euforia adolescente y un panorama visual dominado por colores pasteles y cabellos decolorados, poco más se podía dar por sentado hasta antes de las 19.30 horas en el Estadio Nacional, en el inicio de la primera de las dos jornadas al hilo del festival SMTOWN LIVE. El espectáculo, promocionado como el mayor encuentro de pop coreano realizado alguna vez en Latinoamérica, debutó esta noche en Santiago no sólo como un hito mundial para el género, sino también como una jornada impredecible y de características inéditas para los parámetros habituales de los megaeventos locales.

Las particularidades se confirman de entrada. Si bien el K-pop lleva varios años instalado entre la juventud chilena, y sus primeros antecedentes en la cartelera se remontan a 2012, lo de hoy en Ñuñoa -con una segunda fecha programada para esta noche- no guarda parecido con nada que se haya visto antes por estos lados, sobre todo en cuanto a sus dimensiones, con un mastodóntico montaje al centro de la cancha, con tres pantallas gigantes y cinco escenarios conectados por pasarelas repartidos entre las ubicaciones preferenciales.

El ambiente afuera del recinto también es inusual, con todo tipo de artículos a la venta con los rostros de los artistas del concierto; desde abanicos, poleras y jockeys hasta quitasoles y orejas de conejo. Un espectáculo aparte.

Mientras se acerca la hora de inicio, el ambiente es de expectación total. 20 mil personas -las mismas que se esperan para esta noche-, en su gran mayoría mujeres y jóvenes sub 20 y muchos de ellos de países vecinos, levantan al unísono paletas, tubos fluorescentes y carteles con mensajes en coreano, al ritmo de una DJ o de videoclips de los artistas que generan los primeros chillidos. Si bien el estadio está lejos de lucir lleno -se esperaban 35 mil asistentes por día, lo que no sucedió-, el panorama es imponente y exótico para quien no esté familiarizado con estos códigos; todo parece casi arrancado de un estadio de Seúl.

A las 19.40, sin previo aviso, aparecen sobre el escenario NCT Dream, los primeros protagonistas de un cronograma que, en rigor, sólo conocen los dueños del espectáculo, SM Entertainment, la millonaria compañía de entretenimiento que trae a sus más populares representantes. La empresa coreana impone estrictas medidas de seguridad y puntualidad: cualquier avivada del público o de los fotógrafos de prensa puede hacer que todo se suspenda, advierten antes del show.

El quinteto NCT Dream, los más chicos del contingente, dan la tónica del evento. Salen vestidos con chaquetas de colegio privado para presentar una coreografía perfecta, usando sus micrófonos solo para más tarde presentarse e interactuar con la audiencia, con traducción simultánea por los parlantes. Nadie canta en vivo, pero no importa: son los códigos de un show cargado a la pirotecnia y las visuales que más parece un programa de televisión en plena cancha de fútbol.

De hecho, aquí no corre la típica dinámica festivalera. Cada grupo canta un par de temas, se presenta y da paso al siguiente, que inmediatamente aparece en otro escenario o incluso desplazándose sobre carros, como Super Junior. También hay singles en solitario, videoclips en pantalla y colaboraciones de la factoría SM, como la de cantante BoA junto a Taeyong de NCT, en un loop que no tiene pausas para un público habituado a saltar de un género y un formato a otro. La primera parte de una fiesta singular y fascinante que, hasta el cierre de esta edición, terminaba cerca de las 23.30 horas, y que probablemente defina lo que vendrá a futuro para este género en Chile.

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