Retrato de Carrère irrumpiendo en lo real
Estudios, testimonios, cartas, textos propios y ajenos integran un volumen de reciente aparición que aborda las distintas facetas creativas del autor de Limónov, hace ya años convertido en referente de la narrativa contemporánea.
En 2014, consagrado ya como un indispensable de la autoficción, Emmanuel Carrère publicó El reino, donde mezcla historia religiosa y debates teológicos del siglo I con su propio recorrido espiritual. En ciertos pasajes de la obra, el autor discurre acerca de la promesa formulada a los primeros cristianos: que volverían a la vida después de muertos, igual que Jesús. Tres años antes, fue llamado a participar en una serie de TV, Les revenants, ambientada en una localidad a cuyas casas regresaban jóvenes que habían muerto, años antes, en un accidente.
El desafío, en ambos casos, fue el de abordar giros fantásticos de la experiencia que algunos viven como realidades cotidianas. Y ahí cabe preguntarse qué parentesco hay entre una fábula y la otra. O bien, cómo incidió el Carrère libretista en el novelista de no-ficción. El propio autor ha deslizado algo en entrevistas, y otro tanto hizo hace poco Fabrice Gobert, su colibretista en Les revenants.
Entre marzo y junio de 2011, Gobert fue casi todos los días a la casa del escritor con la actitud timorata del tenista del montón que se encuentra, de golpe, con que tiene a Roger Federer de compañero para jugar dobles. O así lo cuenta Gobert, quien describe también el proceso a través del cual los "renacidos" de la serie se fueron haciendo carne. Dice que Carrère, cual mentor, le dio a leer su estudio sobre Philip K. Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos), así como Metrópolis, del húngaro Ferenc Karinthy, sobre un lingüista atrapado en un país cuyo idioma no habla. También sugirió "pegarse" a los personajes: pensar y hablar como ellos. Por último, propuso no temer a la lentitud ni al detalle en la elaboración de los capítulos, pues eso no hace la historia menos interesante; más bien, lo contrario. Y tanto el rating como el estatus cultural alcanzados por Les revenants, que hasta tuvo un remake en inglés, parecen darle la razón.
Un producto de TV, que a mucho lector fiel le parecerá un accidente o un desvío en la carrera de un escritor, se integra así, sin dificultad, al conjunto que propone Emmanuel Carrère. Faire effraction dans le réel. Dirigido por Laurent Demanze y Dominique Rabaté, este volumen permite un acercamiento inédito al autor y a su modo de "irrumpir en lo real" por la vía de reunir estudios, testimonios, cartas, textos propios y ajenos, que hablan de libros, de películas, de recurrencias profesionales, de amistades y de extraños episodios de vida. El propio libro autoriza el diálogo con la antología de sus textos periodísticos (Conviene tener un sitio adonde ir), en el entendido de que la segunda se hace fuerte en un territorio acotado del trabajo carreriano, mientras el primero casi no conoce límites.
Crítico, cineasta, novelista
En 1976 y con 18 años, Emmanuelle Carrère, alumno del Instituto de Estudios Políticos de París, envió a la revista Positif un ensayo crítico titulado "Descripción de los combates". Planteaba allí que, a la hora de retratar el espacio, un western de Anthony Mann es más estratégico que la venerada Aleksandr Nevsky, de Serguéi Eisenstein. Lo hizo como quien prueba suerte, y le fue bien: pasó a ser una voz crítica habitual en la reputada publicación cinéfila, rival incansable de los Cahiers du Cinéma. Positif -y luego Télérama- le dieron la posibilidad de desarrollar una reflexión acerca de algunas de sus predilecciones: las películas de Woody Allen, la saga de Frankenstein dirigida por Terence Fisher y la extraña manera de abordar la realidad que encontró en el cine de Werner Herzog (Fitzcarraldo), de quien llegó a escribir un libro monográfico.
Michel Ciment, pluma legendaria de Positif, cuenta en el libro que desde ese primer artículo se advierte en Carrère "el rechazo a un punto de vista ideológico, sicológico o sociológico en aras de identificar posibilidades de orden formal". Evoca también su interés en descubrir "perlas raras" en festivales de cine fantástico y de ciencia ficción, así como su disposición a participar en encuestas como la de mayo de 1992, que pidió a los críticos revelar sus favoritas de todos los tiempos: entre otras, Carrère escogió El espejo, de Andrei Tarkovski; Mi vida es mi vida, de Bob Rafelson; Escenas de la vida conyugal, de Ingmar Bergman, y Crímenes y pecados, del mencionado Allen.
Observa Ciment que en esta escritura cinéfila hay cuestiones de orden filosófico y de vinculación con la realidad que anticipan ciertas opciones narrativas. Otro autor del volumen, Fabien Gris, propone una relación especular entre cine y obra literaria, acaso reforzada por el propio trabajo de Carrère como cineasta (eso sí, tras adaptar su propio relato La moustache, en 2005, decidió que era más sensato dejar el cine en manos de otros).
Ya en otros territorios, colegas, académicos y gente cercana le dan vuelta a ese período de inflexión en que Carrère se incluyó a sí mismo en la historia de Jean-Claude Romand, el criminal que se hizo pasar por médico y que mató a su propia familia. Ahí nació El adversario (2000), así como su período autoficcional, que no muestra visos de terminar. Hay otro Carrère que descubrir de ahí en más, y el libro que acaba de aparecer (que incluye también sus ensayos sobre el arte cómico de Ernst Lubitsch y sobre Después de hora, de Martin Scorsese, además de un par de guiones inéditos) aporta variados y atractivos elementos de juicio.
Emmanuel Carrère. faire effraction dans le réel
L. Demanze y D. Rabaté (eds)
P.O.L., 2018
564 pp.
37 euros en amazon.fr
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