Vice: una historia de poder sin sutilezas
A la larga, Vice tiene mucho de visiones liberales que rondan el cliché y arrojan pocas luces sobre un político tan desalmado como intrigante.
Con la sutileza de una explosión nuclear, Vice (El Vicepresidente) del director Adam McKay nos relata la vida de quien se convirtiera en el Vicepresidente de los Estados Unidos con mayor poder de la historia de ese país: Dick Cheney. Utilizando los mismos elementos que le resultaron en su película anterior, La gran apuesta, McKay pierde el rumbo en esta ocasión; hace que esta historia potencialmente intrigante y reveladora, se sienta más como una canalización de la antipatía que su director siente frente a su personaje principal.
Christian Bale -nominado al Oscar por este rol- es el protagonista. Lo conocemos cuando era un joven con problemas de alcohol en Casper, Wyoming en 1963, desde donde avanzó hasta llegar a la cúspide del poder en la Casa Blanca. Junto a él siempre su fiel esposa, Lynne (Amy Adams) y una batería interminable de conocidos actores en roles breves: Steve Carrel, Sam Rockwell, Naomi Watts, Alison Pil, Tyler Perry y Jesse Plemons.
La historia de Cheney no es tan enrevesada e inasible como lo era el núcleo detrás de la crisis económica que McKay retrató en La gran apuesta. En esta ocasión, nos enfrentamos a personajes cuya ambición de poder y éxito los lleva por los peores derroteros imaginables. Y aquí es donde la construcción de la historia presenta las primeras fisuras. Al inicio del relato una misteriosa voz en off nos invita a conocer cómo alguien como Cheney llega a existir. Jamás responde la interrogante, ni trata de hacerlo. Sí nos muestra de qué es capaz alguien como él, pero nunca entendemos motivaciones y menos nos hacemos de conflictos morales. Por supuesto que McKay busca elementos de sátira como base de su historia, pero es el tono del relato el que está fuera de lugar. Tiene ideas algo divertidas, como el menú de un restaurante que no es más que una lista de artimañas políticas, pero no existen sutilezas, segundas lecturas o mesura en la entrega de sus interminables metáforas que subrayan la maldad de los involucrados.
McKay logra hacer que Oliver Stone - el rey de las teorías conspirativas y paranoia gubernamental- parezca un director equilibrado, pero es debatible si esto es digno de aplauso. A la larga, Vice tiene mucho de visiones liberales que rondan el cliché y arrojan pocas luces sobre un político tan desalmado como intrigante.
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